Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 7 de abril de 2011

El consumo

    La disputa entre consumo y ahorro se cita como una expresión más del pulso económico. Así, un mayor consumo equivale a mayor actividad, mientras que el incremento del ahorro significa por lo general retracción y desconfianza. Eso siempre y cuando los conceptos sean puros, porque lo que no está claro, al menos en el caso español, es que el tal consumo desbocado de años precedentes no fuese más que otra ilusión del espejismo en que vivíamos. Desde un punto de vista siniestro, los años de esplendor no fueron años de reparto de riqueza, sino más bien de gula crediticia, lo que ha redundado, como bien se sabe y se padece, en el exagerado endeudamiento privado. Responsables fueron, desde luego, las entidades financieras y su fracasado supervisor, el Banco de España. Pero también, no de forma subliminal, algunos mensajes venenosos que calaron con facilidad en el inconsciente colectivo. Me refiero a la consigna de consumir y de enriquecerse no importaba de qué modo. Pero también al ideal de los ultraliberales, con Esperanza Aguirre a la cabeza, de promulgar la sociedad de los propietarios. El daño que ello ha producido lo explica el psicoanalista Fabián Appel de la siguiente forma: “es el consumo, no comprar algo que uno necesita, sino lo contrario, esta devoración caníbal que los mercados obligan a realizar y que después se transmite a los vínculos humanos. Porque no solamente se consumen objetos, se consumen también personas: mujeres, hombres. Solamente por el hecho de la pura apropiación, porque la apropiación da ese rasgo de prestigio, eso que no sirve para nada, eso que nunca produjo nada”. El puro prestigio, lo nombró Hegel. Como empieza a suceder, por ejemplo, en países emergentes, herederos de nuestros peores vicios. En la India, en el año 2010, había 564 millones de abonados con teléfono móvil frente a 366 millones de inodoros con agua corriente. Es adonde nos conduce el consumo adolescente.

Publicado en La Crónica de León, 8 abril 2011

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