Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 10 de junio de 2011

Las piedras muertas

    Bernardo de Morlas, o de Cluny, monje benedictino de la primera mitad del siglo XII, dejó escrito en su De Contemptu Mundi la siguiente sentencia: “La Roma antigua está sólo en el nombre, nos quedan simplemente meros nombres”. Lancia es también un nombre, con menor prestancia sin duda que el romano, pero nada más que eso. Y a diferencia de Roma, que nos legó, mejor o peor conservado, un acervo extraordinario de piezas, edificios y restos arqueológicos espléndidos, lo de Lancia apenas si es hoy algo más que un conjunto de piedras muertas. 

     El desenterramiento de algunos elementos de lo que fue el entorno físico e histórico de ese enclave, a consecuencia de las obras de la autovía León-Valladolid, nos ofrece varias enseñanzas que conviene resaltar, al margen de la solución que finalmente se estime adecuada y de las adhesiones que suscitan la defensa de lo arqueológico o del trazado viario. Helas aquí con ánimo, dicho sea de paso, no tanto de polemizar en el conflicto como de extraer algunas conclusiones que seguramente lo superan con mucho. 

     La primera evidencia es la que destapa una vez más la terca necedad de las administraciones y la imposible colaboración entre ellas para asegurar proyectos de pasado, de presente o de futuro. Había de saber bien el Ministerio de Fomento que el trazado elegido en ese punto iba a ocasionarle más de un inconveniente de este tipo, lo cual no le impidió persistir en el mismo sin ni siquiera prever tal circunstancia y su alternativa. Había de saber bien la Consejería de Cultura, competente en materia de patrimonio, que un hallazgo tal requiere celeridad en las decisiones ante el riesgo a que se expone lo descubierto, lo cual no le ha impedido dilatar un proceso entreverado con intereses netamente políticos. Habían de saber bien la Diputación Provincial y su Instituto Leonés de Cultura, principales tenientes de gran parte del yacimiento, que la ocasión se la pintaban calva para poner en marcha iniciativas ambiciosas nunca abordadas, lo cual, lejos de suceder, se resumió en una carta de la Presidenta echando nuevamente balones fuera. Es el sino de las piedras muertas que por acá nos brotan de cuando en cuando y que, como en el caso que nos ocupa u otros similares, cuando el asunto pierde actualidad, vuelven a dormir un sueño eterno del que tal vez no debieron haber despertado nunca.  
 
    Y también, como suele acaecer por estos pagos, el conflicto derivó en plataformas y sensibilidades irritadas por el oprobio, que clamaron por la conservación de las ruinas y reunieron apoyos insignes para tal demanda: una nómina de hasta 52 al menos figuran enunciados, de muchos de los cuales no se sabe qué fue en los anteriores años de letargo de lo que algunos llaman no sin exagerar la bella durmiente. A pesar de que Lancia fue declarada Bien de Interés Cultural en 1994 y que excavaciones hubo en ella desde mediado el siglo XX, curiosamente nunca se había suscitado semejante reunión de voluntades para darle valor en el sentido que muchos ahora apuntan, por más que parte de los insignes ocupen o hayan ocupado importantes responsabilidades políticas y culturales. También en esto se advierte el destino de las piedras muertas, que en ocasiones, como un Cid redivivo, se las vuelve a colocar a lomos de la historia para disputar batallas que ya no conducen a ninguna victoria, salvo en la leyenda. 

     Quiérese decir que en materia de piedras lo mejor, además de su estudio y conocimiento imprescindibles, es la muerte. Que por lo general, con honrosas excepciones entre las que se encuentra el muy digno Museo de León, todo lo demás es materia comerciable o sencillamente literaria, algo de lo que bastante abusan los hacedores de patrias y de naciones. Que, en suma, nos alimentan con mitos y poco más, y que por eso es por lo que quizá existe sobre la mesa el proyecto innovador de erigir en nuestra ciudad estatuas dedicadas a los reyes que fueron de un reino también muerto: una peculiar y delirante exaltación del fratricidio. Y que, por si fuera poco, casi nada de todo esto se dijo nuevo o de relieve en los programas electorales de la reciente convocatoria municipal y autonómica, mucho menos todavía si el tema es contemplado no ya desde la óptica llorosa de las glorias perdidas, sino desde uno de los posibles ejes de acción futura. Esto es: convertir nuestro patrimonio visible y oculto en fuente productiva al lado y en convivencia necesaria con iniciativas más propias de los tiempos que corren, incluso con las autovías. 
    
Porque ésta es, a nuestro juicio, la clave y lo que en verdad echamos en falta en cuanto se nos ha propuesto como proyectos de desarrollo para la ciudad y para la provincia. Muy en particular si repasamos como ejemplo las prioridades indicadas por el partido ganador para los tiempos venideros en los que gestionará parte de nuestros destinos históricos. A saber: además del empleo (¡ojalá!), la rebaja del IBI, una brigada de intervención rápida para las obras de mantenimiento, la oficina de la vivienda, la creación de zonas wifi, el adiós al tranvía, “más vida familiar", "más seguridad", "más limpieza", "más apoyo a quienes más lo necesitan", la reordenación de Fernández Ladreda y el traslado del Rastro y del parque de Pocoyó. Más o menos una pintoresca colección de piedras del tamaño de una losa muerta.

  La Lancia antigua y postrada es también una metáfora del León del siglo XXI.
Publicado en El Mundo de León, 22 junio 2011

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