El
problema de la picaresca es que nos enseñaron que era un género del pasado y
ahí nos quedamos sin más consideraciones. Como decía Max Aub, “ una serie de
relatos cuyo denominador común es la vida de la sociedad española de los siglos
XVI y XVII, en la que se refleja la realidad ciudadana desde el ángulo de
pícaros, truhanes, vagos, espadachines y ladrones”.
Sin
embargo, el género y su trasunto han pervivido a lo largo de los siglos casi
como una constante literaria y existencial de nuestras Españas, y sus
protagonistas continúan siendo en gran medida el eje de la vida nacional. Hay
diferencias, claro, pues no estamos ya ante la figura del antihéroe opuesta al
ideal caballeresco ni este país es hoy el gigante con pies de barro de la época
de Carlos I. Tampoco hay altura literaria en lo que nos ocurre, naturalmente.
Pero nadie dudará, creo yo, de que sigue arraigado entre nosotros el
comportamiento antisocial de los órganos rectores de la sociedad, a quienes
todos acabamos imitando, y que, por lo tanto, monedas comunes son en nuestros
días los embustes y las patrañas, el enredo y las añagazas, la grosería y la
pura apariencia.
Pensaba
en todo esto, inevitablemente, cuando leía alguna de las novelas de Rafael
Chirbes, pero también al asomarme de forma cotidiana al repertorio de noticias
que nos han envuelto a lo largo de los últimos años. Y qué pensar hoy, en fin,
si atendemos al mercado de títulos universitarios y sus excusas pueriles o a
grabaciones telefónicas que provocan, como poco, vergüenza ajena. Juzguen los
jueces lo que tengan que juzgar, que la indecencia no pasa por los tribunales.
Con
todo, hemos empeorado bastante. No asistimos ya a una vida haciéndose, como
sucedía con Lázaro de Tormes, ni al modelo de quienes, siéndoles la fortuna
adversa, “con fuerza y maña remando salieron a buen puerto”. Al contrario, el
pícaro es hoy sencillamente un patatero, un alcalde, un dueño de medios de
comunicación, un profesor universitario o un meapilas. Gentes de bien.
Publicado en La Nueva Crónica, 12 agosto 2018
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