Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 20 de noviembre de 2016

Mirada sobre la emigración

     Hace aproximadamente un mes, con motivo de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Mary Beard, galardonada en el área de Ciencias Sociales, nos enseñó que “no ser capaces de pensar de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos”.

     Esta lección, aplicable a la vida en general, es muy útil para enfocar sin prejuicios el fenómeno de los movimientos de población, ya hablemos de personas migrantes, ya lo hagamos de aquellas que persiguen un refugio o un asilo. Pocas diferencias existen entre unas y otras. De este modo, con la perspectiva que aconseja la profesora inglesa, descubriremos de inmediato que todos formamos parte en mayor o menor medida de esos vaivenes humanos. Ni el pintoresco Presidente de los Estados Unidos y su familia se salvan. Al cabo, las migraciones han sido, son y serán un motor de la evolución histórica, por más que se levanten muros, alambradas o leyes inhumanas.

     Basta hacer memoria para descubrir de inmediato nuestro propio rastro en esos ires y venires de gente. Desde un familiar perdido en Hannover allá por los años sesenta hasta un joven ingeniero que conquista ahora los vientos daneses. Por el medio queda nuestra primera visita a Burdeos, en los años 80, y el hallazgo de aquellos bares cercanos a la Gare Saint-Jean, donde servían aceitunas y se jugaba a las cartas, donde los parroquianos eran españoles llegados a aquel destino a causa del hambre, del exilio o de otras huidas. Gentes, supimos en posteriores viajes, que en buena parte procedían de tierras aragonesas donde, años después, Julio Llamazares asentó su novela La lluvia amarilla. Gentes integradas y desintegradas en la sociedad de acogida que generaron vida y construyeron historia por igual a un lado y a otro de las fronteras. Gentes corrientes.

     Reconocer esa condición, junto a la dimensión temporal, es otro soporte imprescindible para el pensamiento bien orientado. Es ese punto de vista el que nos permitirá luchar contra las leyendas y los convencionalismos que anidan en la sociedad actual y que son el germen, debidamente alimentado por ideologías ultraconservadoras, de toda la discriminación, de todo el racismo y de toda la mala baba que nos envenena. Cierto es que el trabajo, como ocurrió en su momento con los parroquianos de la ciudad de Burdeos, debería convertirse en el principal elemento para la integración y la convivencia. Mas en estos tiempos, donde ése es un bien escaso y maltratado, no deberíamos equivocarnos y ver en el otro tanto a un competidor como a un aliado frente al verdadero y común adversario: las doctrinas que olvidan a las personas para consagrarse a las estadísticas y a los beneficios.

     Por otro lado, contra la creencia interesada que busca engrandecer los recelos, bueno es saber la verdadera magnitud de los números en la provincia leonesa: sólo el 3’99% de su población es de origen extranjero. No puede ser, por tanto, cifra tan ligera la raíz de nuestros males, sino otro tipo de amputaciones presupuestarias y mentales.
Publicado en El Día de León, 20 noviembre 2016

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