Aunque
según la novela de Miguel Delibes el trauma del príncipe destronado fuese una
experiencia propia de la inmadurez infantil, había materias en que esa disputa
por el trono entre hermanos se postergaba necesariamente hasta edades mucho más
avanzadas. Así ocurría por ejemplo con la música. Lo normal era que los
hermanos menores nos siguieran fielmente e incluso reconociesen nuestra
maestría en eso de mostrarles los itinerarios imprescindibles en la evolución
del gusto musical. Más allá de algunas competencias menores, no había
conflictos hasta que, llegado un momento, lo mismo que se hacía necesario matar
al padre, había que matar casi de forma simultánea al hermano y sus influencias
con el fin de autoafirmarse a sí mismos. Confieso que para mí uno de los días
más desoladores de aquellos tiempos fue aquél en que descubrí que mi hermano
pequeño se había agenciado por su cuenta una casete de MC5.
Porque,
claro, en una época en que la sucesión de generaciones no padecía aún el vértigo
acelerado de los tiempos actuales ni las posibilidades de acuñar preferencias
propias eran tan generosas como resultan serlo hoy, lo normal era que los
jovenzuelos vieran limitadas sus ansias exploratorias personales en dos únicos
sentidos: las rendijas del canon que nosotros les habíamos impuesto o el avance
de nuevas tendencias que nosotros rechazábamos sólo por postura. De tal modo
que pronto se estableció una rivalidad que, a la postre, acabó por alimentar el
universo musical de los unos y de los otros, eso sí, no sin ciertas agonías. En
consecuencia, cuando aquellos mocosos nos desafiaban con MC5 nosotros les
respondíamos con los Ramones; cuando se sacaban de la manga a los Sex Pistols
nosotros contraatacábamos con los Clash; o cuando se ponían tiernos en plan
Police nosotros proponíamos a Blondie; y así sucesivamente hasta poblar los
mismos ambientes, los mismos bares, las mismas salas, los mismos radiocasetes
–pues todo al cabo era compartido por necesidad- con un espectro sonoro que
crecía imparable a base de emulaciones y desafíos.
El
caso es que así fue como descubrimos a The Motor City Five, que en realidad ya
habían estado allí mucho antes de que llegásemos a ellos y de que los jukebox
hubiesen podido hacerles eco sin censuras. Pero, con independencia de cómo se
produjera ese advenimiento, lo cierto es que pronto se incorporaron a nuestro
capítulo del rock revolucionario y provocativo, que era lo que realmente nos
importaba y por lo que acabamos admirándoles. Años después, cuando su
guitarrista Fred Smith se casó con otra de nuestras devociones, Patti Smith,
conseguimos por fin cerrar el círculo. Pero esa es ya otra historia sobre la
que volveremos.
Ramblin’
Rose formó parte del
primer álbum de MC5 «Kick out the jams», que vio la luz con dificultades en
1969, un disco, como dice el crítico musical Stevie Chick, “en el que se puede
oler la pólvora, sentir el calor de las banderas quemadas, percibir la furia
revolucionaria: un caos glorioso”. Como se puede concluir, no todos los
conflictos de identidad tienen un mal final. http://www.youtube.com/watch?v=IZbjseBPjhw&feature=fvwp
Publicado en genetikarockradio.com, 16 enero 2003
No hay comentarios:
Publicar un comentario