Blog de Ignacio Fernández

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martes, 18 de agosto de 2015

Pan y vino

     Pocos referentes se nos presentan tan cargados de valor simbólico como esta pareja. Tanto da que se trate del título de una película con niño protagonista que una liturgia religiosa, el pan y el vino se acomodan a casi todo. No en vano, María Moliner recoge en su diccionario, aparte de innumerables especificaciones de cada término, hasta veintiséis locuciones para el primero y media docena para el segundo. Pues bien, uno de esos dichos nos parece más que oportuno así para los tiempos electorales en que andamos zambullidos como para el tratamiento de alguno de los asuntos que en ese trance se soban y sobarán sin descanso.

     Decimos al pan, pan y al vino, vino cuando pretendemos hablar claramente, sin rodeos, aunque lo que se diga resulte fuerte o negativo para alguien. En suma, cuando queremos llamar a las cosas por su nombre, sin disimulos y sin tapujos. Más o menos lo contrario de lo que define al lenguaje electoral corriente y cansino con que son azotados los electores sin piedad. No todo el lenguaje electoral, claro, pero sí una gran parte de él. Incluso hasta cuando se pretende vender un producto de dudoso gusto, donde lo normal es rizar el rizo, tal y como hemos observado por ejemplo con el candidato del PP en las elecciones catalanas. Es curioso que se le presente como la encarnación de la campechanía y que sea elogiado por su sinceridad y por decir las cosas claras. Es curioso porque en lo único en lo que se ha expresado con precisión ha sido en su actitud hostil frente al mundo de la inmigración, pero no así en otras materias, donde el suyo no es un lenguaje diferente al del resto de sus correligionarios. Dudoso blasón, pues.

     Estos correligionarios, como otros de diferente fe, colocan el empleo entre sus prioridades y lo hacen en general con la mayor de las imprecisiones, a lo bruto, como si semejante devoción no obligase a ritos concretos, a enunciados precisos, a sermones menos solemnes y más realistas. Con pedagogía y sin truco.

     Citemos el caso del Alcalde de León, tan exquisito con la imagen como impreciso con las palabras. Con motivo de la presentación de un informe sobre la actividad económica elaborado por el ILDEFE, concedió una ceremoniosa rueda de prensa para destacar que el empleo y el crecimiento mejoraron durante el último año en la ciudad de León y en su alfoz. Menos mal que mejoraron, pensaremos, aunque no se nos explique a costa de qué o de quién ni se valore el antes y el después de ese dato. El informe, o lo contado sobre el informe, se limita a realizar un corte sincrónico sin cruzar su medida con otro eje temporal dinámico que nos descubra toda la realidad. Lo que veríamos en ese nuevo y más ajustado dibujo es que León, la provincia y la capital sobre todo, ha perdido desde 2007 la mitad de su población activa de entre 16 y 19 años.

     Esa sí es una información relevante para entender el presente y aventurar el futuro. Una información confirmada además por la última Encuesta de Población Activa, que nos dice que más de un tercio de la reducción del desempleo no se debe a que toda esa gente haya encontrado empleo, sino que una buena parte ha dejado de buscarlo; por la edad, por desánimo o por la elevada emigración, tanto al extranjero como a otras comunidades autónomas. Es decir, que la población activa ha experimentado un gran cambio en su composición por edades a lo largo de estos últimos años, lo cual también hay que contarlo. Si consideramos el periodo de crisis, en Castilla y León el número de personas activas de 16 a 34 años ha descendido desde el segundo trimestre de 2007 hasta el segundo trimestre de 2015: en un 50% los de 16 a 19 años, en un 40,9% los de 20 a 24 años y en un 24,5% los de 25 a 34 años. Por el contrario las personas activas de más de 35 años han aumentado en ese mismo periodo, de tal manera que se ha producido un progresivo envejecimiento de la población en actitud y disposición de trabajar. Esto es en definitiva lo que hay que explicar si queremos llamar al pan, pan y al vino, vino.

     Y este panorama no mejorará, ni mucho menos, con los gastrobares que se anuncian para la vieja estación del ferrocarril (¡hay que ver el cielo que le tenían prometido!). ¿De verdad que el Ministerio de Fomento, el Ayuntamiento o quien sea no tienen mejores ocurrencias que ésa para un aprovechamiento productivo de ese espacio abandonado? ¿Es que sólo la hostelería y el turismo son el cielo que a nosotros nos prometen y con lo que van a rescatar a toda esa población que se nos ha ido? ¿Acaso desconocen que si la población decrece y la oferta crece, los primeros perjudicados serán los pequeños emprendedores locales a los que dicen mimar, tal y como sucede con el comercio y las grandes superficies? ¿Son los sueldos de la hostelería un ingreso tan suculento como para confiar en que contaremos con legiones de gourmets o hablamos de instalaciones de élite y para élites?

     En fin, es lo que señalábamos al principio: el pan y el vino valen para casi todo. Menos mal que no nos condenan a pan y agua, aunque con esas ideas todo llegará. Más vale que las cosas estén claras y el chocolate espeso.

Publicado en Diario de León, 18 agosto 2015

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