Con
antecedentes tan notables como Abuelo Jones y Palo de Trueno proyectándose
desde la década de los setenta; con canciones tan insignes grabadas en la
memoria como “Oye vaquero”, de la Compañía La Banana, y “Cuatreros de ganado”,
de los Deicidas, ambas en los años ochenta; y con el esplendor actual de un dúo
como The Bright, que se hizo hueco el año pasado entre las propuestas más
destacadas de la música nacional; con todo eso por delante y en sus alrededores,
decimos, no es extraño, por más que haya a quien le sorprenda, que en esta
orilla regional nuestra tenga su origen y aposento un grupo como OK Corral
Band. Porque, al fin y al cabo, tal y como cantaban Zapico y sus asesinos de
dioses: “Ni Texas ni Arizona, el Oeste está en León”.
En
efecto, con los nutrientes de aquel Palo de Trueno, de Colt 45 más tarde y de
otros senderos de la música leonesa ha acabado consolidándose esta banda
country, cuyo pecado original se remonta a 2005 y que acumula ya un currículum
estimable para lo que este estilo musical suele producir por estas tierras: dos
discos, colaboraciones en otras tantas bandas sonoras de películas (¿Quién
mató al Dr. Pus? y Walking dog) y la participación estelar nada menos que en el
Festival Country de Chihuahua en 2008. Ese itinerario es el que lleva
precisamente de su primer disco –Junto a ti, donde todavía se
puede rastrear al lado de composiciones propias la herencia de sus padres
fundadores: Eagles y Fly Burrito Brothers- hasta éste que nos ocupa -1.000
amores- que supone su decantación
definitiva hacia el country-pop sin perder en absoluto sus esencias. De todo
ello, más algunos vídeos curiosos, hay acta digital en la página: www.okcorralband.com
OKCB son, pues, algo así como el testimonio de nuestra intrahistoria musical, ese club de grupos provincianos que por lo general no saltan a la fama mediática (ni falta que hace) ni conquistan el éxito comercial, pero que perseveran, aun cambiando con frecuencia de formación a partir del núcleo resistente, hasta ganarse la estima y consideración de un público que acaba siendo adicto a sus melodías. Y, lo que es más importante, lo hacen no simplemente abusando de versiones fáciles, que en este caso les permitiría un repertorio tan inagotable como brillante, sino que construyen un cancionero propio, digno de todo elogio, a base de horas y horas de ensayo en locales fríos y desangelados. Por eso, de cuando en cuando, tienen la oportunidad de subir a un escenario y suenan de verdad como auténticos músicos que nada tienen que envidiar a las glorias más ensalzadas. Quizá no sea gran cosa, no se ganan la vida con esta tarea, no hacen grandes giras, no reúnen fervores histéricos de adolescentes, pero nos han permitido a cuantos bebemos la vida también en la música disfrutar de una experiencia cercana, casi familiar, sin la cual seguramente tampoco habríamos sabido degustar otros platos de más alta cocina musical. Es lo que tiene habitar en el oeste del Oeste.
OKCB son, pues, algo así como el testimonio de nuestra intrahistoria musical, ese club de grupos provincianos que por lo general no saltan a la fama mediática (ni falta que hace) ni conquistan el éxito comercial, pero que perseveran, aun cambiando con frecuencia de formación a partir del núcleo resistente, hasta ganarse la estima y consideración de un público que acaba siendo adicto a sus melodías. Y, lo que es más importante, lo hacen no simplemente abusando de versiones fáciles, que en este caso les permitiría un repertorio tan inagotable como brillante, sino que construyen un cancionero propio, digno de todo elogio, a base de horas y horas de ensayo en locales fríos y desangelados. Por eso, de cuando en cuando, tienen la oportunidad de subir a un escenario y suenan de verdad como auténticos músicos que nada tienen que envidiar a las glorias más ensalzadas. Quizá no sea gran cosa, no se ganan la vida con esta tarea, no hacen grandes giras, no reúnen fervores histéricos de adolescentes, pero nos han permitido a cuantos bebemos la vida también en la música disfrutar de una experiencia cercana, casi familiar, sin la cual seguramente tampoco habríamos sabido degustar otros platos de más alta cocina musical. Es lo que tiene habitar en el oeste del Oeste.
Publicado en Notas Sindicales, febrero 2012
Estupenda crítica. Gracias.
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