Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 25 de febrero de 2018

Lenguas

     La cosecha de presuntos lingüistas roza la saturación en lo que llevamos de año, pero nada indica que la producción vaya a ser de calidad: el Gobierno juega a animar la discordia entre el catalán y el castellano en las escuelas catalanas, en Baleares se convocan manifestaciones para evitar el catalán en la atención médica, en Asturias se desata la polémica acerca de la oficialidad del bable y, por si no fuera suficiente, algunas diputadas toman la palabra en vano y hacer de su capa una saya. De momento, lo que no hay ni se espera son declaraciones, manifestaciones o exhortaciones para un mejor uso de la lengua común, la que sea, ni para evitar su colonización por la lengua del imperio. Que, por cierto, la hablan muy pocos y mal por estos pagos tan plagados de lingüistas de lo indígena.

     Menos mal que por el camino, y para demostrar que el asunto está de actualidad y alguien se preocupa por ello en otros sentidos, nos agrada leer semanalmente los comentarios agudos de Alex Grijelmo en un diario nacional sobre los más variados rincones que descubrir se puede en la vida del lenguaje. Como nos gustó encontrarnos hace una semana en este mismo periódico con las columnas firmadas por Luis Grau y por Marta Prieto, que echaban también su propia ojeada a aspectos relacionados con el empleo de la lengua. Y nos sorprendió, claro, conocer que la televisión española, la pública, reserva un espacio a un programa titulado “Hora Cervantes” destinado a estos mismos vericuetos, aunque, para no ofender, se programe a las doce de la noche y en el masivo canal 24 Horas.

     En fin, mientras la lengua tiende a empobrecerse en paralelo al empobrecimiento de nuestros pensamientos, nada más elocuente que los ejemplos del principio para demostrar ese maridaje terrible. El siguiente capítulo, a no tardar, consistirá en arrojarse a la cabeza los resultado de un informe venido de Pisa o de donde sea con tal de convertir de nuevo la lengua en un arma arrojadiza. A esto se dedican nuestros lingüistas.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 febrero 2018

domingo, 18 de febrero de 2018

Carreras

La moda es correr. No se sabe hacia dónde, pero correr a toda costa y con cualquier excusa, las más de las veces por un motivo dicen que solidario: el cáncer, las enfermedades raras, Siria, Cruz Roja, Manos Unidas, personas con discapacidad… todo un sinfín de llamamientos para sofocar conciencias durante unos kilómetros y fortalecer el individualismo durante toda la vida. Ayer tocaba hacerlo por Sudán del Sur.

¿Sabemos algo de Sudán del Sur? ¿Y de Sudán del Norte? ¿Por qué hay un Sur y un Norte? ¿Recuerda alguien a estas alturas el conflicto de Darfur, que desembocó en una terrible limpieza étnica y en el desplazamiento forzoso de millones de personas? En fin, sirva al menos la convocatoria atlética de la ONG “Entreculturas” para acercarnos a un rincón del planeta que ha sufrido y sigue sufriendo, lo cual provoca, como en tantos otros enclaves masacrados, un aluvión de personas que huyen y buscan refugio y vida más allá de ninguna parte.

Son curiosas estas marchas vistosas que agrupan a un gran número de individuos al trote, todos y todas con sus camisetas de colores fosforescentes y sus zapatillas de marca, con sus cintas en el pelo y con las aplicaciones conectadas en el móvil para dejar constancia de sus ritmos y de sus pulsaciones. Son curiosas porque son irreales. Tanto da una causa que otra, los motivos son intercambiables del mismo modo que se pasa de un color a otro en las vestimentas, el asunto es correr y hacerlo sobre todo a mayor gloria de quienes han impulsado esa costumbre, es decir, los predicadores de la salud física a toda costa y las grandes marcas de ropa deportiva, que son los auténticos beneficiarios de este revoltijo de carreras.

Se corre contra el cáncer de mama, pero se vota a quien ha recortado los presupuestos en investigación. Se corre por Sudán, pero se mira hacia otro lado ante el recuento de cadáveres en el Mediterráneo. Se es solidario a la carta como quien se peleaba por las huchas de las misiones: todos queríamos al chinito. ¡Qué cosas!

Publicado en La Nueva Crónica, 18 febrero 2018

miércoles, 14 de febrero de 2018

Pluvioso 18

     Tengo para mí, madame, que el visitante es siempre una víctima de la casualidad. Que por mucho que programe su viaje y procure atar todos los cabos de su itinerario, el azar le reserva obstinadamente una circunstancia que lo liga sin remisión a los lugares adonde llega. Eso me ocurre a mí, nos ocurrió a Santos y a mí mientras él pudo disfrutarlo, con la lluvia y la ciudad de París. La lluvia en todas sus expresiones y en cualquier estación; también, por supuesto, en este mes pluvioso que ha vuelto a desbordar el Sena, lo que nos hubiera impedido refugiarnos, como solíamos hacer, bajo el último de los arcos del Pont Neuf, donde años más tarde paseara Juliette Binoche su decepción amorosa y su enfermedad. Ni lo uno ni lo otro nos llevaba a nosotros hasta ese rincón; sólo los aguaceros y otros diluvios.

     Así fue, naturalmente, en aquel otro pluvioso de 1982, cuando habíamos desembocado en la ciudad por segunda vez, en pos entonces ya no de usted, sino de Angelita. Fue una nueva construcción fabulosa de las que tanto gustábamos y una excusa para deambular sin rumbo por esas calles con la intención de un encuentro imposible. Ya le he explicado en cartas anteriores que, aparte de lo que uno hereda, nuestra obligación como individuos es construir la propia mitología y compartirla incluso, como fue el caso y como lo es ahora con nuestra correspondencia. A mí me había llegado aquella muchacha de boca de un compañero del bachillerato, de la que había sido pretendiente y que acabó por dejarle a él y a sus tierras zamoranas de origen para emigrar al norte de los Pirineos. Supe de ella lo que él me había contado, que seguramente era tan platónico como lo que yo imaginaba, y solo la conocí a través de una fotografía, supongo que real, que ella le había enviado, ya instalada en París, tomada en el atrio de Notre Dame. Sobre esa imagen y sobre esa historia bautismal construimos los demás, huérfanos de imágenes y de historias similares, nuestra propia novela y la extendimos mucho más allá del entorno primero. Tanto es así que todavía hoy persevera en ello el último guardián del relato, mi psiquiatra, que acostumbra a brindar todavía por Angelita sin mayores explicaciones a la parroquia.

     Así que bajo los chubascos recorrimos en aquella ocasión el callejero parisino, desde el atrio fundacional hasta las aceras entonces turbias del Faubourg Saint-Denis, atravesando un Marais más discreto que el actual o husmeando cafés y boutiques en Saint-Germain. Poco importaba que se nos apareciera o no la idealizada desconocida. En verdad, nosotros perseguíamos a medias los paisajes y los seres que habíamos conocido antes tanto en Españolas en París como en las canciones de Jacques Dutronc. Y santificábamos de paso otros mitos, otros enclaves sagrados de la ciudad, con cuyo esplendor pensábamos deslumbrar al catálogo completo de nuestras amistades provincianas. Hasta ese punto éramos ilusos y pueblerinos.

     Santos no quiso, como había ocurrido el año anterior, acercarse a la rue Verneuil. Yo sabía, aunque nunca lo comentamos, que en aquella ocasión primera tampoco él había podido estar con usted, que se lo había inventado, que usted ya no vivía allí con Lucien y que, por tanto, su pose fue eso, simple pose. Pero no quise romper ni una sola pieza de la porcelana que atesorábamos, a veces a solas, a veces uno al lado del otro. Fíjese usted que yo no me atreví a asomarme a esa dirección hasta muchos años después, cuando ya todo era sombra de lo que fue. Ni siquiera el fallecimiento de Gainsbourg, cuando ya Santos se había ido también, animó en mí como en otros ni una peregrinación a los sagrados lugares ni una muestra de emoción. Es curioso, la única pérdida reciente que ha motivado mis lágrimas al conocerla ha sido la muerte, hace poco más de un año, de Leonard Cohen. Será cosa de que voy haciéndome mayor, momento en que la lluvia se asoma también con facilidad a los ojos.

     En fin, con usted malgré tout.

Publicado en Tam Tam Press, 13 febrero 2018

domingo, 11 de febrero de 2018

Disfraces

     Lo más destacado de la próxima semana no son los disfraces, sino la ceniza. De los primeros estamos más que saturados y de la segunda andamos más que olvidadizos. Así son estos tiempos que ignoran con intención que todo tiene su haz y su envés y que eligen, no sin desfachatez, el lado frívolo de la realidad.

     La máscara es en verdad la expresión más notable de la superficialidad que nos caracteriza. Lo falso, lo fingido y la mentira son sus muestras cotidianas, que se convierten en jolgorio y en chiste durante veinticuatro horas por mor de una tradición generalmente ignorada. O exprimida, para dejar de ella solamente la cáscara. Es decir, la zarabanda. Pocos celebrarán el carnaval como explosión de lujuria previa a la cuaresma, que es la cruz de la misma moneda. Al contrario, verán en ello un simple eslabón más en la sucesión festiva, que es de lo que se trata, sin reverso alguno.

     Es a lo que nos vienen acostumbrando, el jarabe lúdico que digerimos con vicio para no entrar en materia y perpetuar así la paz social que producen los estupefacientes. Cierto que hay en los antruejos excepciones locales importantes y reminiscencias respetables de lo que fueron tradiciones y festividades sólidas. También manifestaciones culturales dignas todavía de sus propios orígenes; esto es, no arqueología sino remembranza. Pero por lo general no es el caso de nuestros entornos urbanos cada vez más aculturizados y menos conscientes del significado de las cosas.

     Por eso traigo aquí la defensa de la ceniza, no tanto por una posición religiosa como por una fe absolutamente laica, de la que también estamos necesitados. Por una disciplina de la razón, en suma, que dé sentido y contenido incluso a la fiesta más desvergonzada. Evitaríamos así sandeces comunes expresas tanto como ocultas tras las caretas. Se evitarían quizá los infundios groseros de gobernantes y gobernados. Y a lo mejor hasta evitaríamos despedidas de solteros, que no son carnavales propiamente dichos sino cruda anomalía mental.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 febrero 2018

sábado, 10 de febrero de 2018

Mª LUISA PICADO: Camino negro

LA AUTORA
     María Luisa Picado Silva emigró junto a su familia desde Extremadura hasta la cuenca minera de Matarrosa del Sil (León), cuando aun era una niña, y vivió allí los acontecimientos que se relatan en esta novela. Posteriormente, volvió a emigrar en dirección a Cataluña. Con los años, cayó en la escritura, a pesar de que era ya una vocación temprana, y dio forma a este texto y a otras dos novelas más: "María, la frontera y el camino" y "El último camino".

EL LIBRO
     Relata las historias vividas en la localidad minera de Matarrosa del Sil y sus alrededores, en la década de los años sesenta y primeros setenta del pasado siglo, con el franquismo afincado en nuestro país, donde la violencia de género se trataba agachando la cabeza o mirando para otro lado, donde las familias vivían en condiciones infrahumanas, el analfabetismo era el rey y la palabra libertad estaba presa entre rejas. Todas y cada una de esas historias son relatadas como si los cincuenta años transcurridos entre ese momento y nuestros días fuesen muchos más. Tal y como ha declarado la propia autora, “Entre realidad y fantasía nació este libro, sin ninguna pretensión, solo relatar una forma de vida, la vida de las zonas mineras del Bierzo”.

EL TEXTO
     "Matarrosa era un pueblo minero, toda su actividad eran las minas.Antracitas de Gaiztarro era la empresa más fuerte y estaba situada en los alrededores de la población. Caleyo, Escandal, Melendreras, Murias y Costillal, Riola, Jarrina, Diego Pérez eran las que estaban más cerca, pero había más en otras zonas. El pueblo había crecido al desarrollo del carbón y también recibió un impulso cuando se hizo el canal para la térmica de Ondinas".

domingo, 4 de febrero de 2018

Referencia

     El lenguaje, que no es culpable por sí solo de sus pecados, se envenena con ciertos usos y acaba, en el mejor de los casos, desnudando sus significados y convirtiendo las palabras en mero signo eufónico o en comodín indiscriminado. Sucede así, más y más, con esa expresión tediosa que consiste en convertir a alguien en referencia de algo mediante una fórmula que no supone ningún esfuerzo ni dice gran cosa y vale tanto para un roto como para un descosido.

     Es común. Sucedía ya con el término lacra, generalizado para toda especie de condena, o con expresiones del tipo “todas las ideas son respetables”, una afirmación que, si se piensa, resulta bastante dudosa. Suele ser, para empezar, la comunicación pública y sus empobrecidos oradores quienes echan mano de estos latiguillos, que luego, también sin gran vigor, se encargan de difundir los medios de comunicación hasta generalizar tales modales lingüísticos. Finalmente, los hablantes, a fuerza de escucharlos, los repite como si de un estribillo se tratara hasta el aburrimiento. Es decir, hasta su total consumición y pase a mejor vida.

     Pero no es una cuestión de modas. Siempre hubo, es verdad, palabras que se pusieron de moda y, como tales, fueron efímeras aunque triunfadoras. Como efímeros y triunfadores fueron seguramente sus referentes. Piensen ustedes, por ejemplo, en el spleen romántico o el elegante dandi. A diferencia de estos términos, hoy en desuso, los comodines no designan sino que eluden significar, esto es, carecen de afán comunicador y se salen por la tangente para no forzar nuestra menguada capacidad verbal. Que al cabo es de lo que se trata. Aunque, eso sí, los utilizamos como fórmulas aparentemente cultas o con valor añadido. Como esa insoportable “hoja de ruta”.

     Así que ser referente no es una incorrección, es más bien una pesadez con la que nos castigan en casi todos los ámbitos públicos. Más todavía cuando ya nadie pide referencias, sino que consultan nuestros metadatos o nuestro perfil en redes sociales.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 febrero 2018