Blog de Ignacio Fernández

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viernes, 5 de junio de 2015

Pacto de ciudad


     Pongamos por caso la radiografía de las ciudades españolas recientemente publicada por el diario Expansión. Se cuenta en él que el Ayuntamiento de León ha experimentado un aumento de su deuda en un 164% desde el año 2011, lo que sitúa a la ciudad en la posición previa a la antepenúltima del país entre las de más de 50.000 habitantes. Por otro lado, en materia de desempleo, la capital es la séptima que peores números registra, con un aumento del 11% en la tasa de paro desde diciembre. Con los datos registrados en abril, la cifra de personas paradas en la capital se acercaba a las 12.000.

     Poco nuevo se descubre en estos datos, la verdad. Nada que no tenga un reflejo amargo en nuestras vidas corrientes, a pesar de que los debates preelectorales apenas hayan abundado en ello salvo de forma más que genérica. Da la impresión de que tampoco ahora, ni en la construcción de pactos ni en las arquitecturas de gobierno municipal, se presta especial atención a estas cuestiones sustanciales. Sin embargo, el mapa es tan dramático que bien debiera merecer una actuación política novedosa y arriesgada. Lo mismo que reclaman otras materias cuya solución requiere mucho más que imaginación y tiempo. Porque éste es otro componente importante del panorama, la certeza de que para dar solución a los grandes problemas ciudadanos se ha de requerir mucho más que una legislatura y, por tanto, habrán de elaborarse políticas a medio y largo plazo que comprometerán necesariamente a más de una corporación. Y, en fin, si tenemos en cuenta también el férreo corsé establecido por las leyes locales del ministro Montoro, o de todo el Gobierno actual en suma, concluiremos que la capacidad de maniobra es escasa y que bien haríamos en sumar esfuerzos contra ese destino gris escrito en hojas de cálculo insensibles.

     Éstas y otras consideraciones parecidas nos llevaron a proponer, hace ahora tres años, un pacto de ciudad. La propuesta, hoy, sigue teniendo valor, como vemos, y sigue siendo necesaria. Muy por encima incluso de la geometría derivada de las últimas elecciones municipales y de esa fiebre pactista que en ocasiones parece más bien una rifa. No nos referimos a gobiernos de concentración o cosa parecida. No, que gobierne quien tenga que gobernar, pero que ese gobierno, en asuntos fundamentales, se acomode a acuerdos que vinculen a todas las fuerzas políticas, sociales o vecinales con un claro objetivo: que la ciudad abandone el pozo en el que hoy está sumida.
     Los retos a los que se enfrenta el municipio son mayúsculos y afrontarlos con el propósito de resolverlos requerirá algo más que aritmética electoral. Por eso mismo será bueno ampliar el diámetro del compromiso incluso más allá de los muros consistoriales. Es la ciudad en su conjunto la que debe asegurar ese proceso de un modo participativo, guiando el paso de sus representantes electos, a quienes corresponderá –y no es poco- la gestión más doméstica y corriente de los asuntos comunes. Pero los grandes objetivos urbanísticos, fiscales, sociales y culturales debieran ser causa de acuerdos más que generales para garantizar el éxito. Así lo hemos comprobado en legislaturas precedentes, cuando la acción parcial e interesada no ha hecho más que postergar soluciones y agravar en muchos casos los problemas. La nueva imagen, las nuevas caras y las nuevas ideas que han llegado ahora al Ayuntamiento son motivo suficiente para pensar que ha llegado así mismo el momento.

     El empleo, como hemos señalado al principio, es uno de esos problemas. Todos los grupos políticos lo han nombrado en campaña como una de sus intenciones prioritarias. Bienvenida sea esa declaración. Pero, seamos realistas, el margen de intervención desde este ámbito es limitado. Debe pasar, eso sí y en primer lugar, por ordenar el empleo propio, para lo que no se nos ocurre mejor herramienta que el impulso del Consejo Consultivo para la Mejora de los Servicios Públicos Municipales, creado con acuerdo general en el mandato que ahora concluye. Sobre todo porque ello redundará necesariamente en el fortalecimiento de dichos servicios, que es otro de los desafíos inmediatos irrenunciables, tal y como demandan nuestros ciudadanos y ciudadanas. Esa es la base sobre la que construir otras iniciativas relacionadas con la materia.

     Por último, la ciudad necesita no sólo resolver el déficit heredado sino tratar de proyectarse hacia el futuro. En tal sentido, hora es de que entremos de una vez en el siglo XXI. Poco nos resolvió en el pasado el León Real o la Cuna del Parlamentarismo; como poco nos resolverán las referencias a ese discutido cáliz que ahora se coloca en el escaparate de la imagen local. No se trata de que cada gobierno municipal invente un nuevo tótem, por lo general apolillado y fácilmente sustituible, sino de progresar de acuerdo con los tiempos que vivimos. Desde luego, éstos no pasan sólo por las piedras muertas, cuyo valor es el que es y reconocemos; más bien necesitamos con urgencia saber que nuestra ciudad habita en el porvenir y no en la eterna nostalgia.
Publicado en Diario de León, 4 junio 2015

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