Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 14 de mayo de 2014

El mapa del tiempo


     Cuentan que uno de los programas más vistos en cualquier cadena televisiva es el que se encarga de la información meteorológica. Las audiencias se disparan en esos momentos y sus productores exhiben todo tipo de herramientas visuales para captar más y más la atención. A su vez, los hombres y mujeres del tiempo, como actores de una gran superproducción, exhiben maneras y lenguajes que, de inmediato, se incorporan a nuestro existir. Por último, envueltos en esa gran turbulencia mediática y en las artes oscuras de la participación teledirigida, los mudos espectadores añadimos nuestro granito de arena con fotografías, tuits y otros recursos tecnológicos.

     En realidad no es nada nuevo. El refranero, como expresión arcaica de la voz popular, cuenta con un ancho capítulo de sentencias relacionadas con el devenir de los meteoros. Y, por su parte, el calendario zaragozano no ha dejado de tener adeptos a sus informaciones sobre esta materia, por más que poco científicas, desde mediado el siglo XIX. Todo esto sin necesidad de hacer referencia a métodos como las cabañuelas, la marmota u otras fórmulas curiosas y tradicionales en el arte de la predicción.

     Pero la novedad en estos tiempos es doble: la preocupación por lo que no preocupa en detrimento de lo que debiera preocupar y la necesidad de certezas sobre el futuro incierto.

     Destacaba el periodista Miguel Ángel Oliver en una conferencia que en su informativo de los fines de semana en Cuatro se hacía el seguimiento detallado de audiencia de todo cuanto en él se relataba y que dos materias, deporte y tiempo, elevaban los picos de seguimiento sin necesidad de ningún alarde especial. Para el resto de noticias, no importaba de qué tipo o contenidos, el índice se venía abajo si exceptuamos el capítulo inicial de titulares. Así pues, la conclusión es fácil de extraer, al menos por lo que hace a la información televisada, y a nadie extrañará que esas dos materias ocupen cada vez más un espacio mayor y cobren incluso una dimensión espectacular. De paso, sin saber lo que fue antes, si el huevo o la gallina, restamos importancia a lo importante y andamos por la vida con el mundo dibujado a base de titulares, de goles de la jornada y de un nudo de isobaras.

     Sería un mundo feliz para el pensamiento neoliberal si no fuera por la zozobra que el envés de esta evidencia nos descubre. Porque en el fondo, deportes aparte, el interés por el mapa del tiempo no es otra cosa que el interés por un futuro calculado, medido en predicciones aritméticas y definido de forma alegre y vistosa, incluso cuando se anuncian tormentas. Todos quisiéramos en verdad disponer de una bola de cristal que nos revelara el porvenir con precisión meteorológica, un anticiclón por aquí, una borrasca por allá, un frente ocluido por el otro lado y así sucesivamente. Es la necesidad de certezas la que alimenta el interés por ese mapa del tiempo tan cabal, no ya el anticipo del paraguas para el día siguiente o el tempero para las labores agrícolas. No se piense, pues, que es irrelevante este interés de las audiencias. Todo lo contrario, nos demuestra la naturaleza de la época poscontemporánea tan necesitada de algún tipo de asidero que nos permita adivinar lo que va a ser de nosotros. Por desgracia, ese futuro no lo definen ya ni la política ni la sabiduría académica. Se encargan de ello, como si tal cosa, los hombres y mujeres del tiempo. Benditos sean.

Publicado en Tam Tam Press, 14 mayo 2014

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