Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

sábado, 30 de marzo de 2013

El yo entre la chapa y el pin



Las señales con las que acostumbramos a identificarnos tienen tanta solera como la misma historia del ser humano. Religiones, ejércitos, gremios y demás son colectivos que siempre han cotizado al alza en la sección de complementos de los grandes almacenes de esa historia. De hecho, no hay sondeo arqueológico donde no aparezcan, al lado de bonitos esqueletos, todo tipo de piezas menores que ayudan a identificar el origen de los finados y su pertenencia a grupos concretos. Medallas guerreras, insignias de distinción, galardones y emblemas personales son, pues, los antecedentes de otros símbolos de identidad mucho más actuales. De entre estos últimos, el pin es un ejemplo ya duradero, con altibajos en su popularidad y con diversas manifestaciones formales.

Lo curioso es que aquello que lo caracterizaba como tal, esto es, su tamaño reducido y su sujeción mediante enganche o alfiler en la indumentaria, conoció tiempo atrás una mutación exitosa con la que no ha dejado de competir: la chapa. Las diferencias entre el uno y la otra son evidentes. Por una parte, la chapa, salvo excepciones, adopta siempre una forma circular, no importa su diámetro, mientras que el pin, por lo general, se acomoda al contorno de lo representado, es decir, de su referente. Por otra parte, el pin se empareja con el logo, con el dibujo, con el aparato gráfico, mientras que la chapa lo hace sobre todo con el lema, con el eslogan, con la frase. La primera de las diferencias no tiene relevancia en verdad a la hora de explicar la preeminencia de uno u otro símbolo, pues al cabo el círculo es una forma más y a la inversa. Sin embargo, lo realmente decisivo es el enfoque de la comunicación, situar el énfasis en lo sintético o preferir lo analítico, incluso en lo sincrético si conjugamos ambos puntos de vista. Dependiendo de ello triunfa una u otra expresión de una misma intención: significarnos visualmente ante los demás.

Por eso, aparte de modas y de otros mecanismos del marketing, es así como podemos responder, modestamente, a la razón de ser que anima al blog que nos soporta y a las dudas de sus animadoras Crispularia, Mj y Blasfémina: ¿qué ha sido de los pins? Pues bien, sencillamente no ha ocurrido nada con ellos, siguen viéndose en las solapas y en las viseras, en particular los de naturaleza política (no hay cumbre de jerifaltes donde no se observen en el ojal de sus americanas) y deportiva (obsérvense los adornos sobre el mar de bufandas). Lo que ocurre es que, de forma un tanto paradójica –que es un rasgo de esta época-, resulta que en unos tiempos tan sincopados como los nuestros ha venido a triunfar el mensaje verbal sobre el grafismo, quizá porque es mucho más reivindicativo, gracioso o epatante en un momento dado. No olvidemos que reivindicar, hacer gracia y producir asombro son también constantes de la sociedad poscontemporánea y, por tanto, de los individuos que la integran.

Así que no creo yo que debamos inquietarnos mucho. Puesto que la vida es un eterno retorno, tarde o temprano regresarán con fuerza los usos que hoy consideramos despreciados, más o menos como ocurrió con la copla o con el glam, que también hubo momentos en que nos parecieron horteras y desechables. Además, tampoco es una cuestión de disputa a cara de perro, pues todos los formatos son compatibles salvo para los muy forofos y fundamentalistas. Pensemos que las señas de identidad y su demostración nos son consustanciales, que a todos nos gusta diferenciarnos del otro ajeno a la que vez que nos identificamos fácilmente con el otro nuestro y que, aparte de viciosos del coleccionismo, desde los tiempos de Máximo Décimo Meridio, e incluso antes, hasta los del pintoresco Kim Jong-Un, e incluso después, siempre hay ocasión para lucir nuestras adhesiones inquebrantables. Mientras tanto, está bien que un blog como éste ofrezca testimonio de estas cosas menores. No todo van a ser grandes y deprimentes noticias.

Publicado en www.tepongounpin.blogspot.com, 1 abril 2013

lunes, 25 de marzo de 2013

Time


     El lado sinfónico de la vida se lo concedimos a Pink Floyd casi sin discusión. Es verdad que también estuvimos tonteando con Yes, con Emerson, Lake & Palmer, con Tangerine Dream y con Rick Wakeman, entre otros nombres virtuosos. Pero la aparición, hace ahora justamente cuarenta años, del disco «The dark side of the moon» nos ganó para siempre. Experiencia teníamos ya, todo hay que decirlo, con sus precedentes «Atom heart mother» y «Ummagumma» muy en particular. Y sus secuelas apuramos después con «Wish you were here», sobre todo, y algo con «The wall». Sin embargo, aquel disco luminoso de 1973 sigue hoy dando vueltas en el plato como el primer día y, a pesar de la decrepitud y grandilocuencia posteriores que han agotado la carrera del grupo británico, todavía seguimos en buena medida instalados en aquellos tiempos: “Cansado de tumbarte bajo el sol, / quedándote en casa mirando la lluvia, / eres joven y la vida es larga / y hoy hay tiempo que matar”. Y, en fin, para rematar el argumentario, a aquella idolatría contribuyeron así mismo las imágenes que en aquel mismo año grabaron de la mano del director Adrian Maben en el anfiteatro de Pompeya, un vídeo de obligada revisión.

     Cierto es que para los jukebox de la época y para otros hit-parade el single donde se incluyó la canción Money vino a ser mucho más resultón. Prueba de ello son también las versiones y covers que ha conocido posteriormente. Pero para nosotros tuvo mucho más valor el segundo sencillo, donde se recogieron Us and them y Time. Ésta última fue, de hecho, la puerta de entrada al disco grande, a cuya cita estábamos emplazados. “Haciendo tic-tac con los momentos que componen un día monótono, / desperdicias y consumes las horas de un modo desconsiderado / dando vueltas en un pedazo de tierra en tu ciudad, / esperando por alguien o algo que te muestre el camino”. Los relojes y alarmas que se escuchan al principio del corte fueron precisamente ese algo motivador, que vino a romper además con el esquema clásico de guitarra, bajo y batería al que estábamos acostumbrados. Otras posibilidades de sonido, otros arreglos al margen de la partitura, otros instrumentos guiando la melodía, otros temas –tiempo, dinero, locura, muerte…- que empezaban a inquietarnos.

     “Y luego te das cuenta un día / de que tienes diez años detrás de ti, / nadie te dijo cuándo correr, / llagaste tarde al disparo de salida”. El eco de esta canción se prolongó como un aldabonazo sobre las conciencias, sólo comparable a lo que, años después, descubrimos en los versos de Jaime Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde –como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme la vida por delante…” Así que, por si hubiera alguna duda, tal y como escribió Bruno MacDonald, autor de Pink Floyd: Through the eye of the band, its fans, friends ando foes, “Uno puede temer que sea aburrido, pero en realidad es un álbum con buenas melodías y un cancionero brillante y pegadizo”.

     Lo dicho, que Time se editó en 1973, extraída del disco magistral «The dark side of the moon», que cumple cuarenta años de edad -¡qué barbaridad!-. El propio MacDonald lo recomienda de este modo: “Los que nunca han escuchado a Pink Floyd deberían comenzar por este disco”. http://www.youtube.com/watch?v=ntm1YfehK7U

Publicado en genetikarockradio.com, 26 marzo 2013

jueves, 21 de marzo de 2013

JUAN ÁLVAREZ: 1968. Un año de rombos

EL AUTOR.
Murciano (de Mula). Inicia su andadura como dibujante elaborando series de la productora Hanna Barbera y más tarde formando parte del equipo que realiza la serie Don Quijote de la Mancha para TVE. Gana el premio del concurso de la revista 1984 y a partir de la segunda mitad de la década de los 80 su obra aparece en TBO, ZONA 84 y TOTEM. En 1990 la revista El JUEVES comienza a publicar su personaje M.M. el loco del claustro. Actualmente, publica en la revista PLAYBOY para Estados unidos en en EL JUEVES. También coordina el Aula de Cómic de la Universidad de Murcia.

EL LIBRO.
Escribe Sergio Jorge en Tam-Tam Press: "Cuando el dibujante Juan Álvarez quiso hacer balance de su vida, se fijó en un año muy singular de la historia de España, 1968, cuando aún quedaba Franco para rato pero ya había suecas. Por eso 1968, un año de rombos es ante todo una historia de su infancia, pero también de la de millones de españoles. Como uno es mayor ya, se revisa, para encontrarse a sí mismo y explicarse, apunta el autor de un libro en el que la inocencia de un pequeño que pasaba todo el día jugando no le dejaba ver lo que realmente pasaba a su alrededor.
Es un niño que empieza a ser consciente de los valores que van a sustentar a lo largo de la vida: la amistad, el amor, el descubrimiento de que la muerte exista, de que la vida termina, apunta Álvarez sobre la reflexión que dio forma a su libro, un conjunto de historietas en las que el protagonista cuenta lo que pasa a su alrededor a la vez que va creciendo por dentro y por fuera.
Sus historias giran en torno a la televisión, esa ventana al mundo que aporta la fantasía que todo niño necesita. Y más en 1968, cuando a Franco le quedaban siete años, la Iglesia estaba muy presente en todo, políticamente no se podía decir ni ‘mu’…, afirma el autor".
Presentación en León, 21 marzo 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013

El drama


Aunque la retahíla de datos actúa sobre nosotros como un narcótico y nada expresa mejor la gravedad de lo descrito por ellos que un grito verdadero y grandioso, conviene no obstante detenerse en su recapitulación para observar la entidad del drama. Anotemos, por tanto, algunos de los últimos conocidos para común estremecimiento: desde 2007 a 2011, Cáritas ha aumentado el número de personas atendidas desde 370.000 a un millón; según estimaciones, en 2013 la cifra de personas desempleadas sin cobertura superará los tres millones; la renta familiar ha pasado de 26.000 euros por hogar en 2007 a 24.000 en 2011; en opinión de técnicos de Hacienda, se ha incrementado en dos millones el número de personas que en 2007 se encontraban en situación de precariedad; el presupuesto para gasto de personal de las administraciones educativas se ha reducido desde 2009 el equivalente al sueldo de 61.782 docentes; y así sucesivamente. Pero con toda seguridad no hay datos más escalofriantes que aquellos que hacen referencia a la locura de las finanzas, sobre la que pivota nuestro existir presente y nuestro porvenir. Por ejemplo, constatar que desde 2010 se han evaporado 15.000 millones de euros de las cuentas para políticas sociales, mientras que los bancos y cajas han recibido sólo en 2012 más de 40.000 millones dedicados a su supervivencia. O, yendo un poco más lejos, confirmar que las estimaciones hechas hoy sobre el año 2008, en el origen de la crisis, indican que el valor de los activos financieros y sus derivados era más de veinte veces mayor que el valor de la producción real, es decir, una auténtica hipertrofia financiera. Es verdad que el rostro auténtico del drama es el de las personas, que son las que debieran situarse en el frontal de las políticas, pero el decorado aquí expuesto viene a completar el cuadro y a explicar algo de los que nos sucede. Esa es la calamidad contra la que conviene seguir rebelándose.

Publicado en La Crónica de León, 22 marzo 2013

martes, 12 de marzo de 2013

San Francisco


     Pongamos por caso que la casa es azul, que está adosada a una colina y que la ciudad se llama San Francisco. Advirtamos de paso que la envuelve un ambiente propio de la literatura beat o de la cultura hippie. Supongamos que escribimos una canción a propósito de todo ello y para ensalzar a la vez una más que nostálgica felicidad. Probablemente entonces la mayor parte de la audiencia diría que se trata de San Francisco, una almibarada canción de Scott Mckenzie, que triunfó a partir de 1967 y que también llegó hasta nosotros previa introducción de las monedas y la correcta selección en las teclas del jukebox. Pero no, la casa azul, la colina, la niebla y Liza y Luc y Sylvia, sus habitantes, deambulan por la letra de otro cantable de idéntico título, San Francisco, escrita también a mayor gloria de esta ciudad tan evocadora, pero compuesta e interpretada por el músico francés Maxime Le Forestier. Y como la de Mckenzie, también sirve para dar testimonio de gentes amables y de vida bohemia, aunque con muchas menos flores en el pelo.

     Le Forestier no sonaba entonces en nuestras cajas de música ni en los programas musicales de televisión, que los había y los hemos perdido para siempre. Otros artistas franceses, lo cual tampoco sucede hoy en día, se habían hecho populares entre nosotros: unos más comerciales, como Adamo, Sacha Distel o Silvie Vartan; otros con cierto halo de existencialismo o de revuelta, como Françoise Hardy, Georges Moustaki o Serge Gainsbourg. Maxime Le Forestier nos llegó en realidad mucho más tarde, a principios de los ochenta, a través de una lectora que vino desde Burdeos a la Escuela de Magisterio para coronar nuestra relación apasionada con la lengua francesa. Esa relación se había iniciado con once años, en el primer curso del muy antiguo bachillerato, cuando el francés se nos presentó por primera vez como asignatura. Para unos muchachos que no habían salido prácticamente del contorno de su barrio y que tenían en la televisión una referencia todavía muy básica, de repente un mundo más allá estalló ante sus ojos y ante sus orejas. Y se hizo el amor. Esto seguramente no es algo fácil de sentir en la actualidad cuando, a fuerza de consumir series y películas, los mismos muchachos de once años conocen hoy mejor las calles y los edificios de Nueva York o de San Francisco que los de las ciudades donde viven.

     Fue así como nuestro repertorio de melodías francesas incorporó más nombres y personajes en la misma proporción en que, curiosamente, decrecía hasta su casi total desaparición de la escena española. Cierto es que Internet y otros cultos paganos han recuperado a lo largo de los últimos años algunas nuevas referencias del norte, tal vez con Benjamin Biolay o Dominique A en cabeza, incluso con Carla Bruni por razones del corazón. Pero el agujero general es ya enorme y difícilmente lo podrá llenar este breve comentario menor.

     El caso es que Maxime Le Forestier grabó San Francisco en 1972 y la incluyó en su primer álbum, titulado «Mon frère». En 2011, un equipo de televisión buscó y encontró aquellas casa azul, situada al parecer en 3.841 18th Street. Para entonces estaba pintada en verde claro. http://www.youtube.com/watch?v=q61cFrsB9Gw

Publicado en genetikarockradio.com, 12 marzo 2003

viernes, 8 de marzo de 2013

La concejala


     Con motivo del Día de la Mujer, la concejala de ello ha decidido honrar a su género y promover unos simpáticos talleres. Invoca ella la tan necesaria “igualdad de trato y oportunidades en todos los ámbitos de la vida” y selecciona tres de éstos para abordar tan nobles objetivos: la defensa personal femenina, la iniciación a la informática y la prevención y seguridad en Internet. Unos asuntos apasionantes, sin duda, aunque situados en las antípodas de la razón de ser que anima esta jornada reivindicativa y que tornan a abundar en una visión paternal y protectora más que en la aspiración de un justo emponderamiento de las mujeres. Y no es que a la concejala de ello le falten referencias al respecto: ahí tiene a sus compañeras de militancia Sáenz, Mato, Báñez, Pastor, Cospedal, Aguirre, Carrasco y otras con notable participación en ámbitos de decisión laboral, política y social. Lo cual no obsta para que alguna de ellas luzca peineta y mantilla en las procesiones toledanas, que ésa es otra materia que también podría dar bastante de sí en talleres concejiles. No, lo que ocurre es que, tal y como también glosábamos hace quince días a propósito del concejal de ello, algunos de nuestros ediles confunden la modernidad con la caspa y la tecnología con el aparente progreso. Si a éste la poesía le parecía obsoleta, para aquélla el 8 de marzo es poco menos que la consagración de la debilidad como santo y seña de lo femenino. No de otro modo se pueden entender la vulnerabilidad que aconseja la defensa (“junto con menores y personas mayores”, según argumenta el programa) o lo que llama “brecha digital de género” que se quiere sellar de forma tan simple. En fin, ningún taller sobra en pos de la igualdad, en particular uno de primeras habilidades destinado a concejalas de ello, pero lo que se les reclama a estas alturas de la historia es que actúen con sensatez y que al menos no se tomen la fecha en vano.

Publicado en La Crónica de León, 8 marzo 2013

martes, 5 de marzo de 2013

¿Qué información?


     Paseando en medio del paisaje de locales cerrados que hoy singulariza a nuestras calles, quizá no hayamos reparado en que más de 7.000 de ellos estuvieron ocupados por quioscos de prensa. Naturalmente, a la hora de hablar de la crisis de los medios de comunicación, suele hacerse mucho más hincapié en aquellas publicaciones que desparecen o en el insoportable número de profesionales de la información que son condenados al desempleo. Pero el dato antes aludido es también un gran ejemplo de cómo está evolucionando la relación de la ciudadanía con los soportes informativos. Señala Juan Luis Cebrián que “en las sociedades avanzadas más de un 25% de los lectores recibe las noticias a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o tabletas, y el proceso no ha hecho sino empezar. Estamos ante una transformación colosal, que entre otras cosas generará muchos empleos de perfiles distintos a los tradicionales, para los que en gran medida los profesionales no estamos adecuadamente preparados”. Posiblemente, podríamos añadir, tampoco lo estén los consumidores de información.

     Porque al cabo no se trata sólo de nuevas formas de acceso a la información, sino de la gestión y el tratamiento que esa información reciba para ser consumida. Por ejemplo, el asunto no consiste en la velocidad con que somos informados, algo que al parecer merece gran valoración en los soportes y en los canales cada vez más al uso. Por el contrario, deberíamos superar cuanto antes este sarampión del vértigo en lo noticiable porque, lo apunta el escritor Jordi Soler, “estamos saturados de noticias veloces, que no siempre son importantes y, quizá, sería mejor no saberlas porque consumen un tiempo, y un espacio, que podríamos aplicar en otra cosa”. Así pues, cabe intuir que en un próximo futuro, nada nuevo por otra parte, convivirán fórmulas a dos velocidades, y lo importante a nuestro juicio será impulsar lo más posible la lentitud. Ése es trabajo también de los profesionales de la información: el apostolado de la lentitud, lo cual es sinónimo de reflexión, de análisis, de crítica y de rigor. Y como buen apostolado, tendrá, los está teniendo ya, tiempos duros, presiones empresariales y apremios tecnológicos; más, como toda fe verdadera, debería acabar orillando a otras orientaciones sectarias para eludir la manipulación, el error o la vulgaridad.

     En el tránsito que nos lleva hacia una sociedad digital plena y aparentemente inevitable –sólo en apariencia- existirán tensiones y oportunidades. Éstas últimas incorporarán sin duda lo mejor de nuestras experiencias clásicas, analógicas o como queramos llamarlas. Por lo tanto, lo peor que podríamos hacer, ocupemos el flanco de la información que ocupemos, sería desprendernos del bagaje acumulado por puro afán de modernidad y de última hora. Más bien debiéramos todos sosegar el experimentalismo ñoño, alejar ademanes defensivos y optar por una actitud mucho más atrevida. También en eso se pone de manifiesto la tranquilidad. Los medios digitales, a fuerza de urgencias, degluten lo que se les ponga por delante y lo vomitan en forma de simples titulares. Por lo general, nada o muy poco hay detrás, ni en información ni en elaboración. Como máximo, una fotografía de adorno o un vídeo impactante para llamar la atención. Todo esto pervivirá y se acentuará, con toda probabilidad, pues también la simpleza es poscontemporánea. Pero nadie dude de que no menos poscontemporánea habrá de ser la lentitud, un auténtico acto revolucionario.


Publicado en Tam-Tam Press, 5 marzo 2013

viernes, 1 de marzo de 2013

Las crisis cantadas


A estas alturas del partido parece no quedar ángulo alguno para el análisis de las crisis, sus efectos y sus dramas. O tal vez sí. Nadie, que sepamos, se ha entretenido en la narración de este fenómeno que abre una nueva era desde el punto de vista del cancionero. Resulta así que ese rol parecía predestinado para las páginas y los sonidos de Moderato Cantábile, siempre dispuesto a rastrear entre los cantables una expresión diferente de nuestra realidad. De modo que a ello vamos.

Para empezar, nada mejor que recorrer un puente en el tiempo que nos lleve desde los años 70 del pasado siglo hasta la actualidad. En 1977, el desaparecido Carlos Cano grababa La murga de los currelantes [http://www.youtube.com/watch?v=5bP7Eza1w70&feature=fvst] y, en 2012, Paco Ortega hacía lo propio con La culpa es de los mercados [http://www.youtube.com/watch?v=uhs3r12UKrg]. Entre una y otra canción, casi como un viaje de ida y vuelta, se extiende la historia moderna de un país que alcanzó su madurez precisamente en 1980, hace menos y nada, cuando el Fondo Monetario Internacional nos declaró como un país industrializado, dos años después de haber alcanzado la mayoría de edad política con la Constitución de 1978. Hoy, todos los indicadores económicos, sociales y laborales parecen devolvernos al punto de partida, incluso se da la curiosa coincidencia de que nuestras dos canciones de cabecera compartan numerosos puntos en común: ritmos populares andaluces, ironía de la buena y denuncias en clave política.

Nada nuevo por otra parte. La España eterna se retroalimenta a sí misma una vez más. Corría el siglo XIV cuando dos poetas, Juan Ruiz Arcipreste de Hita y el catalán Anselm Turmeda, escribían textos coincidentes sobre nuestras miserias y calamidades, resaltando con finura el manejo que solemos hacer los españoles del dinero. Paco Ibáñez [http://www.youtube.com/watch?v=_qpzm2hHVtc] y el valenciano Raimon [http://www.youtube.com/watch?v=JUAc8Er0BvE] los devolvieron a la actualidad para refrescarnos la memoria; lo mismo que hizo el primero con otro texto de parecido significado, en este caso firmado por Francisco de Quevedo ya en el siglo XVII [http://www.youtube.com/watch?v=F21w6Ayw35c]. Da la impresión, en suma, de que eso que ahora llaman la “marca España” no busca otra cosa que eludir el estigma de nuestras crisis, corrupciones y abusos perpetuos, el auténtico y casi único genoma español desde los tiempos de Lázaro de Tormes.

De hecho, las mismas constantes reaparecen si, al proseguir nuestro itinerario temporal por los cantares, nos plantamos en años mucho menos remotos y nos da por escuchar a Luis Eduardo Aute [http://www.youtube.com/watch?v=BgeEUIyyQ5k] o a Amparanoia [http://www.youtube.com/watch?v=91bIcdeb4cs]: “Hacer dinero con lo que sea, / hacer dinero es tu tarea”. Dinero, pasta, cuartos, plata, parné, guita… esas monedas que, desde su invención, tanto gustamos acumular. Y así es como se dictan leyes, se crean necesidades, se imponen mercados, se manipulan precios, se corrompen gobiernos… todo con tal de acumular riqueza sobre el hambre y la miseria de los desheredados de la tierra.

Porque nadie piense que lo nuestro es en verdad del todo diferente. Si abrimos el foco, los ejemplos se multiplican y nos sitúan en clave universal: “El dinero es un crimen. / Compartidlo justamente, pero no toméis ni una rebanada de mi pastel. / El dinero, según dicen, es la raíz de todo el mal de hoy. / Pero si pides un aumento, no es ninguna sorpresa que no te lo concedan”. Así cantaban en 1973, cuando la crisis del petróleo, los entonces jóvenes muchachos de Pink Floyd [http://www.youtube.com/watch?v=CtQhMCUbpps], en uno de los cantables que en más ocasiones ha servido como banda sonora para las noticias económicas en estado más o menos terminal. Años después, Dire Straits les tomaría el relevo con la canción Money for nothing [http://www.youtube.com/watch?v=4LlQhwPWeIw], para volver a resaltar las contradicciones entre el sueño y la realidad. La multiplicación de los euros y de los dólares, como la de los panes y los peces, se prometía larga y copiosa. La burbuja se inflaba con todos nosotros dentro y los mercaderes tóxicos hacían sus negocios con la mayor de las desvergüenzas. De pronto, vino la crisis y aquí se ha quedado, dando lugar a un nuevo episodio de Tiempos nuevos, tiempos salvajes [http://www.youtube.com/watch?v=2ad8qQ-_mgI].

     Hasta aquí la lección de economía cantada que a Moderato Cantábile le ha correspondido dictar para completar el relato de nuestras crisis, en particular de la económica y financiera que tanto sufrimiento nos produce. Situemos en el final un pensamiento y otra canción. La idea es del escritor Juan Cruz, para quien “En épocas de gran penuria el dinero se llamaba limosna. Ahora es una palabra y una amenaza que salta como los lagartos y como las pesadillas”. La canción se titula Salud (dinero y amor) [http://www.youtube.com/watch?v=FmwIE4Jrsfk] y es un brindis muy necesario para sortear la catástrofe. Ya lo apuntaba El Roto en uno de sus dibujos: “Al final de un callejón oscuro siempre hay un bar”.

Publicado en Conecta León 4, marzo 2013