Hace
tiempo que la disyuntiva entre la bolsa o la vida permanece fosilizada en
apariencia y es muy difícil imaginar que ni siquiera los atracadores más
casposos, como el Dioni o el Solitario, se sirvieran de esa fórmula en sus andanzas
criminales. Sin embargo, la relación entre uno y otro término sigue manteniendo
frescura aunque para ello sea necesario que habiten otros contextos. Así, la
vida sigue siendo para una mayoría la dura vida, eso que se va en un suspiro y
que goza de tan escaso valor en los mercados. Por el contrario, la bolsa no es
ya aquel sinónimo de cartera, monedero o sencillamente el saco donde guardar
los billetes de un botín. No, cuando hoy nos referimos a la bolsa todos sabemos
que hablamos de la institución donde se realizan transacciones de esos valores
que, por oposición a lo anterior, sí son del favor del mercado. Ese es el plano
donde la disyunción recobra actualidad y se convierte en una expresión
elocuente de los males que nos azotan. Obsérvese a modo de ejemplo lo que ha
ocurrido con las últimas cotizaciones alcistas de la bolsa española: tres han
sido sus subidas más notables en las últimas semanas, cada una de ellas
coincidente en fechas con la cotización a la baja de lo que podríamos estimar
condiciones de vida. El dichoso Íbex
ha conocido el gozo sucesivo de su elevación mientras los datos de la Encuesta
de Población Activa confirmaban el dolor de las cifras de desempleo; a la par
que el Índice de Precios de Consumo se disparaba a causa del pago de los
medicamentos; o cuando el Gobierno decidía ignorar la prórroga de la ayuda de
400 euros para los parados de larga duración. De este modo, mientras la vida se
retorcía una y otra vez más sobre sí misma, la bolsa se regocijaba sin más
consideraciones que las del mero
ensimismamiento especulativo. Por si quedase alguna duda, da la impresión de
que la bolsa ha decidido cargarse a la vida. Muy al estilo, por cierto, de los
atracadores más casposos.
Publicado en La Crónica de León, 10 agosto 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario