Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de octubre de 2018

Buñuelos

     Buñuelos llenan los días de otoño la pastelería nacional. El surtido de productos es amplio en los estantes, pero pocos son tan consumidos como esta pasta dulce que tiende a hincharse en la sartén al prepararla. A partir de una pequeña cucharada de masa obtenemos una bolita que puede resultar grasienta si no se tiene el tino suficiente para eliminar el exceso de aceite. Por lo demás, bien consumados, llegan a ser hasta adictivos.

     Como bien se sabe, los buñuelos pueden ir rellenos de crema, de mermelada, de jalea de ciruelas, de compota de manzana o de cabello de ángel… Con todo, la versión más extendida en el negocio son los buñuelos de viento, es decir, los que consisten en el puro envoltorio sin más, un vacío de harina, manteca y huevo. Incluso cuando llevan algo dentro, no siempre se identifica el contenido si la dulzura se eleva a su máxima expresión, como ocurre en obradores de calidad dudosa. Por último, el repertorio buñuelesco se completa con las fórmulas de la nouvelle cuisine, donde uno no llega a saber nunca lo que digiere, pero resulta moderno y televisivo.

     Los hornos de todas las sucursales de la pastelería nacional están a pleno rendimiento, han superado los limites estacionales y culturales y fabrican buñuelos a toda máquina. Seguramente porque se consumen. También se exportan. Bandejas repletas se aprecian en escaparates de aquí y de allá sin importar las posibles contraindicaciones. Porque también indigestan sin llegar necesariamente al extremo del atracón. Los empachos suelen ser muy agudos en campañas electorales, por ejemplo. O en tiempos turbios como los presentes. Sobre todo producen un daño mayor si se mezclan con otros productos de la misma pastelería: el efecto suele ser muy tóxico.

     En suma, conviene estar alerta al adquirirlos, no dejarse llevar por instintos primarios, sopesar quién nos los ofrece y con qué intenciones, calcular los daños y tener en cuenta que hay otras pastelerías e incluso, no lo duden, otros proveedores de alimento.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 octubre 2018

domingo, 21 de octubre de 2018

Huracanes

     De Leslie a Michael, vivimos entre huracanes. O tormentas tropicales, o ciclones, o borrascas, o lo que sea. El caso es que sea. Por lo general, después de una tragedia como la sufrida en un rincón de la isla de Palma de Mallorca, las agencias meteorológicas y los informadores del tiempo se afanan en acertar con los pronósticos y demostrar así que el drama fue una simple imprevisión, una fatalidad tormentosa. Es decir, se impone la sobreactuación y el espectáculo: mapas a diestro y siniestro, periodistas en medio de inclemencias variadas, conexiones en directo con expertos y responsables de protección civil… Y, al cabo, poco más que una gota fría. Afortunadamente, se dirá, y es verdad, pero mientras tanto todos hemos vivido pendientes del diluvio que se nos venía encima a la espera del siguiente episodio de Operación Triunfo.

     Es una señal más de estos tiempos en los que se impone el efectismo. El clima cambia, ciertamente, pero también lo hacemos cambiar a través de los medios de comunicación. No hay mejor muestra de ello que las informaciones sobre el tiempo en cualquier emisión de noticias: de Mariano Medina a Mónica López no sólo ha transcurrido más de medio siglo cronológico, sino también tecnológico y sobre todo en términos de representación teatral. Las explicaciones de esta última llegan a ser agotadoras.

     Es lo que ocurre también, como bien sabemos, con la sobreinformación: satura. O con las anécdotas convertidas en materia de Estado, tal y como sucedió con un error de protocolo en la fiesta nacional o con el adjetivo palmera en una sesión del Parlamento. Convertimos lo trivial en un mundo. Por eso mismo no nos pueden extrañar los excesos históricos de la religión catalana o la revisión imperial del descubrimiento de América por parte de Pablo Casado. Para no hablar de lo que hay que hablar y hacerlo además con rigor, convertimos en huracanes los temporales cotidianos con la mayor de las frivolidades. No es nada nuevo, seguramente, pero es lo que se lleva.

Publicado en La Nueva Crónica, 21 octubre 2018

domingo, 14 de octubre de 2018

Carbón

     No hay en estos tiempos otra materia prima más denostada que el carbón. Razones se aportan de todo tipo para ello, en especial lo que se refiere a su capacidad contaminante y a su explotación subsidiada.

     Lo primero, siendo una evidencia, se combate con tecnología y aun así no está demostrado su éxito. Pero lo cierto es que la suciedad y sus consecuencias no se reparten por igual entre los países productores, lo que condena a unos a sacrificios importantes y a otros a mirar para otro lado. Nos referimos a Alemania, sin ir más lejos, donde todavía es el carbón, su lignito igualmente sucio , el principal nutriente para la producción energética y donde el bosque de Hambach se ha convertido recientemente en símbolo de lucha entre lo verde y lo negro. Pero también, un poco más allá, al muy civilizado Canadá, donde las arenas bituminosas dejan una huella bárbara en el paisaje. O a otros países de nombres menos notables o más salvajes en materia ambiental.

     Y en cuanto a lo de las subvenciones, su último capítulo se escribe en forma de disputa entre las tres grandes instituciones de la Unión Europea (el Parlamento, el Consejo y la Comisión), que en menos de dos semanas decidirán el futuro de la producción energética europea. Sea cual sea el resultado de esa discordia, no es menos cierto que subvencionado lo está todo hoy en día, de ahí que la controversia sobre la prolongación o no de las ayudas a las térmicas resulte un tanto pueril si atendemos a que, en la actualidad y cada vez más, casi todos los procesos productivos están sostenidos con fondos públicos. También lo renovable.

     Por último, conviene recordar en esta encrucijada que sobre la relevancia del carbón (y del acero) se construyó a mediados del siglo pasado el primer embrión de la Europa moderna. Y que sobre su consistencia se alzó de hecho la primera unión de países con vocación supranacional. No deja de ser curioso, pues, que la agonía del carbón coincida ahora con la propia de esa Unión Europea hoy tan vilipendiada.

Publicado en La Nueva Crónica, 14 octubre 2018

domingo, 7 de octubre de 2018

Gas

     Si decíamos hace una semana que la factura de la luz daba calambre, diremos ésta que el recibo del gas atufa. Las casualidades en materia de precios no existen y mucho menos aún en determinadas fechas del calendario. Sube la energía de cara a los meses de invierno, cuando se dispara el consumo doméstico por razones obvias, lo mismo que suben los carburantes coincidiendo con las operaciones salida y regreso de cualquier turno de vacaciones. Se podrá argumentar lo que se quiera y todo valdrá, los buitres son expertos en retórica, pero nadie podrá evitar la sensación de ser pastoreado al albur de los depredadores.

     De modo que ahora toca el gas, que nos iba a salvar de los males del carbón y de las térmicas. Y luego subirá el aire, que ya es propiedad de los dueños de los molinillos. Y el agua, que lo es de los señores de los pantanos. Y el sol, que pertenece a los virreyes de las placas de silicio. Y la biomasa, que es moneda para los predicadores de lo alternativo. Aquí no se salva ni Dios, como decía Blas de Otero.

     Si bien se piensa, todas esas materias no son realmente de nadie, son bienes mostrencos, y, en consecuencia, debiera ser la administración del común la que se encargara de regular su uso, comercio y beneficio, sin olvidar nunca que se trata de atender a necesidades básicas para la población. Naturalmente, eso, en estos tiempos, es pura poesía. Pero en tal caso habría que demandar responsabilidades a las comisiones varias, organismo cientos y entidades diversas que se constituyen para el debido control del mercado. O determinar que sobran directamente y firmar su acta de defunción, pues de hecho escasa vida y poder demuestran frente a la voracidad de los lobbys, de los oligopolios y de las demás especies de la carroña y de la usura.

     Con todo, lo más bonito es saber que uno forma parte de eso que denominan Tarifa del Último Recurso, que suena a últimas voluntades o a las diez de últimas, tanto da. Es la constancia de que no pintamos casi nada en este chollo.

Publicado en La Nueva Crónica, 7 octubre 2018