Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 16 de enero de 2013

Ramblin' Rose


     Aunque según la novela de Miguel Delibes el trauma del príncipe destronado fuese una experiencia propia de la inmadurez infantil, había materias en que esa disputa por el trono entre hermanos se postergaba necesariamente hasta edades mucho más avanzadas. Así ocurría por ejemplo con la música. Lo normal era que los hermanos menores nos siguieran fielmente e incluso reconociesen nuestra maestría en eso de mostrarles los itinerarios imprescindibles en la evolución del gusto musical. Más allá de algunas competencias menores, no había conflictos hasta que, llegado un momento, lo mismo que se hacía necesario matar al padre, había que matar casi de forma simultánea al hermano y sus influencias con el fin de autoafirmarse a sí mismos. Confieso que para mí uno de los días más desoladores de aquellos tiempos fue aquél en que descubrí que mi hermano pequeño se había agenciado por su cuenta una casete de MC5.

     Porque, claro, en una época en que la sucesión de generaciones no padecía aún el vértigo acelerado de los tiempos actuales ni las posibilidades de acuñar preferencias propias eran tan generosas como resultan serlo hoy, lo normal era que los jovenzuelos vieran limitadas sus ansias exploratorias personales en dos únicos sentidos: las rendijas del canon que nosotros les habíamos impuesto o el avance de nuevas tendencias que nosotros rechazábamos sólo por postura. De tal modo que pronto se estableció una rivalidad que, a la postre, acabó por alimentar el universo musical de los unos y de los otros, eso sí, no sin ciertas agonías. En consecuencia, cuando aquellos mocosos nos desafiaban con MC5 nosotros les respondíamos con los Ramones; cuando se sacaban de la manga a los Sex Pistols nosotros contraatacábamos con los Clash; o cuando se ponían tiernos en plan Police nosotros proponíamos a Blondie; y así sucesivamente hasta poblar los mismos ambientes, los mismos bares, las mismas salas, los mismos radiocasetes –pues todo al cabo era compartido por necesidad- con un espectro sonoro que crecía imparable a base de emulaciones y desafíos.

     El caso es que así fue como descubrimos a The Motor City Five, que en realidad ya habían estado allí mucho antes de que llegásemos a ellos y de que los jukebox hubiesen podido hacerles eco sin censuras. Pero, con independencia de cómo se produjera ese advenimiento, lo cierto es que pronto se incorporaron a nuestro capítulo del rock revolucionario y provocativo, que era lo que realmente nos importaba y por lo que acabamos admirándoles. Años después, cuando su guitarrista Fred Smith se casó con otra de nuestras devociones, Patti Smith, conseguimos por fin cerrar el círculo. Pero esa es ya otra historia sobre la que volveremos.

     Ramblin’ Rose formó parte del primer álbum de MC5 «Kick out the jams», que vio la luz con dificultades en 1969, un disco, como dice el crítico musical Stevie Chick, “en el que se puede oler la pólvora, sentir el calor de las banderas quemadas, percibir la furia revolucionaria: un caos glorioso”. Como se puede concluir, no todos los conflictos de identidad tienen un mal final. http://www.youtube.com/watch?v=IZbjseBPjhw&feature=fvwp

Publicado en genetikarockradio.com, 16 enero 2003

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