Sabrá por la presente, admirada
Jane, que de nuevo las músicas dibujan la senda por donde transitan
sentimientos y recuerdos. Decía, pero no decía bien, Benjamín Prado que “todas
las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has
perdido”. Al contrario, no todo cantable conduce a la fatalidad o a la
melancolía.
Sin ir más lejos, suspirando andaba quien
esto escribe por la edición de su último disco, Birkin/Gainsbourg – Le
symphonique, cuando inesperadamente el triángulo antiguo volvió a
cobrar actualidad gracias a otro hallazgo musical. Ocurrió, fíjese, en
Villablino, un lugar que poco tiene que ver ni con el glamour ni con la
grandeur, y ocurrió en la actuación de un dúo local, nada que ver tampoco con
las producciones y arreglos globales que le hacen a usted Nakajima o Djamel
Benyelles. No. Fue en La Tintorería, otro espacio corriente sin resonancias
míticas, y fue el grupo Tarna el que entonó Por aquellas cuestas,
una canción tradicional que yo conocía en versión de Plaza Mayor y que por
siempre está asociada a Santos. A Santos, ¿recuerda?: “Algún día dije yo que
olvidarte nunca, nunca…”
De manera que lo que en apariencia
parecía, su álbum, un postrero corolario, una secuela definitiva a la zaga de
otras obras anteriores con análogo repertorio, me condujo a mí por esas cuestas
a la precuela, como se dice ahora, de este epistolario que he decidido abrir.
Es decir, a los textos que se publicaron en el diario provincial en agosto de
1990 y en la revista que en el mismo mes de 1992 celebraba el vigésimo aniversario
de aquel curioso Club Cultural y de Amigos de la Naturaleza. Tal vez los haya
olvidado usted después de tantos años, de tantos dramas y leucemias. Aquel ir y
venir que vivimos entonces Santos, usted y yo. Y Lucien, naturalmente. Aquellos
paseos a orillas del río Tuerto y aquellas cervezas en la buhardilla ahumada.
Paisajes y aromas que resucitaron de golpe en el transcurso de esta primavera,
a medida que se iban sucediendo los acontecimientos musicales de los que le
acabo de hablar.
Llegado es el momento, pues, de
recuperar aquella historia y arrastrarla hasta el presente, ausentes ya para
siempre Santos y Lucien, tal y como ha hecho usted con el cancionero de
Gainsbourg al situarlo en medio de una orquesta sinfónica. Tenemos la
impresión, Jane, de que todo se agota, hasta lo más inmarcesible, pero en
realidad somos nosotros, nuestra voluntad y nuestra memoria, los que tendemos a
consumirnos hasta el abandono. Mas no debe ser así. Si ha sido posible todavía
una nueva revisión de esa obra, una extraordinaria recreación después de la que
parecía casi definitiva, la de Arabesque, eso nos
indica el camino. He leído unas declaraciones suyas en tal sentido: “Siempre se
me acaban ocurriendo cosas más interesantes que sentarme delante de la
televisión y pasar mis días lamentándome. La inacción me parece terrible”. Así
que la imito con esta carta y las que vendrán después, confiando en que la
acoja con algo más que un simple asombro. Le iré contando, si me permite, de
nosotros, tal y como hacíamos Santos y yo cuanto usted ni siquiera estaba y
apenas si era sólo un personaje necesario para proyectarnos más allá de estos
páramos nuestros. Porque, en suma, aprendimos con Valente que “hablar de la
propia vida es entrar de lleno en el terreno de la ficción”.
En fin, Jane, sin ánimo de
perturbarla y con afecto. Y a la espera quedamos de que se confirme su
presencia en España como parte de la gira de conciertos que ha emprendido por
el mundo. Desde Palomares, en el mes de Pradial de 2017.
Publicado en Tam Tam Press, 7 junio 2017
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