Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 17 de octubre de 2013

El viaje y las alforjas


     El viaje nos dura ya algo más de cinco años si tomamos en cuenta la fecha de aquel 15 de septiembre de 2008, cuando el banco de los hermanos Lehman anunció la presentación de su quiebra. Pero puede ser más largo todavía si nos atenemos a lo que piensan otros analistas de la materia, que vienen a considerar que desde la crisis del petróleo, en los años 70 del pasado siglo, todo ha sido ficción por lo que hace al crecimiento de las economías occidentales; es decir, que hemos vivido en la pura ilusión y que sólo el recurso al crédito y la irregular expansión financiera han sostenido el negocio. Sea como fuere, lo cierto es que el periplo se eterniza, mucho más naturalmente en el segundo de los supuestos, aunque el sufrimiento sólo haya estallado en apariencia a partir del primero: lo que los ojos no veían, no querían o no se les permitía ver, no era sentido en el corazón.

     Y es precisamente en el corazón donde más se siente el peso de las alforjas que nos han endosado para este viaje, porque es en esa víscera lastimada donde mejor se advierte y se evalúa la carga del dolor. Esas alforjas (ya saben: unas simples bolsas de tela o talega que portaban los campesinos colgadas al hombro o sobre los lomos de caballerías para llevar la comida de la jornada o las herramientas de trabajo) nos dijeron que contenían las reformas con las que sanarían nuestros males, que en el fondo no era sino uno solo: la deuda. Por contener, incluso en ellas cabía hasta una reforma constitucional rauda y vergonzosa, ejecutada al alimón por los partidos mayoritarios allá por el verano de 2011 con el objetivo de rendir máximo culto a la causa de nuestros desvelos. También es verdad que a su lado había, y no es cosa menor, un par de reformas laborales, varias congelaciones salariales, el copago farmacéutico, la ruina de lo público, la subida de impuestos, la destrucción de la negociación colectiva y ahora, anuncian, la ofensiva contra las pensiones. Todo a mayor loa de la deuda y su satisfacción.

     De modo que aquí estamos, en otro episodio del viaje que en este caso recibe el nombre de Presupuestos Generales del Estado para el año 2014, sexto de nuestro itinerario doliente. Y lo que descubrimos en sus gruesas cifras es que, curiosamente, la dichosa deuda vendrá a situarse el año próximo casi en los mismos niveles que el Producto Interior Bruto, esto es, que no ha cesado de crecer en este lustro y que ya somos solamente eso, pura y llana insolvencia. Y si esto es así a pesar de la carga que hemos soportado hasta la fecha en las alforjas, que en muchos casos nos ha dejado baldados, lo que cabe preguntarse es a qué ídolo hemos dedicado en verdad este ejercicio de sadismo gubernamental y si no será hora de aliviar la talega, empezando por supuesto por la aplicación de otras políticas.


     Desde que el emperador Carlos I nos empeñara a todos ante la banca alemana Fugger para pagar los excesos de sus coronas, este país sabe bastante de quitas, de rescates, de déficit y de bancarrotas. Todo lo cual no ha impedido que saliésemos adelante –así hay que decirlo para consuelo de pobres-, aunque los retrasos históricos a ello debidos tengan dudoso remedio. Mas lo que sí lo tiene, no haya duda al respecto, es el contenido de nuestras alforjas. Sustituyamos esos alimentos podridos y esas herramientas oxidadas por otro equipaje más útil en estas andanzas. Sin ir más lejos, dejemos de pagar esa deuda, lo cual es imposible de cualquier forma y acabará imponiéndose tarde o temprano, para no seguir colaborando en la fábula tejida por los poderes oscuros, antidemocráticos e inhumanos. Pues de la misma forma que hubo un crédito-trampa que nos trajo hasta aquí, la consagración de la deuda-trampa no persigue más que perpetuar ese status irreal hasta el delirio.

     Ya lo sentenciaba el dicho y así lo atestigua nuestra realidad cotidiana: para este viaje no hacen falta alforjas; al menos este tipo de alforjas evidentemente fracasadas. Entiéndase que con tal dicho lo que se señala es la inutilidad de haber hecho algo, revelación más que obvia si atendemos tanto a los severos números de los Presupuestos como si lo hacemos a las tristes cifras de andar por casa. Los unos y las otras nos muestran lo errático de nuestro viaje y, siendo benévolos, el bárbaro error de quienes lo guían.
Publicado en Diario de León, 17 octubre 2013

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