No se equivoquen: las sotanas
nunca se fueron. Pudo existir la apariencia en alguno momentos de que el rumbo
era otro, pero con toda franqueza les confieso que no advierto ruptura alguna
entre mis arciprestes y sus prelados. Ni siquiera, fíjense, en sus
comportamientos con la carne, que desde el fin oficial de la barraganía, allá
por el siglo XIII, parecía cosa resuelta y, sin embargo, ahí tienen sin ir más
lejos a mi dueño, el encargado de la iglesia toledana de San Salvador, que
casado me ha con su querida para tenerla bien a mano sin mayores miramientos.
Mas no nos perdamos en los
ardores del pecado, que no era por ahí por donde yo pretendía ir, y volvamos al
asunto. El poder de hisopos, mitras y toda otra impedimenta eclesiástica nunca
ha menguado en estas tierras nuestras. Es lo que obligó al anonimato a mi
autor, posiblemente un judío converso o un erasmista, tanto da al caso, que
eran cosas mucho más graves que los concubinatos, como bien comprenderán. Y es,
me temo, lo mismo que anima a su pintoresco Ministro de Educación en su afán
catequizador, que si pudiera bien la emprendería así mismo con los seguidores
de Erasmo, es decir, los humanistas, que suelen ser laicos cuando no
directamente ateos. Y por eso, cuando algunas de sus mercedes se empeñan en
identificar eso que llaman la marca España,
no olviden que grabada llevan a fuego esta cruz, como un moderno tatuaje de esa
época suya. Es lo que tiene ser la reserva espiritual de occidente, como decía
el extinto.
Pues bien, no se emocionen
ustedes con ese Papa canchero que les ha tocado en gracia. Es preferible que
continúen practicando su estilo europeo, al modo del alemán jubilado, que no
hace alarde de trucos sucios. Como mucho, se despide en latín, según mandan los
cánones y como hacían aquellos con los que yo conviví. Verbigracia Adriano VI,
de cuna holandesa, preceptor del emperador don Carlos, de quien no recibió
mejor paga que el encumbramiento al solio pontificio. Tal fue su afán
reformista de los vicios de la curia, evidentemente fracasado, que en el
cónclave que ustedes vivieron en 2013 se sugirió en broma que el nuevo Papa
tomase el nombre de Adriano VII, debido a la nueva necesidad de reforma.
Como ven, parece que no pasan
los siglos entre su época y la mía. Y no sólo por mor de la picardía y sus
refinamiento modernos, sino por la persistente y repetida calamidad
eclesiástica caída sobre nuestras cabezas.
Publicado en Notas Sindicales Digital, diciembre 2013
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