Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 9 de agosto de 2012

La bolsa


     Hace tiempo que la disyuntiva entre la bolsa o la vida permanece fosilizada en apariencia y es muy difícil imaginar que ni siquiera los atracadores más casposos, como el Dioni o el Solitario, se sirvieran de esa fórmula en sus andanzas criminales. Sin embargo, la relación entre uno y otro término sigue manteniendo frescura aunque para ello sea necesario que habiten otros contextos. Así, la vida sigue siendo para una mayoría la dura vida, eso que se va en un suspiro y que goza de tan escaso valor en los mercados. Por el contrario, la bolsa no es ya aquel sinónimo de cartera, monedero o sencillamente el saco donde guardar los billetes de un botín. No, cuando hoy nos referimos a la bolsa todos sabemos que hablamos de la institución donde se realizan transacciones de esos valores que, por oposición a lo anterior, sí son del favor del mercado. Ese es el plano donde la disyunción recobra actualidad y se convierte en una expresión elocuente de los males que nos azotan. Obsérvese a modo de ejemplo lo que ha ocurrido con las últimas cotizaciones alcistas de la bolsa española: tres han sido sus subidas más notables en las últimas semanas, cada una de ellas coincidente en fechas con la cotización a la baja de lo que podríamos estimar condiciones de vida. El dichoso Íbex ha conocido el gozo sucesivo de su elevación mientras los datos de la Encuesta de Población Activa confirmaban el dolor de las cifras de desempleo; a la par que el Índice de Precios de Consumo se disparaba a causa del pago de los medicamentos; o cuando el Gobierno decidía ignorar la prórroga de la ayuda de 400 euros para los parados de larga duración. De este modo, mientras la vida se retorcía una y otra vez más sobre sí misma, la bolsa se regocijaba sin más consideraciones que  las del mero ensimismamiento especulativo. Por si quedase alguna duda, da la impresión de que la bolsa ha decidido cargarse a la vida. Muy al estilo, por cierto, de los atracadores más casposos.

Publicado en La Crónica de León, 10 agosto 2012

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