Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 25 de junio de 2011

FRANÇOISE HARDY: La pluie sans parapluie

    Posiblemente, junto a Edith Piaf y Barbara, y con la participación de Juliette Gréco como cuarta mosquetera, Françoise Hardy completa la trilogía fundamental de la canción francesa femenina del pasado siglo; lo cual no es poca cosa, si bien se mira, pues aunque no sean los presentes unos tiempos propicios para la lírica ligera, lo cierto es que a partir de ellas se puede escuchar mejor y con más sentido el coro de mujeres que les sucedió después, así en Francia como en el resto del continente europeo. De la primera podría decirse que heredaron su teatralidad; de la segunda, su elegancia; y de la última, más que de ninguna otra, su literatura, su tono y su conexión con otros movimientos sociales y culturales que resultaron decisivos para la evolución popular de la música moderna hasta nuestros días. Las tres, además de cantar, resultan ser compositoras de buena parte de sus repertorios, con lo que vienen también a inaugurar una vía que ha devenido fecunda posteriormente y que ha delimitado el espacio en que se moverá un amplio conjunto de intérpretes, que gestionan su propia creación sin someterse a senderos más o menos trillados.

    Pertenecientes a tres generaciones sucesivas (Piaf nace en 1915, Barbara en 1930 y Hardy en 1944), la pura razón cronológica hace que sea esta última la que se nos aparezca más cercana y con una obra todavía por cerrar. En efecto, La pluie sans parapluie, su último disco editado en 2010, nos permite identificar, a sus 67 años, las constantes que fueron y que han pervivido desde que en 1962, con una guitarra acústica por todo acompañamiento, grabara “Tous les garçons et les filles”, que la convirtió de la noche a la mañana en un ídolo de la canción francesa. Nadie ha podido escapar desde entonces del arrullo de aquella melodía ni del mensaje de un texto ideal para jóvenes sufrientes del mal de amor (tan extendido, por otra parte). Maduró luego en “Mon amie la rose” y consagró definitivamente su estilo personal con el fluir de aquella década explosiva.

    Es el estilo de una mujer confidente pero discreta, tan sentimental como poco dada ya a la dulzura lacrimosa, decantada necesariamente por una edad que la sitúa de vuelta en casi todos los itinerarios de la vida. Lo que fue sensibilidad es hoy mesura. Lo que se mostró fresco ha acabado ganando cuerpo con la crianza. Y, en fin, lo emotivo sigue estando presente como hilo conductor de las canciones, porque al cabo, ganemos o no bouquet con los años, lo cierto es que hay enfermedades de las que es imposible curarse, aun habiendo voluntad. Al lado de todo ello, naturalmente, la producción y los arreglos evolucionaron con el sucederse de los discos y de los requisitos formales, pero aún persiste aquel viejo afán de sencillez, donde la música sirve casi en exclusiva para abrazar los textos, envolverlos con suavidad y remarcar sin exceso los ejes de cada cantable en su aproximación a nuestros oídos y a otras vísceras tal vez más sensibles.

Publicado en Notas Sindicales, agosto 2011

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