Toda
época de tránsito como la nuestra se nos aparece contradictoria en lo
inmediato, posiblemente porque en ese trance conviven elementos extremos que
pugnan por reinar en el futuro o por pervivir desde el pasado. Además, el
presente actual es especialmente notable en materia de opuestos, en tanto que
no se trata de un simple vaivén sino que, según palabras de Juan Goytisolo,
“estamos al cabo de un ciclo histórico y de una crisis de civilización”. No es
extraño, por tanto, que convivan en nosotros y entre nosotros lo estable con lo voluble, lo pasajero con lo perdurable y
la eventualidad con la sustancia. Es más, hasta que averigüemos en donde hemos
desembocado a la postre, la paradoja será con toda seguridad la figura que
ilustre este camino y sobrados andamos de ejemplos en tal sentido.
Lo explican bien, por lo que hace a la
economía, los profesores Mauro Guillén y Emilio Ontiveros en su libro de
reciente publicación Una Nueva Época. Los grandes retos del siglo XXI: “Otro rasgo más
intratable del siglo XXI es que la mayoría de los cambios parecen ser
paradójicos. En este caso, el auge de las economías emergentes está permitiendo
que cientos de millones de personas superen la pobreza. Sin embargo, también
plantea retos complicados en términos de pérdidas de empleo en el mundo
desarrollado, de competencia por la energía y los recursos naturales y de
gobernanza económica y financiera global”. Y lo remataba Juan Luis Cebrián con
la ponencia ¿Crisis? ¿Qué crisis?, presentada en el Foro de la Nueva Comunicación el pasado mes de septiembre, atendiendo a un marco mucho
más amplio: “Frente a la defensa de los
derechos y las libertades individuales, sobre la que se construyó el entramado
de las instituciones democráticas, es creciente el reclamo de los derechos
colectivos y la afirmación de identidades del mismo género, en torno a
culturas, religiones, territorios, lenguas o tradiciones singulares”. En fin,
un lío del que ya veremos cómo salimos.
Seguramente, esta convivencia entre extraños,
este matrimonio sin lógica explica en parte la gran desorientación que nos
domina y que, en el peor de los casos, nos paraliza. Pero eso tampoco impide
que unos y otros extremos se manifiesten con rotundidad incluso en los hábitos
más cotidianos: lo individual narcisista se mezcla sin traumas con lo reticular
y así nuestra sociedad no podría existir ya sin lo uno ni lo otro, pues al cabo
son cara y cruz de una misma moneda. Tejemos redes con la misma facilidad que
nos replegamos sobre nuestros capullos. Voceamos la indignación con el mismo
repertorio argumental con el que abrigamos la resignación. Nos manifestamos o
nos aislamos, tanto da, sin aparente incoherencia.
Ahora bien, todo ello no quita para que
afrontemos con urgencia algunas preguntas que requieren pronta respuesta,
porque de lo contrario otros tomarán decisiones por nosotros y serán
definitivas. Vistos los acontecimientos económicos, sociales, laborales y de
todo signo que se precipitan de día en día, ¿podría alguien decirnos cuanto
antes qué será de una democracia burguesa sin burguesía, qué de una
sociedad de consumo sin consumo, qué de un Estado sin Estado? Porque nos inquieta, nos urge.
Publicado en Tam-Tam Press, 6 diciembre 2012
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