Cuentan que
cuenta el filósofo Manuel Cruz que en una clase de
doctorado preguntó a los estudiantes cuál era para ellos ese acontecimiento que
les había marcado, por el que creían poder definirse, que reflejaba mejor el
momento en que se sintieron irrumpir en el mundo. Lo que más llamó su atención
fue la declaración de un estudiante, para quien, sin el menor género de dudas,
el acontecimiento que había significado un cambio radical en su vida y en la de
su generación era la aparición de la tarifa plana de acceso a Internet.
Tal vez sea así en verdad y haya que convenir que la
tecnológica es la única revolución que mantiene aprecio entre las generaciones
jóvenes. Posiblemente no exista ya otro estímulo para que se produzcan
fenómenos más o menos revolucionarios, que quizá para siempre han perdido el
prestigio histórico de que gozaron en épocas anteriores. Ni siquiera sería
esperable en un país como el nuestro, por más que identifiquemos motivos para
ello, una revolución al estilo árabe, entre otras cosas porque aquí, como
apunta Borja Casani, “no sabríamos a quién echarle la
culpa, porque es colectiva”. Tan colectiva como el paro y la pobreza creciente
y la indignación y la rabia y la tristeza. Ni siquiera esta mezcla espesa de
condiciones objetivas y subjetivas cuajarán en un formato revolucionario, como
habría ocurrido tal vez en otros periodos históricos no tan lejanos. Tal y como
venimos sosteniendo, es una demostración más de que hemos pasado página en la
historia hacia otra nueva edad, ni mejor ni peor que la precedente, que apura
sus elementos definidores y se busca a sí misma entre el antes y el después.
No formará parte de tales elementos el concepto de
revolución en un sentido clásico, pero habrá que ver si algunas de las nociones
y lemas a él ligados pervivirán o no. O mejor dicho, si conseguiremos que
pervivan o no, pues las ideas necesitan también portadores. Sami Naïr, el
politólogo francés sin ir más lejos, se ha encargado de mostrarnos algún camino
al rescatar y poner al día la eterna proclama de todas las revoluciones desde
la francesa. Propone él que hablemos (y defendamos) de “libertad en los
espacios individuales, igualdad en los espacios públicos y fraternidad en los
espacios colectivos”. No se trata ya de vender un slogan atractivo a fuerza de
ser simple como un tuit, sino de presentar casi todo un programa político en
tres sencillos enunciados. En su significado completo se encuentra, a nuestro
modo de ver, una definición completa de la que quisiéramos sociedad
posrevolucionaria o poscontemporánea, tanto da. Y eso es lo que en verdad está
en juego y por lo que se debería velar. Mutatis mutandis, es lo que leemos en
el capítulo LVIII de la segunda parte del Quijote, cuando el ingenioso hidalgo
da algunos consejos a su escudero y le dice lo siguiente: "La libertad, Sancho, es uno de los más
preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la
libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.
Publicado en Tam-Tam Press, 22 diciembre 2012
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