Fuese
verdad o mentira, embuste torcido o invención ingenua, simple maniobra de
marketing o descomunal error de comunicación, lo cierto es que lo más bonito de
lo ocurrido en el pintoresco Ayuntamiento de Ponferrada en relación con el
mundial de fútbol es que por fin se puede hablar en público acerca del sonido y
sus estridencias sin levantar la voz.
Si
dejamos de lado la anécdota o el patinazo, que todo pudo ser, descubrir que el
sonido tiene volumen y que se puede actuar sobre él no es poca cosa. Porque
normalmente nos referimos al ruido como una molestia, incluso insana, cuyo
tratamiento y solución no siempre están al alcance de las personas que la
padecen. Sin embargo, no es así en todo caso y bien que se puede y se debe
actuar sobre esas tabarras con una simple ordenanza, con un pulsador o con la
más elemental educación. Y es posible hacerlo, además, no tanto por no molestar
a los peregrinos, como argumentaba tontamente un supuesto portavoz municipal en
lo arriba citado, sino por el más básico de los respetos al género humano.
Pongamos
por caso que usted viaja en tren a Ponferrada o a cualquier otro destino de la
red ferroviaria. Difícil le resultará evitar ser testigo acústico involuntario
de conversaciones, timbres de teléfonos o advertencias estentóreas para
anunciar las paradas. En los tres casos no es un problema de ruido, sino de
volumen. O sitúese usted en cualquier espacio público cerrado, consulta médica,
bar u oficina, no importa, y observe hasta dónde llegan las agresiones sonoras
que sufre o las intromisiones en su espacio íntimo. Tampoco son ruidos, sino
volúmenes con más que posible y fácil modulación.
Por
ese motivo, sólo por ese motivo, me pongo del lado, supuesto, de la Alcaldesa
Merayo y le animo a perseverar, de verdad, en esta ofensiva contra el volumen y
no contra el ruido, que siempre es cosa de terceros. Añádale usted, señora,
otros intangibles, como los olores o los humores tal vez, y será, sí, mi
candidata favorita para toda la eternidad.
Publicado en La Nueva Crónica, 10 junio 2018
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