¿Qué pensarán
de nosotros nuestros más ilustres antepasados? Me refiero a los Lázaro de
Tormes, Rinconete, Cortadillo, Marcos de Obregón, la Pícara Justina, el
bachiller Trapaza, Guzmán de Alfarache, el Buscón Don Pablos y otros, en cuyas
fuentes tanto y con tan gran tesón ha bebido el ser nacional. Corregidos y muy
aumentados se reconocerán sin duda en los entresijos de los casos Gürtel,
Babel, Campeón, Brugal, Malaya o Palma Arena. Admirados habrán de sentirse de
lo mucho aprendido y adecuadamente progresado por directivos, presidentes,
consejeros y otros adláteres de la cosa bancaria y su álbum de cajas.
Identificados así mismo en el trapicheo de dietas, haberes, estipendios, pluses
y honorarios de algunas administraciones públicas o poco públicas. Asombrados
tal vez de que incluso por los pasillos de la actual monarquía, como en los
mejores momentos de la suya en los siglos llamados de oro, se deslice turbia la
sombra de la estafa y el olor del abuso. Cómo no iban ellos, maestros de
maestros, a emitir facturas falsas, a frecuentar la economía irregular o
sumergida y a solazarse en la amplia piratería, que hace de este país nuestro
un referente mundial con un 77’3% de contenidos digitales esquilmados (casi
11.000 millones de euros en el último año). ¡Ay de aquellos pícaros ingenuos!
Dudosamente sus trampas y añagazas pueriles estarían a la altura de lo que se
lleva en estos tiempos engañosos, donde la corrupción es la principal seña de
identidad general y el que no la practica es o un tonto de capirote o un
traidor a la patria. Total, que fuéronse las campañas electorales, sus mítines
y sus urnas y nada o casi nada se dijo de todo esto, aunque materia hubiera
para más de una novela y para la perpetuación de todo un género. De ello y de ese silencio proceden
buena parte de nuestros males; así que cualquiera se atreve a imaginar lo que
pueda dar de sí la literatura de los próximos cuatro años.
Publicado en La Crónica de León, 2 diciembre 2011
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