Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 13 de noviembre de 2008

Manifiesto contra la siniestralidad laboral

    Somos trabajadores y trabajadoras. Somos gentes humildes pero importantes. Nuestro trabajo es importante. Desde los andamios, entre los surcos de la tierra, en el pozo de carbón, en las aulas y  en los hospitales, encima de un escenario, entre máquinas, con herramientas, sobre vagones de ferrocarril… los trabajadores y trabajadoras en conjunto formamos el elemento decisivo e imprescindible para que la economía de un pueblo, de una región, de un estado progresen y para que las sociedades avancen hacia un mundo mejor, más justo. Nada son los dineros, nada son los mercaderes, los ingenieros de las finanzas, los gobiernos sin nuestros manos, sin el poder trasformador de nuestras manos. Y, sin embargo, somos el eslabón más frágil, la célula más débil de todo el aparato productivo. Porque nos rompemos.

    Durante este año, hasta este preciso otoño que tanto estimamos los bercianos y bercianas, han muerto en España en torno a mil trabajadores y trabajadoras como consecuencia de su actividad laboral; veinticuatro en la provincia de León; nueve en nuestra comarca, algunos muy recientemente como una oleada fatal. Todas las muertes duelen y provocan llanto y desconsuelo. Pero algunas de ellas se significan por encima de las otras a causa de su mal olor, a causa de un hedor venenoso que nos advierte de que no se trata de muertes naturales, sino que son un producto torcido e indigno de la vida, de la mala vida. Hablamos de los seres humanos que se cruzan con pistoleros, con coches-bomba, con aviones suicidas. Hablamos de los seres humanos que conviven y sufren en lo doméstico el martirio del maltrato machista hasta sus últimos extremos. Y hablamos, por supuesto, de los seres humanos que trabajan para vivir y que dejan sus vidas en el trabajo. Por eso estamos hoy aquí en esta movilización ciudadana. Porque si somos capaces de juntarnos a la puerta de los ayuntamientos cada vez que un atentado terrorista nos retuerce el alma, porque si somos capaces de concentrarnos cada vez que una mujer es asesinada por quien se dice su dueño y no es más que un miserable, cómo no íbamos a hacerlo cuando muere un albañil, un minero, un maquinista, gente corriente cuyo único delito en ese día bárbaro fue haber acudido con normalidad a su puesto de trabajo.

    Este país en que vivimos ha conocido en los últimos años conquistas importantes a la hora de prevenir los riesgos laborales. Tenemos leyes y decretos. Tenemos inspectores y fiscales especializados. Tenemos personal técnico y delegados y delegadas que actúan en las empresas. Tenemos más medios y más formación. Pero, aun así, el reguero de accidentes se derrama por toda la geografía. Quizá porque las leyes y los decretos no sean suficientes; quizá porque no lo sean tampoco los inspectores ni los fiscales ni los técnicos ni los delegados. Quizá también porque algunos patronos descuentan de antemano en sus balances el coste de esos accidentes como una circunstancia sin mayor trascendencia, esos patronos que consideran la prevención como un gasto en lugar de una inversión, esos mismos patronos que luego escriben un telegrama de condolencia a las familias y buscan acordar indemnizaciones para escapar de otras condenas. Quizá el azote penal sea urgente, aunque no acabe nunca de alcanzarnos.

    Nuestros muertos lo han sido a causa de caídas, de atrapamientos, de atropellos y de otra variedad de razones perfectamente previsibles y, por lo tanto, evitables. Eso es lo más terrible. Prácticamente todos nuestros muertos pudieron no haberlo sido. Por eso es trascendental que sepamos que nos rompemos con suma facilidad. Y es necesario por eso mismo que seamos lúcidos y que nos rebelemos contra cualquier maniobra que nos ponga en peligro. Debemos ser los primeros actores de nuestra prevención, y luego, naturalmente, exigir medios y clamar justicia. Tal y como hoy lo hemos venido a hacer un nutrido puñado de bercianos y bercianas, convocados por Comisiones Obreras y por la Unión General de Trabajadores.

    Os pido que guardemos a continuación un minuto de silencio por esos trabajadores y trabajadores que han fallecido en los últimos meses en este Bierzo nuestro, en este país nuestro, en este mundo nuestro.

Manifiesto leído al final de la manifestación contra la siniestralidad laboral,
Ponferrada 15 noviembre 2008

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