Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 24 de diciembre de 2017

Regalos

     Desde que la esclavitud fue abolida (o disimulada, según contextos) no ha faltado nunca quien haya considerado que los derechos laborales o de ciudanía son un regalo excesivamente generoso para el determinismo darwiniano de la existencia. Prefieren, claro, la caridad o la beneficencia y sálvese quien pueda, de manera que quienes así piensan no sólo se aseguran el poder terrenal para sí mismos, sino que pretenden garantizarse un más allá confortable gracias al ejercicio de una de las virtudes teologales. No hay conquistas sino dádivas, según ellos, y el límite para tal no lo señala la justicia sino cierta magnificencia mal entendida.

     Así se muestra, por ejemplo, cuando, en medio del ambiente preelectoral (frustrado) y prenavideño (veremos), se decide la subida del llamado salario mínimo interprofesional pero, a la vez, se regatea el reparto más amplio de la riqueza a causa del empecinamiento empresarial frente a otro tipo de ascensos. No deja de ser lo mismo que retrataba la película de Berlanga acerca de “sentar un pobre a su mesa”, pues en cierto modo no hemos abandonado todavía la España de Plácido: bien está ser misericordioso, pero bien distinto es ser un manirroto.

     Exactamente lo contrario de lo que se predica para esta temporada de derroches, donde el regalo se convierte en una obligación inexcusable. El regalo y todo tipo de dispendios. Contentos estaremos, pues, y lo estarán sobre todo las estadísticas, si el consumo hace alarde, éste sí, de derroches sin límites, forzando incluso al crédito a quienes no disponen de efectivo suficiente. No es fácil escapar de esa marea compradora, y menos aún si esa fiebre viene santificada por mitologías y religiones. La del comercio, la principal de todas.

     Tiempo de regalos justos y tiempo también de justicia social para todos y todas. Ése es el deseo que este modesto opinador expresa para la nochebuena y siguientes, no importa la época del año, con la convicción añadida de que lo uno y lo otro son conquistas y no ofrendas.

Publicado en La Nueva Crónica, 24 diciembre 2017

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