Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

martes, 27 de septiembre de 2016

La educación como problema

     Todos los discursos acaban dirigiendo su mirada hacia la educación, máxime en un contexto como el actual donde, conscientes de los cambios que se producen o que se anuncian, convenimos que en ella reside buena parte del porvenir. Pero esas sanas intenciones, que en muchos casos no van más allá de lo declarativo, cuando no son las más de las veces directamente incumplidas, ignoran sin embargo que la educación no es tanto un remedio como un verdadero problema a la hora de perpetuar la segregación social. Así lo ha sido a lo largo de los siglos sin que nada se haya resuelto hasta la fecha.

     Sin entrar en sus virtudes, incuestionables se mire como se mire, el hecho educativo, frente a lo que se quiera pensar en un sentido contrario, contribuye como un soporte indispensable y sin igual al mantenimiento eterno de las desigualdades. Ése es el problema. No es extraño, pues, que en las sociedades presentes sea asunto más que recurrente para consolidar ese reinado de la desigualdad en que se han convertido. Pero no fue diferente en otros momentos históricos.

     En realidad, entre Rousseau de un lado y Plauto y Hobbes de otro se ha movido siempre toda la teoría y la práctica educativa. O lo que es lo mismo, entre aquellos que piensan que “el hombre es bueno por naturaleza, que es la sociedad la que lo corrompe” y los que sentencian que “el hombre es un lobo para el hombre”. Pero ni unos ni otros, con planteamientos e intereses evidentemente contrapuestos, han conseguido organizar el mundo de un modo más justo y evitar que la consecuencia última sea la que señala el profesor Julio Mateos: “La educación no ha sido igual para las diferentes clases sociales, siendo fiel reflejo de la lucha y las desigualdades sociales a lo largo de la historia”. Así que si esto ha sido así en el pasado, qué no se estará guisando delante de nuestras narices en estos tiempos de barullo y río revuelto, de desclasamientos y divergencias.

     Otro profesor, en este caso de la Universidad de Roma-La Sapienza, Maurizio Franzini, observa la realidad actual y concluye lo evidente: “En todos los países, la correlación entre la educación de los padres y la de los hijos es muy elevada (lo cual significa que las oportunidades no son iguales para todos) y, además, la educación –lo que los economistas suelen denominar capital humano- garantiza rentas del trabajo más elevadas”.

     Y unos datos más para acabar, que prueban la opinión del filósofo Manuel Sacristán, para quien “la Universidad crea hegemonía, preparando a la sociedad para aceptar la supremacía de unas clases sobre otras”. Quizá por ello, en plena eclosión de las políticas neoliberales, el número de estudiantes sigue bajando en las universidades españolas, especialmente en las públicas, que desde el curso 2011/2012 han perdido más de 101.000 matrículas, y son en cambio las universidades privadas y de la iglesia católica las que han ganado terreno en el número de alumnos y alumnas, incrementando su cuota de mercado en el nivel de máster hasta en un 31’6%. Aunque, naturalmente, también se comprueba el sesgo del privilegio en otros niveles y en otros países: según revela un reciente informe sobre movilidad social publicado por el Gobierno británico, sólo el 7% de niñas y niños británicos asiste a escuelas privadas en Reino Unido; sin embargo, en 2014 en el sector de la banca de inversión, el 34% del personal incorporado en los últimos tres años había estudiado en colegios de pago. Como se ve, el problema de la educación está más vivo que nunca en esta sociedad poscontemporánea.
Publicado en Tam Tam Press, 26 septiembre 2016

martes, 20 de septiembre de 2016

Descarrilamientos

     Los entornos de Brañuelas y de Busdongo fueron escenarios frecuentes en la historia de los descarrilos y destino repetido para aquel “vagón de socorro” en el que viajaban herramientas y obreros encargados de las reparaciones. Lo recordará así, seguramente, la vieja estirpe ferroviaria, a pesar de que ambas localidades hayan acabado descarrilando incluso de los mapas actuales del ferrocarril. Por lo general, los sucesos los protagonizaban interminables trenes de mercancías que erosionaban sin piedad, como aquellos inviernos, unos trazados decimonónicos y unas hechuras más bien endebles.

     No ocurre así hoy. Quizá porque en el último cuarto del siglo pasado se produjo una modernización general del país, pero también porque en las últimas décadas el tráfico de mercancías por ferrocarril ha perdido casi todo su mercado en favor de la carretera. Lo que ocurre hoy, en cambio, es otro tipo de accidentes mucho más dramáticos, porque incorporan víctimas, que suelen achacarse a errores humanos sin tener en cuenta la necesidad de nuevas inversiones que podrían evitarlos. Angrois y O Porriño son los últimos ejemplos.

     Aunque no sólo asistimos a descarrilamientos clásicos. Hay muestras notables de otros incidentes que también provocan descarríos. Sin ir más lejos, lo que se ha salido del carril en la provincia leonesa han sido sus planes ferroviarios todos. Unos por pura desidia política o intereses cruzados, como el polígono de Torneros; otros por simple desprecio o abandono malintencionado, como la integración y consolidación del trazado de vía estrecha; otros más por sorpresivos manantiales que la geología y sus progresos no previeron, como la variante de Pajares; y, en fin, los últimos por no tener en cuenta que hay colectores y otras redes subterráneas previas a la formalización de proyectos, como el soterramiento de la línea de alta velocidad. Pero no sucede nada. Aquí no hay error humano ni caja negra que identifique responsabilidades y ponga en su lugar a los irresponsables.

Publicado en La Nueva Crónica, 20 septiembre 2016

martes, 13 de septiembre de 2016

Los otros

A pesar de lo que pueda parecer, no hablaremos de cine sino de Jean Paul Sartre. No nos viene de Amenábar el título de este episodio para generar una lista de audición, sino del escritor francés, para quien “el infierno son los otros”. Y añadía, con la intención de explicarlo en parte: “Yo quiero decir que si nuestros vínculos con el prójimo son retorcidos, viciados, el otro no puede ser otra cosa que el infierno”.

Pues bien, pocos tiempos tan retorcidos y viciados como los actuales, donde se mira a los otros, los no nuestros, como los causantes de todos los males del infierno y son por ello nombrados como el infierno mismo. De entre todo ese universo infernal, dos colectivos parecen encarnar, según la retórica pueril que tanto se lleva ahora, todos los males del averno: refugiados y emigrantes. Los que vienen de más allá. Los otros. El infierno. Así que a ellos, se les considere como se les considere, dirige su atención Moderato Cantábile para construir el cancionero de la otredad, darle la vuelta a las noticias endiabladas de cada día y descubrir en las canciones el antónimo de las xenofobias.

Para empezar, destacaremos una serie de cantables más que comprensibles –van en lenguas romances-, que debieran sustituir de forma paliativa a la sintonía de todos los telediarios. Nos iría mucho mejor. Pablo Guerrero en El emigrante [https://www.youtube.com/watch?v=o4oUyeRj1Pc&list=PL8F790F6AB1E093C4&index=2], Miguel Ríos en Al Sur, al Sur https://www.youtube.com/watch?v=9If5NwWo-DQ] y Os Resentidos en Por Alí, por Alá [https://www.youtube.com/watch?v=mT0cFz3UZ2U] nos descubren en carnes propias la experiencia de la emigración pasada, presente y futura, los peligros de nuestra corta memoria y cómo al cabo todos somos iguales ante el suceso de la emigración. Un mensaje que se puede reforzar aún más con el relato en clave latina de Lila Downs en El bracero fracasado [https://www.youtube.com/watch?v=cBM-AYMsXzc] o con el mucho más almibarado de Tam Tam Go en Espaldas mojadas [https://www.youtube.com/watch?v=f-rzq2PDcrc], sirviéndose de una clave parecida a la anterior aunque en un plano sentimental. La lista, en fin, podemos ir rematándola con un par de canciones que son una estremecedora llamada a la igualdad frente a la insistencia en lo diferente y con otros dos corolarios más que emotivos. Las dos primeras, casi dos manifiestos, las firman Los Coyotes y Jorge Dréxler y se titulan 300 kilos [https://www.youtube.com/watch?v=R21d66HYGPw] y Milonga del moro judío [https://www.youtube.com/watch?v=myVi6pVYYb8]; las otras dos nos las ofrecen, de un lado, Luis Pastor con África en los ojos [https://www.youtube.com/watch?v=WbVfoEe4veo], una delicia de convivencia musical entre culturas, y Bunbury con El extranjero [https://www.youtube.com/watch?v=g8gtVRhgnKo], por si a estas alturas estuviésemos todavía necesitados de evidencias.

Pero los otros tienen también sus propios cantos y con ellos, cómo no, nos cortejan, siempre y cuando no cerremos nuestras orejas para abrirlas sólo a los grandes palabreros. Inmenso resulta el repertorio e inabarcable, más todavía desde que la etiqueta étnica vino a ocupar su espacio en los anaqueles del comercio musical y se popularizaron los festivales con ese acento, desde La Mar de Músicas hasta todos los Womad que en el mundo han sido. Por esa razón, sin afán de ser exhaustivos, guiados sólo por nuestro gusto personal, lo que proponemos es un sencillo viaje por otras geografías, otros compases, otros conflictos donde el sufrimiento es eterno y verdadero.

Inevitablemente, África aparece siempre en el núcleo de esas trashumancias y por ella abrimos el catálogo. África negra como la Uganda de Geoffey Oryema, que suma al inglés los idiomas de su juventud, el swhaili y el acholi, para describir su Land of Anaka [https://www.youtube.com/watch?v=8whgLjMUBaE]; como las altas mesetas de Kenia, donde Isak Dinesen tuvo una granja y donde resuena Nipelaki kwa baba del Doctor King’Esi  [https://www.youtube.com/watch?v=GUEntsQdC6I]; o como la Burkina Faso y el Senegal de Cheikh Lô, grandioso ejemplo de fusión entre ritmos y lenguas como se demuestra en Set [https://www.youtube.com/watch?v=7SqruB0MMlc]. Canciones norteafricanas mucho más próximas por razones más que obvias, que suman a sus melodías tradicionales tonalidades e idiomas europeos, tal y como ocurre con Khaleb, el gran exponente del raï argelino, y Aicha [https://www.youtube.com/watch?v=RvK19xgAxSU]; como las resonancias saharianas de Aziza Brahim al interpretar Julud [https://www.youtube.com/watch?v=9SvfLB6bLHM]; o como la guitarra tuareg del nigerino Omara Moctar, Bombino, desplegándose en Agadez [https://www.youtube.com/watch?v=fzWBow0OAeA].

Pero el cancionero de los refugiados recientes no estaría completo sin las melodías del oriente más o menos próximo, de donde llegan a diario legiones de seres desesperados y traficados. De Paquistán, de donde procede Must nazron se allah bachaye [https://www.youtube.com/watch?v=B9lt-JI86k4] a cargo de Nusrat Fateh Ali Khan, el maestro del Qawwali, la música devocional de los sufís; de la desolada Siria, donde triunfaba Omar Souleyman, quien interpretó en el concierto de entrega del Premio Nobel de la Paz en 2013 la canción Salamat Galbi Bidek [https://www.youtube.com/watch?v=yGbThoV1E6g]; o del masacrado Irak, donde reinaba la más que eurovisiva (en lo visual) Klodia con su interpretación de Yehannen [https://www.youtube.com/watch?v=ZsWgp0Ruoug]. En fin, tierras que fueron el origen de la civilización y que se nos aparecen hoy injustamente condenadas a la guerra y al terror. El verdadero infierno.


De modo que los otros no son tal cosa, salvo por efecto de la manipulación y de los miedos occidentales, europeos muy en particular. Sobre todo, como hemos dicho, en estos tiempos retorcidos y viciados. A saber lo que hubiera escrito al respecto don Juan Pablo Sartre de haber asistido a este ejercicio de cinismo.

martes, 6 de septiembre de 2016

Sensaciones

     Hay palabras que de repente saltan a la fama y modifican nuestra manera de describir la realidad. Un día ocurrió que desde esos informativos meteorológicos de la televisión nos explicaron que una cosa es la temperatura y otra, la sensación de esa temperatura, de tal modo que ahora casi todos hablamos de la sensación de frío o de calor, no así del frío o del calor propiamente dichos, como si hubiésemos cursado un máster en climatología. Eso pasa con las sensaciones.

     No de otro asunto se ha hablado más, por ejemplo, a lo largo de los recientes juegos olímpicos, de los primeros partidos de la nueva liga de fútbol o del devenir de la todavía viva Vuelta ciclista. De las sensaciones. Hablar de sensaciones es como anticiparse al futuro pero sin adquirir compromisos: “las sensaciones son buenas”, “voy teniendo sensaciones”, “parece que las sensaciones son positivas” y así sucesivamente. El rendimiento es harina de otro costal, pero en cualquier caso las sensaciones nos animan y nos confortan, nos predisponen así a los deportistas como a los espectadores. En suma, nos hemos vuelto sinestésicos.

     Porque el mundo de las sensaciones es sobre todo un mundo sensorial, aunque luego lo transformemos en algo así como una percepción psíquica y consigamos razonarlo en otros términos. Y por eso nuestro país vive desde hace meses de puras sensaciones más o menos animadas, en lugar de hacerlo de realidades debidamente contrastadas. En verdad no de otra forma puede explicarse el acontecer político y sus comportamientos. En lugar de construir un nuevo tiempo, nuestra primera preocupación es estimular la sensación adversa sobre el contrario e hipertrofiar la (también) sensación de hastío hasta no tener fin. Incluso se extiende ya la terrible sensación de que, tal y como nos va, no tenemos ninguna necesidad de contar con quien gobierne.

     En fin, lo que sucede también con las sensaciones es que uno se congela y ni siquiera es capaz de darse cuenta hasta el fatal desenlace. Hasta la no sensación.

Publicado en La Nueva Crónica, 6 septiembre 2016