Blog de Ignacio Fernández

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miércoles, 20 de julio de 2016

Burbujas, banalidad y religión

     Si nos atenemos a la opinión del más que veterano editor Sonny Metha: “por cada libro que funciona hay otro que no, es algo universal”. No se trata de una ciencia, pues la edición no es tal cosa evidentemente, pero conforme a esa ley no escrita podemos concluir que sobra al menos la mitad de los libros que hoy podemos encontrar en las librerías, siempre y cuando ignoremos de paso las purgas previas que se ejecutan para que un texto llegue a ser editado y se sitúe a continuación en alguna esquina de esas mismas librerías. De modo que, a imagen de lo anterior, podemos pensar también que esta revista poética, que forma parte así mismo de la muchedumbre editorial, puede en cualquier momento situarse a uno o a otro lado del abismo, a uno o a otro lado de esa mecánica, sin ningún remedio ni medida preventiva. Simplemente, es así.

     ¿Qué ocurre entonces con el entorno de la escritura, sobre todo con el entorno de la poesía, siempre en ebullición e inventando performances, happenings, juegos florales, recitales multimedia y pintorescas presentaciones? Pues que, con toda probabilidad, sobra la mitad y que al final todo es un barullo donde el temporal impide una vez más reconocer las olas. Tampoco nosotros, por supuesto, estamos al margen de esa barahúnda.

     El problema reside, entonces, en qué actitud adoptar ante el bullicio: si proceder con generosidad sin límite o ser selectos como malditos, si comulgar con ruedas de molino o expresar una presunta solidaridad de clase poética, si clamar “a la minoría siempre” como Juan Ramón o celebrar con candidez la democratización de la lírica. Y la respuesta nos la ofrece un poeta sensato, Adonis, para quien la poesía “es pluralidad. Es lo contrario de la religión”. El pensamiento del escritor sirio nos exhorta por tanto a una doble conducta: asumir, sí, la multitud (en formas, géneros, corrientes, familias, posturas…), pero con un talante claramente seglar. Es decir, menos liturgia, menos sacramentos, menos actos de fe y, por el contrario, más crítica, que al cabo es lo que permite el progreso de todo lo democrático, así en los sistemas de gobierno como en las expresiones de la cultura. Bien está, cómo no, que se garantice el acceso de todos los individuos en igualdad a los bienes culturales, la literatura entre ellos, pero cuidado con concluir que cualquier producto es un bien cultural en sentido estricto. Esa religión que algunos profesan con dudoso afán igualitarista sólo conduce a avivar las borrascas e inflar las burbujas. Que también de esto hay en la creación.

     Más aún si atendemos a ese nuevo mundo que se ha abierto a través del reinado de lo digital. Lo mismo que nos engañamos al pensar que somos más libres porque las redes así lo proclaman, y alguna pequeña apariencia de ello pueden ofrecer, mal haríamos si bendijésemos (de nuevo la religión) alegremente todo ese aluvión de producciones virtuales que ensanchan hasta el delirio el arte de escribir. Y el de editar. Sobrando andan amanuenses y tipógrafos, idos han sido correctores de estilo, maquetadores y otros guardianes del diseño, todo queda al alcance de un clic y de una impresora láser de mediana calidad. Incluso para qué entretenerse en cánones, escuelas de escritura, filologías y demás musas si la inspiración es libre y el buen gusto murió con las vanguardias. ¡Ah, cuán fácil resulta la poesía en la edad poscontemporánea!

   Aunque he aquí que algunas voces vienen en nuestro socorro. Dice Raquel Lanseros: “En España hay una eclosión de poesía en las redes, y esto es maravilloso. Pero para mí un tuit es como tomar una tapa, está bien, pero al final hay que comer”. Y señala también el poeta ecuatoriano Ernesto Carrión: “El mundo de las redes sociales y del espectáculo todo lo banalizan. Y la poesía, que debería estar de espaldas a eso, o que debería ser una especie de combate contra eso, se ha banalizado también. Los poetas viven en el mundo de las redes sociales, viven buscando los ‘likes’”. Aunque también es verdad que otros, como el granadino Álvaro Salvador, recuerdan que “en la red, ahora mismo, hay más poesía que en muchas bibliotecas”, de tal manera que, según la sentencia de la entrada, posiblemente la mitad de todo ese acervo acabará funcionando.

     Sea como fuere, lo que nos urge a todos es combatir las burbujas, la banalidad y la religión, tres elementos nocivos tanto en la literatura como en cualquier otro ingenio humano. Y es deber de la poesía y de todos sus soportes contribuir al éxito en esa lid. No otra cosa ha sido en toda edad el compromiso poético.
Publicado en Tam Tam Press, 20 julio 2016
y en Fake 4 (Vínculos)

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