Paseando
en medio del paisaje de locales cerrados que hoy singulariza a nuestras calles,
quizá no hayamos reparado en que más de 7.000 de ellos estuvieron ocupados por
quioscos de prensa. Naturalmente, a la hora de hablar de la crisis de los
medios de comunicación, suele hacerse mucho más hincapié en aquellas
publicaciones que desparecen o en el insoportable número de profesionales de la
información que son condenados al desempleo. Pero el dato antes aludido es
también un gran ejemplo de cómo está evolucionando la relación de la ciudadanía
con los soportes informativos. Señala Juan Luis Cebrián que “en las sociedades avanzadas más de un 25% de los lectores
recibe las noticias a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o
tabletas, y el proceso no ha hecho sino empezar. Estamos ante una
transformación colosal, que entre otras cosas generará muchos empleos de
perfiles distintos a los tradicionales, para los que en gran medida los
profesionales no estamos adecuadamente preparados”. Posiblemente, podríamos
añadir, tampoco lo estén los consumidores de información.
Porque al cabo no se trata sólo de nuevas
formas de acceso a la información, sino de la gestión y el tratamiento que esa
información reciba para ser consumida. Por ejemplo, el asunto no consiste en la
velocidad con que somos informados, algo que al parecer merece gran valoración
en los soportes y en los canales cada vez más al uso. Por el contrario,
deberíamos superar cuanto antes este sarampión del vértigo en lo noticiable
porque, lo apunta el escritor Jordi Soler, “estamos saturados de
noticias veloces, que no siempre son importantes y, quizá, sería mejor no
saberlas porque consumen un tiempo, y un espacio, que podríamos aplicar en otra
cosa”. Así pues, cabe intuir que en un próximo futuro, nada nuevo por otra
parte, convivirán fórmulas a dos velocidades, y lo importante a nuestro juicio
será impulsar lo más posible la lentitud. Ése es trabajo también de los
profesionales de la información: el apostolado de la lentitud, lo cual es
sinónimo de reflexión, de análisis, de crítica y de rigor. Y como buen
apostolado, tendrá, los está teniendo ya, tiempos duros, presiones
empresariales y apremios tecnológicos; más, como toda fe verdadera, debería
acabar orillando a otras orientaciones sectarias para eludir la manipulación,
el error o la vulgaridad.
En
el tránsito que nos lleva hacia una sociedad digital plena y aparentemente
inevitable –sólo en apariencia- existirán tensiones y oportunidades. Éstas
últimas incorporarán sin duda lo mejor de nuestras experiencias clásicas,
analógicas o como queramos llamarlas. Por lo tanto, lo peor que podríamos
hacer, ocupemos el flanco de la información que ocupemos, sería desprendernos
del bagaje acumulado por puro afán de modernidad y de última hora. Más bien
debiéramos todos sosegar el experimentalismo ñoño, alejar ademanes defensivos y
optar por una actitud mucho más atrevida. También en eso se pone de manifiesto
la tranquilidad. Los medios digitales, a fuerza de urgencias, degluten lo que
se les ponga por delante y lo vomitan en forma de simples titulares. Por lo
general, nada o muy poco hay detrás, ni en información ni en elaboración. Como
máximo, una fotografía de adorno o un vídeo impactante para llamar la atención.
Todo esto pervivirá y se acentuará, con toda probabilidad, pues también la
simpleza es poscontemporánea. Pero nadie dude de que no menos poscontemporánea
habrá de ser la lentitud, un auténtico acto revolucionario.
Publicado en Tam-Tam Press, 5 marzo 2013
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