Puesto
que los discursos, a fuerza de lugares comunes y suplantaciones de ideologías,
han acabado convertidos en entes vacíos, más vale apartar por esta vez las
palabras y atender a los hechos para entender mejor cuanto sucede. Y lo que
sucede, sencillamente, es un retorno al siglo XVI merced a la reiterada actitud
del pueblo español y de sus gobernantes, aunque no solos, por mantenerla y no
enmendarla; es decir, por marcar una postura y sostenerla a toda costa a pesar
de que sus efectos sean contrarios a lo pregonado. Por ejemplo, se impone la
etiqueta de la austeridad y -¡ale!- todos a ser austeros sin importar que la
austeridad sea, como bien sabemos y lo recuerda el Nobel de Economía Joseph
Stiglitz, “una receta para menor crecimiento, para una recesión y para más
desempleo. Una receta para el suicidio”. Así mismo, con grandes palabras nos
quiso convencer sobre sus reformas el extinto Zapatero (y lo repite ahora,
mutatis mutandis, la bisoña Cospedal con sus ajustes) proclamando que “los
sacrificios de hoy serán la puerta del bienestar de mañana” y ya vamos viendo
el resultado de la profecía, lo cual no obsta para que el electo Rajoy se
apunte a aplicar otra vuelta de tuerca sobre el mismo clavo. Es lo que ocurre
también con las expectativas de futuro que todos identificamos y que se
centran, entre otras materias, en una mejor formación y en un modelo productivo
con alto valor añadido. Pues bien, mientras todo eso se dice, ocurre que las
comunidades autónomas han invertido en educación durante el último curso 2.300
millones de euros menos que el ejercicio presupuestario anterior, reduciendo en
15.000 las plazas docentes y la oferta de servicios educativos complementarios;
y, por su parte, las empresas españolas redujeron un 0’8% su gasto en
investigación y desarrollo en el año 2010, con lo cual ya solo financian el 43%
en I+D+i cuando el objetivo de la Unión Europea era que financiasen el 66’7%.
Publicado en La Crónica de León, 16 diciembre 2011
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