Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 22 de diciembre de 2012

Esperando la revolución otra vez


Cuentan que cuenta el filósofo Manuel Cruz que en una clase de doctorado preguntó a los estudiantes cuál era para ellos ese acontecimiento que les había marcado, por el que creían poder definirse, que reflejaba mejor el momento en que se sintieron irrumpir en el mundo. Lo que más llamó su atención fue la declaración de un estudiante, para quien, sin el menor género de dudas, el acontecimiento que había significado un cambio radical en su vida y en la de su generación era la aparición de la tarifa plana de acceso a Internet.

Tal vez sea así en verdad y haya que convenir que la tecnológica es la única revolución que mantiene aprecio entre las generaciones jóvenes. Posiblemente no exista ya otro estímulo para que se produzcan fenómenos más o menos revolucionarios, que quizá para siempre han perdido el prestigio histórico de que gozaron en épocas anteriores. Ni siquiera sería esperable en un país como el nuestro, por más que identifiquemos motivos para ello, una revolución al estilo árabe, entre otras cosas porque aquí, como apunta Borja Casani, “no sabríamos a quién echarle la culpa, porque es colectiva”. Tan colectiva como el paro y la pobreza creciente y la indignación y la rabia y la tristeza. Ni siquiera esta mezcla espesa de condiciones objetivas y subjetivas cuajarán en un formato revolucionario, como habría ocurrido tal vez en otros periodos históricos no tan lejanos. Tal y como venimos sosteniendo, es una demostración más de que hemos pasado página en la historia hacia otra nueva edad, ni mejor ni peor que la precedente, que apura sus elementos definidores y se busca a sí misma entre el antes y el después.

No formará parte de tales elementos el concepto de revolución en un sentido clásico, pero habrá que ver si algunas de las nociones y lemas a él ligados pervivirán o no. O mejor dicho, si conseguiremos que pervivan o no, pues las ideas necesitan también portadores. Sami Naïr, el politólogo francés sin ir más lejos, se ha encargado de mostrarnos algún camino al rescatar y poner al día la eterna proclama de todas las revoluciones desde la francesa. Propone él que hablemos (y defendamos) de “libertad en los espacios individuales, igualdad en los espacios públicos y fraternidad en los espacios colectivos”. No se trata ya de vender un slogan atractivo a fuerza de ser simple como un tuit, sino de presentar casi todo un programa político en tres sencillos enunciados. En su significado completo se encuentra, a nuestro modo de ver, una definición completa de la que quisiéramos sociedad posrevolucionaria o poscontemporánea, tanto da. Y eso es lo que en verdad está en juego y por lo que se debería velar. Mutatis mutandis, es lo que leemos en el capítulo LVIII de la segunda parte del Quijote, cuando el ingenioso hidalgo da algunos consejos a su escudero y le dice lo siguiente: "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.


Publicado en Tam-Tam Press, 22 diciembre 2012

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