Blog de Ignacio Fernández

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jueves, 8 de junio de 2017

Pradial 17

     Sabrá por la presente, admirada Jane, que de nuevo las músicas dibujan la senda por donde transitan sentimientos y recuerdos. Decía, pero no decía bien, Benjamín Prado que “todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido”. Al contrario, no todo cantable conduce a la fatalidad o a la melancolía.

     Sin ir más lejos, suspirando andaba quien esto escribe por la edición de su último disco, Birkin/Gainsbourg – Le symphonique, cuando inesperadamente el triángulo antiguo volvió a cobrar actualidad gracias a otro hallazgo musical. Ocurrió, fíjese, en Villablino, un lugar que poco tiene que ver ni con el glamour ni con la grandeur, y ocurrió en la actuación de un dúo local, nada que ver tampoco con las producciones y arreglos globales que le hacen a usted Nakajima o Djamel Benyelles. No. Fue en La Tintorería, otro espacio corriente sin resonancias míticas, y fue el grupo Tarna el que entonó Por aquellas cuestas, una canción tradicional que yo conocía en versión de Plaza Mayor y que por siempre está asociada a Santos. A Santos, ¿recuerda?: “Algún día dije yo que olvidarte nunca, nunca…”

     De manera que lo que en apariencia parecía, su álbum, un postrero corolario, una secuela definitiva a la zaga de otras obras anteriores con análogo repertorio, me condujo a mí por esas cuestas a la precuela, como se dice ahora, de este epistolario que he decidido abrir. Es decir, a los textos que se publicaron en el diario provincial en agosto de 1990 y en la revista que en el mismo mes de 1992 celebraba el vigésimo aniversario de aquel curioso Club Cultural y de Amigos de la Naturaleza. Tal vez los haya olvidado usted después de tantos años, de tantos dramas y leucemias. Aquel ir y venir que vivimos entonces Santos, usted y yo. Y Lucien, naturalmente. Aquellos paseos a orillas del río Tuerto y aquellas cervezas en la buhardilla ahumada. Paisajes y aromas que resucitaron de golpe en el transcurso de esta primavera, a medida que se iban sucediendo los acontecimientos musicales de los que le acabo de hablar.

     Llegado es el momento, pues, de recuperar aquella historia y arrastrarla hasta el presente, ausentes ya para siempre Santos y Lucien, tal y como ha hecho usted con el cancionero de Gainsbourg al situarlo en medio de una orquesta sinfónica. Tenemos la impresión, Jane, de que todo se agota, hasta lo más inmarcesible, pero en realidad somos nosotros, nuestra voluntad y nuestra memoria, los que tendemos a consumirnos hasta el abandono. Mas no debe ser así. Si ha sido posible todavía una nueva revisión de esa obra, una extraordinaria recreación después de la que parecía casi definitiva, la de Arabesque, eso nos indica el camino. He leído unas declaraciones suyas en tal sentido: “Siempre se me acaban ocurriendo cosas más interesantes que sentarme delante de la televisión y pasar mis días lamentándome. La inacción me parece terrible”. Así que la imito con esta carta y las que vendrán después, confiando en que la acoja con algo más que un simple asombro. Le iré contando, si me permite, de nosotros, tal y como hacíamos Santos y yo cuanto usted ni siquiera estaba y apenas si era sólo un personaje necesario para proyectarnos más allá de estos páramos nuestros. Porque, en suma, aprendimos con Valente que “hablar de la propia vida es entrar de lleno en el terreno de la ficción”.

     En fin, Jane, sin ánimo de perturbarla y con afecto. Y a la espera quedamos de que se confirme su presencia en España como parte de la gira de conciertos que ha emprendido por el mundo. Desde Palomares, en el mes de Pradial de 2017.

Publicado en Tam Tam Press, 7 junio 2017

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