Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 24 de noviembre de 2015

O tempora, o mores

     Pues no, no se trata del tiempo de los moros, como mal traducía la exclamación ciceroniana un estudiante de bachillerato y así se recogía en una de aquellas antiguas antologías del disparate. Aunque, con toda franqueza, tampoco estamos lejos del desvarío y de la contradicción cuando de tiempos y costumbres tratamos en esta edad disparatada.

     Porque, como bien podría sentenciar el ilustre intelectual y orador don Mariano Rajoy, una hora es una hora y un minuto es un minuto. O tal vez no, según la misma oratoria alejada del modelo de Cicerón. En esas cuestiones andamos metidos de nuevo y no son fáciles de resolver en el actual reino de lo indefinido. Ni los relojeros suizos ni el Apple Watch nos proporcionan muchas pistas, más allá de lo que enuncia el catedrático de Filosofía Política y Social Daniel Innerarity: “La palabra futuro nos evoca algo inmediato, lo que tarda en caducar nuestro iPhone, un año y medio más o menos”. O lo que dura un viaje del AVE con cualquier origen y destino, puesto que al cabo las distancias no son hoy más que duración del viaje: el mapa sustituido por el cronómetro.

     O tal vez no, decimos y diría Rajoy, porque también eso del tiempo es relativo. Desde luego, no es lo mismo la gran magnitud temporal, por más que achicada, que los usos temporales cotidianos. Estos, al contrario que aquélla, tienden a extenderse casi hasta lo insoportable. Sobre todo en la medida de la jornada laboral. Es curioso, cuando casi todo el mundo a finales del siglo XX pensaba en el porvenir como la edad del ocio, aparece la que fuera Directora de Planificación del Departamento de Estado del gran imperio, Anne-Marie Slaughter, y advierte: Para muchos estadounidenses, la vida se ha convertido en una competición permanente. Trabajadores de todo el espectro socioeconómico, desde camareras de hotel hasta cirujanos, cuentan cómo trabajan 12 y 16 horas diarias (muchas veces sin que les paguen las horas extra) y sufren ataques de ansiedad y agotamiento. Los expertos en salud pública han empezado a hablar de una epidemia de estrés”. Así que he aquí una nueva paradoja poscontemporánea: el presente o no dura nada o dura demasiado.

     Y resulta que tales expresiones temporales no sólo provocan angustia o vértigo individuales. Otra consecuencia perversa se produce sobre la vida social y política que, si bien se mira, también desasosiega. Lo deja ver en un comentario la cronista Esther Palomera: “Se confunde regeneración democrática con renovación estética y la moda impone la jubilación de todo aquél con memoria o experiencia”. Pareciera, pues, que el pasado no tiene cabida en esta nueva conjugación, que los pretéritos estorban sobre todo si son imperfectos y que no queda otra que aferrarse a la irregularidad verbal. Son costumbres y tiempos, podría decirse, y a cada tiempo su costumbre. Sin embargo, siendo así y no siendo extraño, algo perturba el panorama más de la cuenta. Es esa referencia a la moda, es decir, el énfasis sobre lo efímero, lo intercambiable y movedizo que no mantiene buena relación con las ideas sólidas y fundamentadas, con el pensamiento. Menos todavía en el ámbito político, donde se debiera exigir algo más que simples eslóganes o imágenes brillantes. Malos tiempos estos en ese sentido, donde, como también advierte Innerarity, “la lógica de la moda ha invadido la lógica política y lo que tenemos son productos de temporada”. ¡Ojo, que hay elecciones en el horizonte!
Publicado en Tam Tam Press, 24 noviembre 2015

martes, 17 de noviembre de 2015

Horarios y jornadas

Mientras en países más avanzados que el nuestro se exploran fórmulas para reducir el tiempo de trabajo que no suponen un descenso de la productividad, que permiten un reparto del empleo y que facilitan la conciliación de la vida laboral y personal y una mayor formación, en nuestro país, con altas tasas de desempleo, seguimos en un modelo de empleo con un gran volumen de horas extraordinarias, muchas de ellas no remuneradas, y con largas jornadas laborales. De ahí el contraste entre, de un lado, el exagerado optimismo con que el Gobierno celebra la disminución del desempleo y el incremento en los valores de las grandes cifras de la economía española durante el último año, y, de otro, la realidad en la que se mueve el grueso de la población trabajadora.

Así se deduce si se analizan algunos detalles de la Encuesta trimestral de costes laborales, elaborada por el INE, que suelen pasar bastante desapercibidos. Observaremos así algo que ya es más que común: la creciente precarización del mercado laboral, especialmente en nuestra Comunidad, ya que hay en ella más trabajadores a tiempo parcial que en España por término medio y además trabajan, de media, menos horas al mes. Advertiremos también que se continúa reduciendo el número de horas no trabajadas (vacaciones, licencias, enfermedad…) tanto en la media nacional como en la referida a nuestra Comunidad, lo cual demuestra la exageración en el discurso sobre el absentismo laboral. Y notaremos, en fin, que en Castilla y León el sector de actividad en donde se pagan más horas por trabajador y mes, por término medio, es Industria (164,7), seguido de Construcción (163,4) y de Servicios (142), sector en el que la contratación a tiempo parcial tiene mayor presencia. Pero, con todo, lo más preocupante que descubre la Encuesta es el aumento de la utilización de horas extraordinarias en unos momentos en que tantos miles de personas buscan empleo y en donde el peso de la contratación a tiempo parcial, como hemos dicho, sigue creciendo.

Publicado en La Nueva Crónica, 17 noviembre 2015

martes, 10 de noviembre de 2015

Perder el Norte


            Lo que siempre fue el Norte hoy se llama el Tropical. Nada es inmutable, desde luego, y mucho menos los bares, que no obstante han sido a lo largo de décadas una seña de  identidad ciudadana más que importante. Desde tiempos remotos, a la orilla del hoy desparecido paso a nivel del Crucero, se situaba un típico bar de barrio con solera, con humo y con partidas en la sobremesa. Se llamaba el Norte, quizá por la cercanía ferroviaria que hacia el norte cardinal orientaba sus raíles, del mismo modo que hay todavía un bar Ferroviario y otras referencias cercanas de ese estilo que tienden a la desaparición. En el caso que nos ocupa, se perdió primero la solera a la par que las costumbres han ido transformándose; luego le llegó el turno al humo, hace ahora una década, como consecuencia de leyes y de otros hábitos dicen que saludables; finalmente, no se sabe si fruto de todo lo anterior o porque sencillamente la gente se muere y es sustituida por otra gente, huyeron los naipes, las fichas de dominó y la algarabía que les servía de envoltorio. El bar languideció, como languideció el barrio todo y su identidad obrera tradicional. Ahora, después de varios episodios fracasados que mantuvieron su raíz a base de tapas de callos y cafés bien hechos, el local se ha actualizado definitivamente: ha pasado a llamarse el Tropical y a ser habitado casi en exclusiva por inmigrantes latinos con sus nuevas maneras a cuestas, sus ruidos, sus aromas, sus ritmos y sus sentimientos. Es otra identidad, como es otra, ya digo, la del entorno entero. Y otros son los tiempos.


     Porque en eso de perder el norte, el rumbo, la brújula, el oremus o la tramontana, que tanto da, tiene mucho que ver la idea de identidad mal entendida. Románticamente entendida podríamos decir, en lugar de hacerlo con lógica o con propiedad, que al cabo es lo que indica el dicho: apartarse del comportamiento considerado lógico. Sí, la estrella polar que indicaba el norte y que buscaban los antiguos marineros para orientarse sigue ahí, en la cola de la Osa Mayor, pero a nadie se le ocurriría en la actualidad acudir a ese procedimiento. El rumbo, bien lo sabemos, lo indican hoy las cartas náuticas y todos los instrumentos que las apoyan, pero sobre todo el radar, el GPS y otros sistemas electrónicos. Podemos sentir nostalgia del pasado y novelarlo, pero da igual: sin haber desaparecido del todo, por supuesto, la identidad del concepto navegación no puede ser ya la misma.

     Algo así sucede, está sucediendo, con las identidades nacionales. Por más que argumentemos con la lengua (una realidad más que evidente), con la bandera (sometida al efecto de la polilla y otras personalizaciones de lo simbólico) y con la historia (muy manipulable), el resultado acaba remitiendo necesariamente al sentimiento, es decir, a lo que no es lógica ni razón, y en ese caso la posibilidad de perder el norte es inmediata. Tanto monta el norte global español como el norte desconectado catalán. Y por eso mismo resulta tan difícil construir de un modo artificial nuevas identidades regionales, como ocurre en el caso de Castilla y León, porque sin sentimiento no hay lógica ni razón que valgan.

     Ahora bien, ni se gobiernan los sentimientos, pues nunca el romanticismo se sometió ni a dueño ni a señor y por eso mismo llama a la desobediencia de las leyes, ni los gobiernos pueden ser sentimentales sin más. No. Puesto que mutamos, y en este siglo a mayor velocidad que en ningún otro momento histórico anterior, lo que nos permite construir país, región, barrio o lo que sea es el acuerdo, es decir, la política, cuya ausencia ha resultado atroz en el proceso independentista, así en el lado de los unos como en el de los otros. Es el ejercicio de la política, con lógica y razón, lo que asegura la evolución de los pueblos, de las regiones, de las naciones o de lo que convengamos; a través de ella se anticipan los cambios y se actúa sobre ellos para resolver el conflicto de intereses; y con su intervención, en fin, se hace frente a la necesaria evolución de la identidad individual o colectiva, que es un proceso obligatoriamente cambiante, obligatoriamente sometido al diálogo y al pacto. Si no se asume esto, mejor apagar la luz y volver sobre la estrella polar o al siglo XIX como están haciendo muchos.

     Es la política, en suma, la que permitirá que convivan la memoria del Norte con la actualidad del Tropical y que lo hagan con salud en un mestizaje que ya forma parte indeleble de nuestro ser. Sur y norte van y vienen por esas cartas de navegación, se mezclan pero no se confunden, se alían para progresar y se respetan. Lo demás, por no ser más crudos, es barbarie y sentimentalismo trasnochado.
Publicado en Diario de León, 10 noviembre 2015

viernes, 6 de noviembre de 2015

Melodías electorales

Año electoral este que tiende a su fin: 2015, e incluso su preludio, quedará marcado en nuestras memorias como el año de todas las elecciones decisivas, participemos o no de sus resultados con jolgorio o consternación. Y en todos esos procesos vividos o por vivir, siempre, como un estribillo reiterativo, un mismo y tedioso comodín: el cambio. Pues bien, sobre esta misma carta múltiple, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, Moderato Cantábile se propone en este capítulo mejorar en lo posible esa banda sonora electoral, que normalmente no suele ser muy afortunada, y demostrar de paso que el cancionero sabe también de estos asuntos y nos los presenta con tonos nada  inocentes. Por tanto y para abrir boca, puesto que de cambios hablamos, ningún otro cantable puede ser más idóneo para nuestra entrada que el perenne The time the are a changin de Bob Dylan [https://www.youtube.com/watch?v=abGzxWuLQP8]: “El orden está / destiñéndose rápidamente. / Y el que ahora es el primero / será después el último, / porque los tiempos están cambiando”.

Y el caso es que para observar ese acento político con el que a veces se nutren las canciones no es necesario ni siquiera remontarse a otros tiempos en apariencia más comprometidos. No nos hace falta retroceder a los primeros tiempos de la transición para rescatar mensajes, a pesar de que alguna opción política novel haya optado por revivir en sus mítines (asambleas los llaman ahora) ciertos himnos gloriosos como el Canto a la libertad de José Antonio Labordeta [https://www.youtube.com/watch?v=HTykbu6dXhg] o L’estaca de Lluis Llach [https://www.youtube.com/watch?v=vNSKik-Tuv0]. Tampoco se necesita, ni mucho menos, escarbar en la rabia que tiñó años atrás el repertorio de algunas bandas airadas y contestatarias que no se deben pasar por alto, con muestras tan sobresalientes como Trabajando para dios de Def con Dos [https://www.youtube.com/watch?v=CKZb0P5IReI], Matar o morir de Decibelios [https://www.youtube.com/watch?v=RuhcpJL6ToM] o Danza de los nadie de Hechos contra el decoro [https://www.youtube.com/watch?v=pVgtTNoYsmg].

Todo lo contrario, tan llena está la olla en estos tiempos desolados que pos sí solos se bastan para alimentar la inspiración de un puñado de músicos actuales que, seguramente, ni se han escuchado ni se escucharán en las celebraciones electorales. Sin embargo, sus relatos responden a un sentir colectivo que con toda probabilidad está mucho más cerca de la realidad de los votantes que cuantos otros cantos de sirena se hayan entonado o se entonen por los profesionales del tinglado político. Merece la pena, pues, escucharlos con atención por si  llegamos a tiempo de deshacer algún entuerto y empujar sin tensión a quienes aún se refugian en el tendido de los indecisos.
Para empezar, el dinero y sus mercaderes es temática más que preferente a la hora de la inspiración. Así proceden, sin ningún disimulo, Marlango y Bunbury en Dinero [https://www.youtube.com/watch?v=7XuJbwvCpfc] y Quique González en Dónde está el dinero [https://www.youtube.com/watch?v=vmgZ51fYSok]. Otros prefieren fijar su atención en los individuos más o menos cínicos que nos gobiernan, en sus miserias o en sus soberbias, según se mire, tal y como se expresan los andaluces Pony Bravo en El político neoliberal [https://www.youtube.com/watch?v=-bwHRq62i_Y] y los gallegos Siniestro Total en Todopoderoso [https://www.youtube.com/watch?v=PjkAYnwXtDs]. Por último, un grupo de canciones todavía más amplio se erige en retratos de conjunto para describir escenas más o menos generales de las que nadie puede ser ajeno; así ocurre con la más que estremecedora Golpe maestro de Vetusta Morla [https://www.youtube.com/watch?v=l-RlhNUabZY&list=PLluH4rDv8ueFOb2ia2Eege0OXad7aYKDc&index=10], con la muy emotiva y estimulante La marcha de la bronca de Rojo Cancionero [https://www.youtube.com/watch?v=t66iFXZjP9Y&index=11&list=PLwTXmGwK6Z1yhGwkLy3cWQByMET462-Rk], con la agitadoramente rebelde Resistencia de Ska P [https://www.youtube.com/watch?v=axsHy0HJMAU] y con la más que honesta Vergüenza torera de Rosendo [https://www.youtube.com/watch?v=tXknadjX-kY].

Ésta es sólo una colección, incompleta, de canciones importantes que miran, sienten y cuentan la realidad que hoy las envuelve; que se sostienen sobre textos mucho más dignos que la ñoñería y el sentimentalismo adolescente con los que se llenan las radio-fórmulas y otros medios; que demuestran la vitalidad de la palabra en adecuada armonía con la música; y que nos recuerdan, en fin, aquel viejo poema de Gabriel Celaya donde se destacaba que “la poesía es un arma cargada de futuro” [http://www.elcultural.com/noticias/letras/La-poesia-es-un-arma-cargada-de-futuro/1440]. Ni son panfletos ni son cantos épicos sin más. Conviven perfectamente con otras inquietudes y otras maneras de ver el mundo. Simplemente no son canciones ciegas ni desarraigadas. Y, claro, casan mal, muy mal, con los himnos y fanfarrias de los actos electorales, con sus doctrinas tópicas y con sus protagonistas planos las más de las veces. Son un cancionero-guía para votantes espesos o para ciudadanas y ciudadanos despistados en un contexto más que adverso.

Y como quiera que la política debe ser mirada también con optimismo, precisamente para conseguir transformarla, hemos guardado para el cierre dos detalles cargados de encanto y de resonancias esperanzadoras, dos piezas imprescindibles que descubren actitud y confianza admirables. La francesa Zaz canta en Je veux https://www.youtube.com/watch?v=eMo2p70b4KA  algo más que un programa electoral: “Quiero amor, felicidad, buen humor, / no es vuestro dinero el que me hará feliz. / Yo lo que quiero es morir con el corazón en la mano”. Y Pedro Pastor, que visitó en febrero el Albéitar ante un dolorosamente escaso público, remata la faena con todo un disco tan fresco como entrañable titulado La vida plena,  de donde procede destacar en este caso la canción que lleva por nombre Viva la libertad [https://www.youtube.com/watch?v=HK9q5-939k4]. Como se ve y se escucha, hay partido.

Publicado en Saba 17, noviembre 2015

lunes, 2 de noviembre de 2015

Don Juan

     Día de Santos y Día de Difuntos. Un tiempo hubo, no hace tanto, en el que por estas fechas, puntual, se asomaba entre bambalinas la figura del Don Juan. Lo mismo que acudían los buñuelos a las mesas o las flores a los cementerios, también el mito formaba parte del escenario en esos días tenebrosos. Hasta la televisión, que ya es decir, le hacía hueco en su horario estelar, ese prime time que dicen ahora los entendidos.

     No ocurre así en este siglo de la información y del conocimiento, relegado el mito a alguna representación seguramente menor y sustituido en las carteleras por cualquier emisión perfectamente prescindible. Poco importa que esa figura haya atravesado nuestra cultura desde hace siglos y en las más variadas formas: teatro, música, novela, cine… Como poco importa también que su asunto eterno haya venido firmado por nombres gloriosos como Tirso de Molina, Zorrilla, Mozart, Molière, Torrente Ballester o Gonzalo Suárez entre otros. Al final las tradiciones duran lo que duran y de nada sirven todos esos avales. Es decir, que no son eternas ni mucho menos, por más que así se argumente cuando de la permanencia de los espectáculos y sacrificios taurinos se trata. No, no es la tradición lo que permanece, sino la banalidad y la sangre.

     No nos engañemos. Por más que se presuma de las generaciones mejor formadas (a saber en qué y para qué), lo que prevalece en la actual cultura española sobre todo y un poco menos en la universal es la adolescencia perpetua, el eco infantil y la monserga familiar. Y no hay mejor ejemplo de todo ello que esa fiesta boba de sustos y disfraces que se ha llevado por delante al Don Juan en un abrir y cerrar de ojos de calabaza, como se llevan por delante todo lo que pillan botellones, jolgorios y animales maltratados en nombre de la tradición y del comercio.

     No es de extrañar que el filósofo alemán Rüdiger Safransky sentencie que “hoy sólo un futbolista alcanzaría la fama de Goethe”. Por cierto, ¿sabe alguien en qué equipo juega ese tal Goethe?

Publicado en La Nueva Crónica, 3 noviembre 2015