Las señales
con las que acostumbramos a identificarnos tienen tanta solera como la misma
historia del ser humano. Religiones, ejércitos, gremios y demás son colectivos
que siempre han cotizado al alza en la sección de complementos de los grandes
almacenes de esa historia. De hecho, no hay sondeo arqueológico donde no
aparezcan, al lado de bonitos esqueletos, todo tipo de piezas menores que
ayudan a identificar el origen de los finados y su pertenencia a grupos concretos.
Medallas guerreras, insignias de distinción, galardones y emblemas personales
son, pues, los antecedentes de otros símbolos de identidad mucho más actuales.
De entre estos últimos, el pin es un ejemplo ya duradero, con altibajos en su
popularidad y con diversas manifestaciones formales.
Lo
curioso es que aquello que lo caracterizaba como tal, esto es, su tamaño
reducido y su sujeción mediante enganche o alfiler en la indumentaria, conoció
tiempo atrás una mutación exitosa con la que no ha dejado de competir: la
chapa. Las diferencias entre el uno y la otra son evidentes. Por una parte, la
chapa, salvo excepciones, adopta siempre una forma circular, no importa su
diámetro, mientras que el pin, por lo general, se acomoda al contorno de lo
representado, es decir, de su referente. Por otra parte, el pin se empareja con
el logo, con el dibujo, con el aparato gráfico, mientras que la chapa lo hace
sobre todo con el lema, con el eslogan, con la frase. La primera de las
diferencias no tiene relevancia en verdad a la hora de explicar la preeminencia
de uno u otro símbolo, pues al cabo el círculo es una forma más y a la inversa.
Sin embargo, lo realmente decisivo es el enfoque de la comunicación, situar el
énfasis en lo sintético o preferir lo analítico, incluso en lo sincrético si
conjugamos ambos puntos de vista. Dependiendo de ello triunfa una u otra
expresión de una misma intención: significarnos visualmente ante los demás.
Por
eso, aparte de modas y de otros mecanismos del marketing, es así como podemos responder,
modestamente, a la razón de ser que anima al blog que nos soporta y a las dudas
de sus animadoras Crispularia, Mj y Blasfémina: ¿qué ha sido de los pins? Pues bien, sencillamente no ha ocurrido nada con
ellos, siguen viéndose en las solapas y en las viseras, en particular los de
naturaleza política (no hay cumbre de jerifaltes donde no se observen en el
ojal de sus americanas) y deportiva (obsérvense los adornos sobre el mar de
bufandas). Lo que ocurre es que, de forma un tanto paradójica –que es un rasgo
de esta época-, resulta que en unos tiempos tan sincopados como los nuestros ha
venido a triunfar el mensaje verbal sobre el grafismo, quizá porque es mucho
más reivindicativo, gracioso o epatante en un momento dado. No olvidemos que
reivindicar, hacer gracia y producir asombro son también constantes de la
sociedad poscontemporánea y, por tanto, de los individuos que la integran.
Así
que no creo yo que debamos inquietarnos mucho. Puesto que la vida es un eterno
retorno, tarde o temprano regresarán con fuerza los usos que hoy consideramos
despreciados, más o menos como ocurrió con la copla o con el glam, que también
hubo momentos en que nos parecieron horteras y desechables. Además, tampoco es
una cuestión de disputa a cara de perro, pues todos los formatos son
compatibles salvo para los muy forofos y fundamentalistas. Pensemos que las
señas de identidad y su demostración nos son consustanciales, que a todos nos
gusta diferenciarnos del otro ajeno a la que vez que nos identificamos
fácilmente con el otro nuestro y que, aparte de viciosos del coleccionismo,
desde los tiempos de Máximo Décimo Meridio, e incluso antes, hasta los del
pintoresco Kim Jong-Un, e incluso después, siempre hay ocasión para lucir
nuestras adhesiones inquebrantables. Mientras tanto, está bien que un blog como
éste ofrezca testimonio de estas cosas menores. No todo van a ser grandes y
deprimentes noticias.
Publicado en www.tepongounpin.blogspot.com, 1 abril 2013