Blog de Ignacio Fernández

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martes, 25 de octubre de 2016

De la Geología al universo sonoro

     No hizo falta que todas las agencias meteorológicas del planeta publicaran sus informes para calificar el año 2016 como el más caliente de la historia contenida en sus registros ni que el Boletín sobre los gases de efecto invernadero que publica anualmente la Organización Meteorológica Mundial hable ya de una nueva era de realidad climática. No fue necesario porque, poco antes del chaparrón de anuncios apocalípticos, ya la Geología se había encargado de meter más leña al fuego y confirmarnos, desde la esfera de sus estudios, que la edad poscontemporánea es o será también el principio de una nueva era geológica: el Antropoceno. Aseguran que emisiones de gases, contaminación por plásticos y microplásticos, residuos industriales, acidificación de océanos y pérdida masiva de biodiversidad, todo ello provocado por el ser humano desde mediados del siglo XX, acabarán por hacer reconocible una línea de plutonio en la estratigrafía que dará por cerrado definitivamente el Holoceno.

     Pero esta senda de lo desconocido por la que transitamos, pendiente siempre de tantas verificaciones, es a la vez nueva y vieja. Demasiado vieja tal vez, demasiado terminal. Quienes, conocedores de la irreversibilidad de los cambios y sus consecuencias, optan por una mirada cáustica van todavía mucho más allá de las leyes de la Geología y anuncian, como hace Stephen Hawking, que “la supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad
para encontrar nuevos hogares en
otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor”.

     Así que volvemos a girar la mirada hacia ese más allá celestial por donde, en realidad, vagando andamos desde tiempos inmemoriales. La mirada y también el oído, que es lo auténticamente novedoso en esta edad. Si bien los hay que todavía insisten en los viajes a Marte por entre cien y doscientos mil dólares o en los mares de agua bajo la superficie de Europa, el satélite más observado de Júpiter, lo cierto es que las miradas nos la dirigen ahora (todo está teledirigido dentro y fuera de la Tierra) hacia el exoplaneta Próxima b, situado en la zona habitable de su estrella, Próxima Centauri, a solo 4’5 años luz de nosotros. Allí, según ha publicado la revista Nature, puede encontrarse el mundo más parecido al nuestro, aunque, curiosamente, no de allí parece venir el último grito acústico que nos aturde: una señal de radio procedente de una estrella situada a 95 años luz, en la constelación de Hércules, de potencia inexplicable. Cuentan que la señal recibida fue semejante a un beeep, que se prolongó durante unos segundos, y después volvió el silencio. En fin, suficiente, no obstante, para disparar todas las hipótesis en este contexto de nuevas eras geológicas y de repetidas, y más que nuca necesarias, ensoñaciones cósmicas.

     Mas toda esta inflación de referencias acaba de ser coronada con la edición para fetichistas de los discos dorados que la nave Voyager conduce mucho más allá del Sistema Solar después de casi cuarenta años de travesía: tres vinilos con saludos en cincuenta y cinco idiomas y otros sonidos terrícolas como grillos, pájaros, chimpancés, pisadas, la sirena de un barco, latidos de corazón, viento… y la Música de las Esferas en versión de la pionera de la música electrónica Laurie Siegel. Aunque, si somos totalmente sinceros, para muchos de nosotros la música del universo sigue estando protagonizada por El Danubio azul, de Johann Strauss, con el que Stanley Kubrick vistió su odisea en el espacio.  O, de forma más minoritaria quizá, por la lírica de Elena Soto, que sabe unir como nadie ciencia y poesía: “El firmamento también fue un niño frágil / apenas reconocemos su carita de antaño / en la Gran Nube de Magallanes o en la galaxia de Andrómeda. / Quizá sea consciente de que va hacia el gran desgarramiento / olvidando que en la infancia temió a la energía oscura”.
Publicado en Tam Tam Press, 25 octubre 2016

martes, 18 de octubre de 2016

Tunas y tunos

     Por vigésimo novena vez el siglo XVII retorna esta semana a la ciudad leonesa con sus panderetas y sus mustios clavelitos, como cantaba el dúo Vainica Doble. Otras antigüedades se han paseado y se pasean por esas mismas calles con notable frecuencia: carros engalanados y pendones, mercados romanos y medievales, procesiones y conciertos del impresentable Osborne. Hasta un pasacalles hubo hace unos días heredero de la mejor tradición del Teatro Chino de Manolita Chen. Es sin duda la contribución de la ciudad de León (y de los concejales del ramo) a la modernidad.

     Todo ello, se dirá, para mayor gloria y crecimiento del turismo, la única actividad económica que, al parecer, nos va a sacar de pobres merced a la desinteresada generosidad de la hostelería toda y de las muy ingeniosas administraciones. Y todo eso estaría muy bien, claro, si no fuera porque ese turismo tiene otro rostro tan rancio como lo arriba citado: precariedad laboral, horas extras impagadas y fraude generalizado.

     Cuentan, por ejemplo, que el presente está siendo un año magnífico para el sector gracias sobre todo a los muertos que se producen en otras latitudes y que, en gran medida, se han recuperado los precios (o se han superado incluso) previos a la crisis. No cuentan, en cambio, que ese florecimiento de las cifras no tiene correspondencia en los salarios de los profesionales, que apenas se han incrementado en un 1%; ni en los contratos, que en un 50% lo son a tiempo parcial; ni en la reducción de horas extras, que llegan al 20% y que, en el mejor de casos, se pagan en dinero negro porque en otros ni se pagan.

     Para estas consideraciones, en fin, no hace falta entrar en la altura intelectual de las propuestas que pretenden motivar ese turismo, lo cual nos puede conducir a una depresión de otra índole. Por no mencionar tampoco el impacto cultural sobre los indígenas, que tampoco andan sobrados de estímulos. Tunos y tunas, en todo su esplendor, se confunden en ese empeño y sobrando andan más palabras.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 octubre 2016

martes, 4 de octubre de 2016

Pobre desempleo pobre

     Aprendimos en la escuela el valor de la posición de los adjetivos y lo que implica en el significado de nuestra expresión. De este modo, ante una persona en situación de desempleo, no es lo mismo decir pobre desempleada que desempleada pobre. En el primer caso, se impone un sentido compasivo que apunta hacia la caridad y consagra la injusticia de ciertas políticas casi como un sino bíblico. En el segundo, se resalta la objetividad de un hecho y se constata una evidencia sobre la que es posible actuar. También con política.

     Pero las prestaciones por desempleo, se miren como se miren, son cada vez más pobres, como lo son también otros de los llamados pilares del estado social. La situación del mercado laboral desde 2008 ha supuesto un gran aumento del número de personas que ha necesitado recibir estas prestaciones, si bien la evolución del paro de larga duración, junto a las medidas adoptadas por el Gobierno, que han limitado las prestaciones en cantidad y en derecho a su acceso, han supuesto un recorte en el número de personas en desempleo que perciben prestaciones y en la calidad de las mismas.

     Para que nos hagamos una idea, baste decir que en la provincia leonesa había el pasado mes de julio 15.907 beneficiarios, un 11’5% menos que un año atrás, lo cual, evidentemente, no se corresponde con el mismo descenso en el número de personas desempleadas; que sólo un 50’3% de ellas disfrutan de cobertura por su situación frente al 74% que lo hacía en 2009; que para menos de la mitad llega la prestación contributiva, mientras que para el resto es asistencial; y que la cuantía media por persona es de 779 € al mes, mientras que era de 831 € en 2009.

     Recuérdese, pues, a la hora de los adjetivos, que en el año 2012 el sistema de protección por desempleo sufrió unas muy serias modificaciones, que han conllevado recortes importantes en el número de personas beneficiarias, en derechos de prestación, de duración y de cuantías a percibir por ellas. Así se explica en parte la pobreza.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 octubre 2016