Todos
los meses tienen su asunto particular de cabecera, y septiembre, con el regreso
a la vida de todas las actividades amortiguadas por los estíos varios, se
reconoce sobre todo en la enseñanza. Este año más aún si tenemos en cuenta la
generación de noticias que se han producido en su entorno, la mayoría de ellas
adversas: subida de precios en el material escolar, pago de los servicios de
madrugadores y centros abiertos, reducción del número de docentes y aumento de
ratios de alumnado en las aulas, avance de una nueva revisión de las leyes
educativas, etc. También informes de última hora han venido a ampliar el eco de
todas estas materias, desde los que advierten sobre el alarmante número de
jóvenes situados hoy al margen del sistema educativo y del laboral, hasta el
más reciente de la Comisión Europea que sitúa a España a la cabeza de los
países con menos formación y mayores diferencias regionales en ello. Estas
tendencias negativas demuestran, pues, que no estamos ante situaciones
coyunturales, como podría suponerse de las informaciones primeras, sino que la
enfermedad es crónica y, al menos, de pronóstico reservado. Mucho más si
atendemos a algunos otros datos sobre los que no se suele hablar y que revelan
que el diálogo entre nuestra enseñanza y el mundo del trabajo es poco
satisfactorio. Por ejemplo, que sólo el 24% de los españoles ha cursado o cursa
formación profesional, frente al 47% de la media de la Unión Europea. O que España, con datos de 2008 según Eurostat, es el país de
la UE con más trabajadores sobrecualificados, es decir, aquellos que tienen un
título universitario o de FP de grado superior, pero ocupan un empleo por
debajo de ese nivel: son un 31% frente a un 19% de media europea; claro que,
entre los extranjeros que trabajan en nuestro país, la tasa se dispara hasta el
58%. Que nadie piense que esto tiene que ver con la crisis, como quizá tampoco
otros males de este nuevo septiembre.
Publicado en La Crónica de León, 21 septiembre 2012
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