Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 11 de julio de 2014

De los videntes a los griales


     Náufragos en el mar de confusión, pasajera o permanente, de los tiempos poscontemporáneos, las certidumbres se persiguen como el pan, como el techo o como el trabajo, las otras tres carencias de la época. De modo que, sometidos por el ansia o por la pura necesidad, dispares se nos muestran al cabo las formalidades de esa búsqueda sedienta, algunas de las cuales ayudan también a comprender este contexto torcido.

     Obsérvese el caso, por ejemplo, del individuo de color más bien oscuro que reparte por las calles de esta ciudad de provincias octavillas con la siguiente inscripción: “Maestro Sako. Auténtico vidente espiritual africano”. Léanse acto seguido los diarios locales, e incluso nacionales, y repárese en el siguiente titular repetido en varios formatos y ediciones: “¿Está el Santo Grial en León?” (ABC 29/03/2014). Videntes, no cualquier vidente, y griales, no cualquier grial, unidos pues por un azar que no necesariamente es tal, sino un signo más de lo que apuntamos. Rarezas en suma para iluminar con una u otra fe esta edad rara.

     Sin entrar en su verosimilitud, son asuntos los dos extraordinarios, impropios al menos de la edad pretérita. Conservan de ella, sin embargo, la pervivencia del hecho religioso en su vertiente más fantástica, una constante eterna del género humano, ya se trate de lo curativo o milagroso, ya sea de lo mágico o místico subido de tono. Uno y otro aúnan además el exotismo y la leyenda, modalidades siempre exitosas para escapar de lo real y de lo inmediato, que se rechazan por adversos. Mas lo extraño en verdad es este continente que los acoge, este espacio eternamente monótono y repetido sobre sí mismo durante siglos, esta ciudad de piedras muertas donde lo insólito, como mucho, eran sus peregrinos jacobeos y donde las leyendas eran de lobos o de vírgenes aparecidas. Es el nuevo mundo competitivo y transfronterizo el que ha aproximado hasta nuestras puertas la espiritualidad africana y el que nos lleva a figurar que al interior de ellas habita el cáliz divino que atraerá el fervor y la curiosidad de nuevas masas viajeras. Es decir, el dinero.

     Así pues, donde fueron curanderos y confesores de toda la vida se sitúan hoy adivinos y hechiceros; donde fue por siglos el gallo de San Isidoro, son ahora las sagradas formas de un grial presuntamente sagrado. Todo, eso sí, con afán de prolongar el hechizo sobre lo cotidiano y extenderlo en lo global para importar visitantes: unos dejarán su óbolo, otros tratarán de recaudar el suyo, todo un intercambio económico entre el más allá y el más acá con sede en un geriátrico. No nos salvarán ni las industrias ni las tecnologías, no la harán ni la ingeniería ni las humanidades, no: el futuro por estos páramos vuelve a ser el pasado dado la vuelta. Las autoridades lo celebran ya encantadas, mientras se zambullen a su vez en otro eslogan ajado –la cuna del parlamentarismo-, y la ciudadanía toda aguarda el zumo de ese cáliz también para bañarse en él. Lo dice el propio Maestro Sako en su propaganda volandera: “no hay problema sin solución”, que es lo mismo a la postre que recogía el refranero en sus sentencias: “el que no se consuela es porque no quiere”. Por lo visto, hasta los refranes van a convertirse en cronistas de la ultraposmodernidad.
Publicado en Tam Tam Press, 11 julio 2014

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