Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 28 de enero de 2017

Entre las calles Sahagún y Santa Nonia

En memoria de Manuel Jular (León, 1939-2017)            


     La relación entre nosotros o con los nuestros carga en ocasiones con facturas pendientes, más en apariencia o figuradas que en la realidad, de tal manera que parece que siempre hay algo por saldar para que las conciencias duerman en paz. Las conciencias judeo-cristianas que nos han instalado en el sistema operativo, claro, que esa sí que es una verdadera carga.

     El caso es que la obra de Manuel Jular se nos apareció, no se sabe bien caída de qué cielo, en el local de una asociación de vecinos en la calle Sahagún de la ciudad de León. Ni el local ni la calle eran precisamente una galería de arte, pero eran tiempos de militancia y de causas, mediados los setenta, donde todo y todos coincidíamos en los lugares más pintorescos. Aquellos cuadros extraños permanecieron colgados en las paredes sin que nadie viniera ni a explicarlos ni a cuidarlos. Y allí quedaron, que yo recuerde, abandonados a su suerte, cuando fuimos desatendiendo poco a poco aquella militancia y aquella causa. A menudo me he interrogado por su destino y a menudo, a lo largo de los años, me he castigado con la culpa, judeo-cristina, de su más que posible extravío.

     También Jular parecía tener una deuda con Comisiones Obreras. Así, cuando le propusimos por primera vez para el Premio Diálogo, consideró que no era llegado el momento, pues, según él, no había existido una colaboración suya suficiente con la causa sindical, o a la inversa, para hacerle acreedor de ese galardón. Sólo cuando el Ateneo Cultural del sindicato auspició la exposición “Humor –gráfico–  en tiempos revueltos”, donde recogimos su obra gráfica de los años 60, 70 y 80, que pudo verse en el Museo de León en la primavera de 2014, juzgó que había llegado el equilibrio entre las partes y aceptó el premio. Se lo entregamos unos meses antes de esa fecha en el salón de actos de la calle Santa Nonia. A todas luces, un escenario más adecuado ya a los méritos que él había contraído y a los espacios que la causa había conquistado. Y pareció feliz en ese acto. Y pareció así mismo que todos descansábamos por fin.

Publicado en Tam Tam Press, 28 enero 2017

martes, 24 de enero de 2017

Lacra

     Costumbre se ha hecho que los cambios de año vengan acompañados por el reconocimiento de palabras que en ellos se han puesto de moda. Posverdad y populismo son las de 2016 a juicio del Diccionario Oxford y de la Fundación del Español Urgente.

     No enmendaremos la plana a tan sabias decisiones. Sin embargo, a pesar de la popularidad de la que ambos términos han gozado (y gozarán) durante los últimos meses, conviene apuntar otro nada novedoso que se ha convertido en uno de los mayores comodines del lenguaje público: lacra. Este vicio físico o moral es, al parecer, todo cuanto se puede decir acerca de cualquier afrenta que la sociedad recibe en estos tiempos, ya sea el terrorismo, ya sea la corrupción, ya sean los asesinatos machistas… Nadie encuentra, o intenta encontrar, otro modo de referirse a todo ello, de tal forma que las declaraciones sobre una u otra materia son intercambiables entre sí y fáciles de acomodar al contexto que corresponda en cada caso. En suma, se trata de no decir nada, que es lo que suele ocurrir con ese tipo de mensajes reiterativos: acaban perdiendo su significado a fuerza de ser manoseados y, lamentablemente, trasladan ese mismo vacío a aquello a lo que vienen a calificar.

     No se trata de que los personajes públicos sean doctos en el uso del lenguaje, poco se puede esperar ya de esa fuente, ni que cualquiera de nosotros escape de los tics impuestos por la comunicación simplista que rige casi toda la información publicada, pero sí sería deseable un poco más de rigor a quienes hace valoraciones en voz alta, una mínima demostración de que se está por encima de los umbrales de la enseñanza obligatoria y un mérito, lingüístico, para ganarse el sueldo como portavoces oficiales.

     De lo contrario, como tristemente ocurre, la lacra primera, aquella que marca a quien la tiene, no será otra que la pobreza expresiva, que es tanto como decir pobreza mental, cuyo mayor exponente es hoy, no por casualidad, uno de los mayores expertos en posverdad y en populismo.

Publicado en La Nueva Crónica, 24 enero 2017

martes, 17 de enero de 2017

La fuente turbia de la edad

     Como cofrades de la novela de Luis Mateo Díez, nadie escapa del mito de la eterna juventud y a ello nos entregamos con ánimo más fabulador que realista. Algunos, cierto es, con ánimo científico, y ése será sin duda uno de los motores que guíen la investigación en esta época, si es que no ha sido así ya a lo largo de las que fueron antes. Desde los mágicos elixires hasta la venta de almas al diablo. Ahora, en cambio, lo que se lleva es la ingeniería genética y el bótox.

     Si dejamos de lado la toxina botulínica, que apenas si es algo así como un maquillaje pretencioso, nadie discutirá que las mejoras sanitarias y en la investigación alejan el final de la vida, aunque, eso sí, a precios más bien caros y, por tanto, no al alcance de cualquiera. He ahí otra seña de la desigualdad que nos rige. Mas, a pesar de ello, nadie puede ignorar tampoco que la esperanza de vida en el mundo ha pasado de 48 a 71 años entre 1950 y 2015. Además, los derroteros por los que ahora derivan los científicos anuncian todavía nuevas progresiones. Sin ir más lejos, un equipo dirigido por el bioquímico Juan Carlos Izpisúa ha logrado alargar la vida de ratones reprogramando sus células mediante un mecanismo que para los legos parece casi alquímico: convertir cualquier célula adulta en célula madre. Naturalmente, es difícil saber cuándo se producirá la acrobacia desde los roedores hasta los seres humanos ni es posible aún aventurar las probabilidades de éxito en ese brinco, pero sucederá en algún momento de esta edad y al menos contribuirá a mejorar la calidad de vida de ciertos grupos de población. Nunca será un progreso universal.

     Ahora bien, lo que no resolverá la ciencia es la eterna disputa entre edades y la consideración que nos merecen, es decir, el conflicto entre los diferentes tiempos humanos y su protagonismo o su ostracismo. Así, mientras Manuel Rivas, pesimista, escribía que “se emplea con demasiada ligereza viejo como sinónimo de retrógrado o ignorante. Hay una especie de gerontofobia en el ambiente”, resulta que en los EEUU los dos últimos candidatos a la presidencia cargaban a sus espaldas con 70 años Trump y con 69 Clinton. Por no hablar del otro contendiente en las primarias demócratas, Sanders, que gozaba los 75 pero entusiasmaba a las hornadas más jóvenes. Nunca se sabe, pues. Pero lo que sí es más que evidente, en términos generales, es el valor menguante de los antaño pensionistas dorados. Se les mimó no tanto porque encarnaran respeto sino por ser una importante fuerza de consumo, para lo cual eran imprescindibles unas pensiones con cierto poder adquisitivo. Hoy, ese papel, emergidas las clases medias en lugares como China, India o Latinoamérica, es casi irrelevante. Además de difícil de sostener desde un sector público más y más cuestionado y desde unos impuestos condenados a la impopularidad más insolidaria. Sólo si ese gran grupo social es consciente de su poder y se hace valer, sobre todo alejándose de su conservadurismo tradicional, podemos esperar que sea otro gallo el que les cante.

     Y, mientras tanto, en pos de esa vida eterna, a ser posible juvenil, continuarán licuándose las fronteras que separan unas edades de otras. Para eso precisamente se eliminaron los ritos de pasaje o se les privó de su significado original para transformarlos en una razón más para el comercio. De modo que todo apunta a que la poscontemporánea será una edad mucho más infantil, muchísimo más adolescente, joven a raudales y, desde luego, de madurez disimulada. La ciencia, la tecnología y los grandes almacenes se encargarán de que así nos lo parezca.
Publicado en Tam Tam Press, 17 enero 2017

martes, 10 de enero de 2017

Antiterrorismo

     Les contaré una historia antiterrorista. Más o menos.

     Pongamos que usted se dispone a tomar el AVE con destino en Madrid en la estación de León. No un tren plebeyo cualquiera. El AVE. En ese caso, tras el control de billetes, un operario logotizado por ADIF le indicará que se quite la ropa de abrigo y la introduzca en el visor del escáner. Ahora bien, si toma el mismo AVE en la estación de Valladolid-Campo Grande, entonces otro operario también logotizado le pedirá simplemente que se abra el abrigo y le muestra sus interiores. Finalmente, si lo que usted hace es tomar ese AVE en sentido inverso, es decir, desde la estación de Madrid-Chamartín, nadie osará desvestirle ni observar ningún interior. En ese caso, tal vez le asalte la curiosidad y se atreva usted a preguntar al personal de seguridad sobre el porqué de esta medida y sus diversos procedimientos. Le responderán que es “por lo del terrorismo” y que allí, en Chamartín, no desvisten a nadie porque hace frío en el andén.

     Pongamos que usted prefiere el ALVIA procedente de Ponferrada y con destino en Madrid. Como tampoco es un tren plebeyo, el procedimiento es idéntico en cualquiera de las tres localidades. Sin embargo, si usted toma ese mismo tren en sentido inverso desde la estación de Valladolid, puesto que la composición se estaciona en el andén número dos, no tendrá que someterse ni al escáner ni a la revisión de abrigos. Es más, no tendrá ni siquiera que mostrar su billete a nadie puesto que no habrá interventor que se lo solicite durante todo el trayecto.

     Pongamos, por último, que usted, sorprendido por tan pintorescos procederes, solicita al individuo logotizado la normativa que guía estos controles o que le hace ver, educadamente, lo absurdo de una norma que, al no ser universal, se convierte en pura pantomima. Entonces, si tal osa, sepa que acabará teniéndoselas con la policía, que habrá encontrado por fin al terrorista que andan buscando tras los abrigos. Sólo en León, claro, y nunca en trenes para plebeyos.

Publicado en La Nueva Crónica, 10 enero 2017

domingo, 1 de enero de 2017

Calendario

Casi nada es tan convencional como el calendario. Sin embargo, la actualización de los almanaques que por estas fechas llevamos a cabo nos confirma lo presos que estamos de esas y otras convenciones. Tanto que acaban señalando el rumbo de nuestras vidas. Poco importa que este 2017 al que ahora damos comienzo sea a la vez, según costumbres y geografías, el mismo año 2016 en el calendario juliano, el 5777 en el hebreo, el 1438 en el islámico, el 1395 en el persa o el 1938 en el hindú. Sea como fuere, todos habremos celebrado el tránsito de uno a otro año, habremos comido dulces y entonado canciones confiando en que siempre sea mejor lo que está por llegar.

Por eso mismo tal vez el cancionero se ha hecho eco con frecuencia de las magnitudes temporales, que al cabo son la misma medida de nuestro existir. Una ojeada desde el balcón sonoro de Moderato Cantábile nos permitirá descubrir sus esencias y levantar acta de cómo los años pasan por nosotros pero también por el canto.

“La lluvia se derrama sobre el hombre del año pasado. / Ha transcurrido una hora / y él no ha movido su mano, / pero todo sucedería si él sólo diera la palabra: / los amantes se elevarían / y las montañas tocarían el suelo. / Pero la claraboya es como la piel para un tambor que yo nunca remendaré / y toda la lluvia se desploma / sobre los trabajos del hombre del año pasado”. Así entonaba Leonard Cohen su Last year’s man  [https://www.youtube.com/watch?v=ewIbMHTz6Do], un cantable a propósito para honrarlo desde esta tribuna y para resaltar la orfandad en que hemos quedado desde su fallecimiento hace casi dos meses, una eternidad si bien se mira o si bien se escucha. Aunque, hechos los homenajes debidos, sin duda ninguna otra canción hay como Años de Pablo Milanés [https://www.youtube.com/watch?v=xqP_dyUOEvQ] para explicar y cantar el paso del tiempo con esos aires cubanos que, por razones bien distintas, aparecerán retratados con profusión en los anuarios del último año: “El tiempo pasa, / nos vamos poniendo viejos, / y el amor no lo reflejo / como ayer”.

Da la impresión de que cuando se canta sobre los años se cae inevitablemente en la melancolía. Será tal vez porque el asunto se aborda casi siempre desde la perspectiva de lo que queda atrás y no con la expectativa de lo que está por venir. Sólo escapa de ese tono enfermo la magnífica Dos años dos de la Romántica Banda Local [https://www.youtube.com/watch?v=Xj7FVOl1PcI&spfreload=5], quizá porque celebra sin empacho la existencia compartida. Lo mismo que cuando uno exalta un momento determinado, tal y como hizo Leo Ferré en sus Veinte años, recreada en español por Amancio Prada en un disco que sirvió para homenajear al francés  [https://www.youtube.com/watch?v=KxgOVxDywKw]. Por el contrario, ningún desgarro mayor que el de Lhasa de Sela con su Para el fin del mundo o el año nuevo [https://www.youtube.com/watch?v=ATLmAPjHKo0]: “Llegarás mañana / para el fin del mundo / o el año nuevo. / Mañana te mato, / mañana te libro. / Estoy adelante. Ya no. / Ya no tengo miedo. / Mañana te digo que el amor, / que el amor se ha ido”.

Tampoco una mirada de conjunto resulta alentadora cuando de relatar lo vivido se trata. Así se muestran desde el blues John Mayall y Eric Clapton cuando entonan Lonely years [https://www.youtube.com/watch?v=5iFFYjr9YJk]; así lo hace desde la balada Luz Casal o cualquier otro de los múltiples intérpretes de Un año de amor [https://www.youtube.com/watch?v=xKeieJaOi2Y]; y, en fin, así procede David Bowie desde el lado glam-galáctico en Five years [https://www.youtube.com/watch?v=sW2HwE72FMk]: “Tenemos cinco años, míralos en mis ojos. / Tenemos cinco años. Cinco años, qué sorpresa. / Tenemos cinco años, mi cerebro duele tanto. / Cinco años, es todo lo que nos queda”. En realidad, únicamente Los Piratas junto a Amaral demuestran una actitud diferente en ese tipo de crónicas cuando juntos, mientras huyen de ellos, nos explican los Años 80 [https://www.youtube.com/watch?v=uQU4umyfufg].

Finalmente, en ese muestrario de visiones contrapuestas y de existencias contrarias medidas en términos de calendario, dos canciones vienen a resumir el combate entre puntos de vista. De un lado, inevitable, Al Stewart con su Year of the cat [https://www.youtube.com/watch?v=ckthyI3UQbI], desde luego mucho más alegre en la melodía que en el texto cantado: “Sabes que algunas veces estás tentado a abandonarla, / pero ahora te vas a quedar. / En el año del gato”. Y, de otro, Claudina y Alberto Gambino, quienes en 1976 grabaron Que mal año nos pare, tan desoladora que ni huella hay de ella, y es una pena, en esa red de redes. Por algo será: “Aquí no hay pajaritos, aquí no canta nadie… / …que mal año nos pare”.

Bien, como se ve, no sirve de mucho la referencia anual en el cancionero para alegrarnos la vida, que es lo que, tontamente, toca en los principios de cada nuevo año casi como una obligación. De manera que, metidos en convencionalismos, acudamos a magnitudes menores como día, como semana o como mes y pongamos un punto final a este capítulo de un modo más animoso. Daría para mucho más pero sólo es el contrapunto a todo lo que precede.


Nadie, para estimularnos, con tanta pasión ha cantado como Lole y Manuel al Nuevo día [https://www.youtube.com/watch?v=Z6imqdDVZFQ], aunque posiblemente el mejor narrador para un Perfect day no haya sido otro que Lou Reed [https://www.youtube.com/watch?v=CH2lvbdGkfM]: “Oh, es un día perfecto. / Estoy contento por haberlo pasado contigo”. Luego, podemos servirnos de Amparanoia para hacer frente con ritmo a La semana [https://www.youtube.com/watch?v=w7gZKVF38Bc] o probar con Fortuna para que de verdad la que venga sea una Buena semana [https://www.youtube.com/watch?v=aaR2JI9nlkM]. Y, por fin, ya puestos, lanzarnos a las Rebajas de enero [https://www.youtube.com/watch?v=J2KUNTbQLAU], que es lo que canta Joaquín Sabina para ilustrar el mes que inaugura el calendario.