Blog de Ignacio Fernández

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martes, 4 de junio de 2013

Breve nota sobre Aurora Egido en León


     La Real Academia Española de la Lengua acaba de acomodar en su sillón B a la profesora Aurora Egido Martínez. Aparte de sus méritos académicos evidentes, destacan las crónicas que es la séptima mujer que entra en la RAE, pero a nosotros nos interesa más señalar que es la segunda persona que desemboca en la Academia habiendo pisado, siquiera levemente, los pasillos de la Universidad de León. En efecto, sigue así la estela de Salvador Gutiérrez Ordóñez, mucho más aposentado en el campus de Vegazana que ella, cuya estancia en las aulas leonesas se limitó a un único curso.

     Corrían los primeros años de la década de los ochenta cuando la Universidad de León era todavía poquita cosa y en el campus convivían en sano equilibrio alumnado, paseantes y vacas pastando. A la Facultad de Filosofía y Letras llegó, discreta, con su cátedra a cuestas como si tal cosa y en tránsito hacia el destino final en Zaragoza, esta experta en la literatura del Siglo de Oro. Ignoro el recuerdo que ella puede guardar de aquel pasaje fugaz, pero quienes tuvimos la fortuna de ser sus alumnos conservamos de ella la memoria de lo magistral en el sentido más exaltado del término. Era asombroso su saber, así que cabe preguntarse qué no será ahora, treinta años después. Los recovecos de sus disertaciones no tenían fin; no importaba a cual de ellos se entregara para hablarnos por ejemplo de El gran teatro del mundo, el caso es que todos acababan siendo arrebatadores. No merecía la pena tomar apuntes, aunque hubiera quien lo hiciese para común aprovechamiento, la clave residía en la escucha atenta: cada expresión suya, cada comentario, el tono de sus explicaciones, todo era tan convincente y apasionado que no había desperdicio. Tomar apuntes parecía un sacrilegio.

     Pero ocurrió por entonces (no acabo de recordar si de un modo totalmente simultáneo) que en los mismos pasillos y en las mismas aulas aterrizó también el famoso divulgador Fernando Díaz Plaja, en este caso con un contrato de interinidad para cumplir también con la enseñanza de las literaturas. La polémica estuvo servida de inmediato y, como suele suceder por estas tierras, el papanatismo desplegó todas sus herramientas. A muchos, demasiados diría yo, les pareció que contar en el claustro con el autor de, entre otros muchos ensayos, El español y los siete pecados capitales, podía colaborar a que una universidad joven ganase presencia y conquistase renombre. Qué error, qué grave error. No es que se estableciese una competencia entre Egido y Díaz Plaja por una misma plaza, pues evidentemente no había lugar ni se hubiese sostenido la pugna; fue sólo una cuestión de postura académica local en pos del beneficio del honor externo y del escaparate. Fueron abundantes las voces que se levantaron a favor de la continuidad del segundo, que no obstante acabó yéndose igualmente, y pocas las que remaron a favor de la primera, por más que su marcha estuviera prescrita. Ni uno ni otro iban a permanecer, pero aquel episodio nos reveló a quienes éramos simples estudiantes algunas características de lo leonés que resultan especialmente despreciables y que explican en gran medida por qué estamos donde estamos.

     Mas, pasados los años, lo que merece la pena resaltar por encima de lo anecdótico, y eso es lo que anima este escrito, es que en nuestros años de formación universitaria sí contamos con importantes maestros y maestras, y esto es preciso ponerlo de relieve especialmente en estos tiempos en que la universidad española padece el azote de las políticas mediocres de nuestros gobiernos. Tal vez no fueran numerosos y tampoco hace falta que todos lleguen a la Academia para que se reconozcan sus valores, pero lo cierto es que sus enseñanzas nos hicieron mejores y nos alejaron de la simpleza de nuestros orígenes y del reinado de las apariencias. Por suerte, su ejercicio continúa sobrevolándonos en la adversidad y tenemos que seguir agradeciéndoselo. Así entendemos por lo menos las palabras de la académica Aurora Egido al asegurar que “las Humanidades serán capaces de hacernos remontar las miserias que estamos padeciendo”.

Publicado en Diario de León, 5 junio 2013

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