Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 28 de abril de 2019

Ello


            Hoy es al fin el día de ello. A pesar de la relevancia que seguramente atesora el hecho de votar en unas elecciones, no encuentro otro modo mejor para referirme a la cita de este 28 de abril que un pronombre neutro. Quizá sea porque no siento entusiasmo. Votaré, en efecto, puesto que no está el tiempo bueno, casi nunca lo está, aunque tal vez mi voto sólo vaya a servir para la gloria de ese tal d’Hont que nos recuenta y poco más.

            Y digo ello también porque, emociones personales aparte, lo impreciso ha dibujado una vez más el contorno de la convocatoria y de toda su escenografía. Salvo las excepciones naturales de un lado y de otro, donde se suele hablar con mayor precisión por pura necesidad, el panorama general no ha superado ni la ambigüedad ni la confusión calculada. Ni directamente la mentira. Releo todavía hoy los eslóganes de las campañas de cada una de las opciones concurrentes y no encuentro ninguno que se separe de esa grisura. De hecho, mi buzón de correos se iba oscureciendo más y más, que ya es decir, a medida que iba siendo invadido por la propaganda electoral. Cuando lo abría, escupía pronombres. El pronombre, ya saben, es una clase de palabras que hacen las veces del sustantivo o del sintagma nominal y que se emplean para referirse a las personas, los animales o las cosas sin nombrarlos. Puede ser que la política actual se haya convertido en un elemento más de esa clase.

            Con todo, el problema es que después de ello seguramente venga otro ello o varios ellos. Que sigamos siendo pronominales neutros. Aunque también ése es un buen motivo para acudir a las urnas. Al menos allí, situados frente a la autoridad competente que preside la mesa, se podrá escuchar un verbo, que es el núcleo de todo y por donde empiezan a construirse las oraciones con las que nos comunicamos: ¡vota! Ésa es la primera dimensión del lenguaje democrático, posiblemente ya la última que nos va quedando de toda una generosa forma de entendernos y explicarnos que tiende a la extinción.

Publicado en La Nueva Crónica, 28 abril 2019

domingo, 21 de abril de 2019

Hashtag

      La vida es un hashtag. No ya un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, un sueño… Ni siquiera una tómbola ni un regalo ni una mierda… Todo eso, con mayor o menor contenido, con más nobleza o con más grosería, era un algo que se contaba y se escuchaba contar. Algo que podía compartirse en un momento dado y hacerlo incluso en carne y hueso. Hoy, en cambio, la vida es una etiqueta.

      No aspiramos a mucho más. No hay largos plazos ni horizontes lejanos. Nos es suficiente con el hallazgo de un título que resuma todo un tema, que genere un hilo o que se reproduzca sin más miramientos hasta convertirse en tendencia. Eso significa el triunfo. Atrás quedó el teatro y la fabulación, atrás quedaron la cortesía o la rabia que se expresaban con palabras tendidas, atrás quedaron conversaciones y cartas, atrás quedó así mismo, en este mundo digital, el correo electrónico o los muros exhibicionistas. Ésa es, seguramente, la nueva vereda por la que discurren mansas las ovejas eléctricas con las que sueñan los androides. Los de Roy Batty y Rick Deckard aparte, sabrá cada cual qué papel en la novela de Philip K. Dick le corresponde. Y pensemos, de paso, si es posible sintetizar ésta u otra obra similar en uno de esos dichosos hashtag.
 
      Porque ése es el lado oscuro de la escritura moderna: la no lectura. O su reducción a la misma medida de las etiquetas y sus hilos. Como mucho sus hilos, porque a veces ni eso: según últimas estadísticas disponibles, el 38,2% de españoles y españolas confiesa no leer nunca o casi nunca. Esto por lo que se refiere a los libros, porque si atendemos a las cifras sobre lectura de prensa escrita, descubriremos que son similares a las de 1980: un 26’7% lo hacía entonces, un 26’5% lo hace hoy. Es más, regresando a los libros y a su materia: solamente un 13’7% se detiene en el ensayo. Habrá otras expresiones de ello sin duda, pero ésta es una de las más dramáticas de nuestro ser nacional. Que tampoco difiere mucho de los países que llaman de nuestro entorno.

Publicado en La Nueva Crónica, 21 abril 2019

domingo, 14 de abril de 2019

Laurel

      ¿Imagina alguien que fuera éste el último año en que los laureles se pasean por las calles para inaugurar la llamada semana santa? Puede parecer inverosímil, pero acercar al terrenos cotidiano las transformaciones que la locura climática está provocando sería una buena forma para estimular un mayor compromiso en esa materia. Lo habitual es pensar que tales cambios no afectan directamente a nuestro ser y a nuestro estar inmediatos, desentenderse como si fuese sólo asunto de gobiernos e instituciones, que lo es sin duda. Pero si modificamos nuestra perspectiva modificaremos también nuestras actitudes.

      El momento es crucial. En él confluyen pactos internacionales, informes científicos incuestionables que avisan de que hay poco tiempo, tecnologías disponibles que permiten el cambio de fuentes energéticas y, finalmente, una sustancial bajada de costes en muchas de esas tecnologías que posibilita hacer los cambios necesarios con esfuerzos financieros razonables. Hay también, por supuesto, fuerzas reaccionarias que se levantan frente a todo progreso y avance social, ya sea contra la igualdad, contra las migraciones o contra la sostenibilidad ambiental. Fuerzas que, paradójicamente, suelen ser fieles de los desfiles laureados de estas mismas fechas. Por eso es oportuna también la pregunta inicial.

      Como oportuno es, ya que procesionamos en fechas de aguas benditas, recordar la reciente reclamación en el Día Mundial del Agua, el pasado 22 de marzo, para que el ciclo urbano del agua adopte un modelo público, democrático y transparente. La lucha por el agua pública está unida a la recuperación y mantenimiento en buen estado de conservación de nuestros ecosistemas acuáticos. Es decir, adaptarnos a la realidad que nos impone el cambio climático, reducir nuestra vulnerabilidad frente a los riesgos de sequías e inundaciones y garantizar un uso sostenible con una demanda adaptada a los recursos realmente disponibles. Incluido en todo ello, faltaría más, el riego de los laureles.

Publicado en La Nueva Crónica, 14 abril 2019

domingo, 7 de abril de 2019

Abril

     La primavera luce en abril todo su ajuar de poesía y de banderas. Quizá porque abril es un mes de sensaciones húmedas,  o al menos lo era cuando el refrán se cumplía y las borrascas atlánticas nos regaban con generosidad. Ahora el agua no llega apenas, pero los colores y los versos persisten e incluso ganan en intensidad, alimentados los unos por ideas también líquidas en muchos casos, nutridos los otros por los afanes del yo. En realidad, es una pasarela lírica y cromática con un destino épico en el rojo de mayo, cuando todo revienta.

     Fue Machado quien más se empeñó en dedicarle letras a abril, él que descansa eternamente envuelto en una bandera tricolor, aunque sean numerosas las firmas que en ese lado del calendario aparcan: de Claudio Rodríguez a Ernesto Cardenal o de Rosalía de Castro a Blas de Otero, que firmó en “Bilbao, a once / de abril, cincuenta y uno” su glorioso poema A la inmensa mayoría. Y abril eligieron al cabo, para su final, tanto Shakespeare como Cervantes, que es algo así como coronar un mes ya pletórico de episodios emblemáticos con o sin estandarte.

      Así que hubo y habrá banderas nacionales y republicanas, rojiverdes, comuneras y carmesíes, cuatribarradas e ikurriñas, casi todo en abril tiene aposento y efeméride. Quizá por eso mismo otro cultivador de versos y de canciones, Miguel Escanciano, entonó hace años su sentencia pictórica: “banderas de abril llenan de colores el cielo”. Y a su voz le siguieron después  la de Carlos Cano, “abril para vivir, / abril para cantar”, y la de Joaquín Sabina, “quién me ha robado el mes de abril”, o incluso aquel “20 de abril del 90” que casi todos hemos cantado alguna vez junto a Celtas Cortos.

      Así es este mes de claveles por el que conviene transitar con el corazón alerta por si las emociones lo turbaran en exceso: “Fue una clara tarde de melancolía. / Abril sonreía. Yo abrí las ventanas / de mi casa al viento. El viento traía / perfumes de rosas, doblar de campanas”. Sea así, con Antonio Machado al fondo.

Publicado en La Nueva Crónica, 7 abril 2019