Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 28 de febrero de 2014

Curso del 79


     Ciertos días te despertabas y había muertos. No muertos sin más: muertos asesinados. Despertar de ese modo es algo bastante abrupto y la causa no suele ser un mal sueño, sino una vigilia salvaje que genera pesadillas.

     Allá por el curso 1979/80 tres estudiantes fueron asesinados: José Luis Montañés y Emilio Martínez por la policía y Yolanda González a manos del Batallón Vasco Español. No importaba el contexto, en ese caso el rechazo a la Ley de Autonomía Universitaria de la UCD; la extrema derecha, uniformada o no, seguía actuando con impunidad contra uno de los colectivos que con mayor fuerza luchaba por la libertad y por la democracia: los estudiantes.

     No había redes sociales ni teléfonos inteligentes, pero la noticia se desplazaba con la misma velocidad de la rabia hasta llegar a los últimos terminales, que acto seguido se convertían en los primeros en reaccionar: facultades, escuelas universitarias, institutos… A punto de amanecer todavía, se constituían las asambleas y se decidían los paros; la sesión continuaba entonces con otras propuestas de acción inmediata: saltos, encierros e incluso alguien hubo, estudiante de Magisterio él, que sugirió romper las vidrieras de la catedral porque eso nos aseguraría una página en Interviú. Las tardes eran para la coordinación con la gente de otros centros y para preparar tareas un poco más complicadas: una manifestación legal, por ejemplo. No era poca cosa, alguien tenía que dar la cara, es decir, firmar la solicitud ante el Gobierno Civil, que te la podía autorizar o no. En aquella ocasión, si no recuerdo mal, fue un joven rubio, de las Juventudes Socialistas creo, que luego, con los años, se hizo bastante famoso. Y sí, el ilustrísimo Gobernador nos permitió salir a la calle ordenada y discretamente, tanto que condujo el itinerario hacia el paseo a la orilla del río, un lugar magnífico para pasear o manifestarse una tarde/noche de invierno en un fría ciudad de provincias.

     Aquel era, pues, un paisaje corriente, ni mejor ni peor que el actual, pero con objetivos más claros y, por lo general, mucho más compartidos, mucho más sentidos desde la epidermis hasta el tuétano. La estela de los muertos era poderosa.

     Por lo demás, estudiábamos, jugábamos al mus y hacíamos bailes de fin de carrera. Y naturalmente leíamos historietas gráficas, sobre todo El Papus y Por Favor, que junto a El Viejo Topo y Popular 1 fueron textos tan fundamentales en nuestra formación académica como el Ferrández/Sarramona/Tarín o algunas perlas de Rodari. En los pasillos siempre había alguien que te vendía El Mundo Obrero u otras publicaciones de combate y que, cada vez que ocurría alguna movida, veía renacer el espíritu de mayo del 68. No fue así, me parece que por fortuna: ya tuvimos bastante con el espíritu y la carne del 79.

Texto para exposición y catálogo de Manuel Jular:
“Humor –gráfico- en tiempos revueltos” 

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