Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 11 de diciembre de 2013

Las sotanas


No se equivoquen: las sotanas nunca se fueron. Pudo existir la apariencia en alguno momentos de que el rumbo era otro, pero con toda franqueza les confieso que no advierto ruptura alguna entre mis arciprestes y sus prelados. Ni siquiera, fíjense, en sus comportamientos con la carne, que desde el fin oficial de la barraganía, allá por el siglo XIII, parecía cosa resuelta y, sin embargo, ahí tienen sin ir más lejos a mi dueño, el encargado de la iglesia toledana de San Salvador, que casado me ha con su querida para tenerla bien a mano sin mayores miramientos.

Mas no nos perdamos en los ardores del pecado, que no era por ahí por donde yo pretendía ir, y volvamos al asunto. El poder de hisopos, mitras y toda otra impedimenta eclesiástica nunca ha menguado en estas tierras nuestras. Es lo que obligó al anonimato a mi autor, posiblemente un judío converso o un erasmista, tanto da al caso, que eran cosas mucho más graves que los concubinatos, como bien comprenderán. Y es, me temo, lo mismo que anima a su pintoresco Ministro de Educación en su afán catequizador, que si pudiera bien la emprendería así mismo con los seguidores de Erasmo, es decir, los humanistas, que suelen ser laicos cuando no directamente ateos. Y por eso, cuando algunas de sus mercedes se empeñan en identificar eso que llaman la marca España, no olviden que grabada llevan a fuego esta cruz, como un moderno tatuaje de esa época suya. Es lo que tiene ser la reserva espiritual de occidente, como decía el extinto.

Pues bien, no se emocionen ustedes con ese Papa canchero que les ha tocado en gracia. Es preferible que continúen practicando su estilo europeo, al modo del alemán jubilado, que no hace alarde de trucos sucios. Como mucho, se despide en latín, según mandan los cánones y como hacían aquellos con los que yo conviví. Verbigracia Adriano VI, de cuna holandesa, preceptor del emperador don Carlos, de quien no recibió mejor paga que el encumbramiento al solio pontificio. Tal fue su afán reformista de los vicios de la curia, evidentemente fracasado, que en el cónclave que ustedes vivieron en 2013 se sugirió en broma que el nuevo Papa tomase el nombre de Adriano VII, debido a la nueva necesidad de reforma.

Como ven, parece que no pasan los siglos entre su época y la mía. Y no sólo por mor de la picardía y sus refinamiento modernos, sino por la persistente y repetida calamidad eclesiástica caída sobre nuestras cabezas.

Publicado en Notas Sindicales Digital, diciembre 2013

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