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dentro de lo normal que a un registrador de la propiedad, accidentalmente
Presidente de Gobierno, le plazca hablar de herencias, pues no en vano los
trámites sucesorios son una de sus fuentes de ingresos. Tampoco es extraño que
los miembros de su gabinete, de profesiones indeterminadas pero con pinta de
afortunados herederos, se abonen a imagen tan querida para el jefe, lo cual
viene a ser como hacerle eco a la autoridad sin enmendarle la plana. En la
misma línea cabe interpretar así mismo la querencia por el término encarnada en
sus señorías populares, algunas de las cuales, todo hay que decirlo, no dan
para más a la hora de generar metáforas explicativas de la situación. Total que
entre los unos y los otros no dejan de sobar la herencia dichosa, mientras el
país al que se dirigen se va convirtiendo paulatinamente en un aparcamiento de
desheredados: más paro, más pobreza, más desigualdad. Es lo que tiene
desentenderse de las personas para someterse a los determinismos económicos
externos. Claro que, puestos a hablar de herencias, bien podrían añadirle al
sermón el legado que nos han dejado nuestros grandes benefactores de la banca y
cajas de ahorro. Se desconoce a estas alturas cuánto dinero público ha habido
que hundir en sus cajas de caudales para sostenerlos sin que a nadie se le haya
pedido cuentas por tan notable gestión, pero baste para ilustrarlo lo que nos
cuenta el profesor de Economía Félix Ovejero sobre lo acaecido en la cuna del
imperio: “el precio de los rescates
financieros en EEUU supera la suma de lo que costaron la compra de Luisiana, el
Plan Marshall, la crisis de las cajas de ahorro de los 80, las guerras de Corea
y Vietnam, la invasión de Irak, el New Deal
y el presupuesto entero de la NASA, incluidos los viajes a la Luna”. Así que,
con lo de aquí y con lo de allá, bien podríamos haber amasado una buena
herencia en beneficio de la humanidad. Lo demás son monsergas.
Publicado en La Crónica de León, 4 mayo 2012
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