Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 25 de agosto de 2019

Misiles


            Son numerosas las señales que anuncian que los tiempos cambian, aunque no lo hagan seguramente en el sentido que entonaba Dylan en 1964. O tal vez sí, porque en cierto modo más que a un cambio asistimos a un retroceso, si bien en versión videojuego o algo parecido. Me refiero a ese ir y venir de misiles con el que se entretienen ahora ciertos estados embrutecidos y sus líderes infantilizados. Incluso el sindiós de Cachemira regresa a la actualidad como el potencial conflicto que siempre fue. En fin, casi, casi al borde de lo que cantaba el bueno de Bob: “Hay una batalla afuera y está empeorando”.

            Sin embargo, a diferencia de entonces, cuando el estrés nuclear nos tenía a todos verdaderamente estremecidos y no era extraño encontrar todo tipo de contestación, ya fuera en forma de movimientos y manifestaciones, ya fuera en formato escrito con la firma de la intelectualidad global, que en aquellos años era otra intelectualidad, la sensación ahora es que ésa no es nuestra pantalla. Convertido el mundo en lo que el periodista italiano Alessandro Baricco llama The Game, un misil por aquí o un misil por allá parece más bien un asunto virtual y apenas hay voces que se alcen contra semejante nueva barbarie desatada. De hecho, ante el desbarajuste general, lo nuclear ya no asusta, sino que promueve el selecto turismo que se acerca cada vez más a oler la radioactividad en Chernóbil.

            Es más, acomodados a los desvaríos del gran canalla americano, a las chulerías del bufón ruso o a las calamidades del ogro norcoreano, todo parece un simple guión de una de esas series de éxito que estamos obligados a consumir. Y como tales, como consumidores de series, recibimos noticias que en otro momento histórico hubiesen causado gran alarma social. Hoy no, hoy sólo aguardamos al próximo capítulo o a la siguiente temporada, como si sólo fuera materia para la ficción. Ya no son falsas noticias como tales asumidas. Es un eslabón más en el disparate: el de la realidad convertida en puro delirio.

Publicado en La Nueva Crónica, 25 agosto 2019

domingo, 18 de agosto de 2019

Naufragio


            Lo contrario a un barco flotando puede ser una embarcación que naufraga. Hay más opciones, por supuesto: barcos varados, encallados, hundidos, fantasmas, fondeados… Incluso cuando se flota no quiere decirse exactamente que se navega: se puede ir a la deriva, por ejemplo, sin gobierno ni rumbo. Pero el naufragio es el hecho trágico por antonomasia en esa materia.

            El término naufragio, además de su significado primero y evidente, tiene otros sentidos que connotan más allá de la catástrofe naval. Una cosa es ser un náufrago literal y otra serlo sin mojarse lo más mínimo, que es lo más grave y seguramente ridículo. La noticia más común hoy en día sobre víctimas que zozobran hacen referencia a pateras, cayucos, almadías y otras balsas rudimentarias y las protagonizan gentes que, aparte de esa peripecia dramática, han sufrido otros dolores seguramente indescriptibles. En cambio y por lo que les va en ello, el naufragio tomado de un modo figurado es el que representan, entre otros, los gobiernos de la Unión Europea y hundimiento es el estado de sus políticas migratorias y de asilo. Pero, cuidado, hundidas son también las nociones de solidaridad, de fraternidad y de humanidad, en cuya inmersión fatal participamos todos en los términos que corresponde. Porque al cabo ese proceder ominoso de quienes deberían ser guía ética, donde se incluyen las más altas cumbres religiosas, engendra maneras de pensar y de vivir que llevan a la ruina social.

            Cuando el otro, especialmente si es negro y africano, o latino o rohingya o yazidí en otras latitudes, es el problema quiere decir que ya han triunfado entre nosotros los ideales inhumanos, aunque no les hayamos concedido el voto de forma mayoritaria, y que todo derecho que se invoque es papel mojado, un resto más del naufragio. Van siendo muchos los desechos y el panorama del embarcadero se acerca temerariamente al dibujo de un auténtico desguace, ese lugar al que se llevan los navíos viejos o estropeados para hacer chatarra con ellos.

Publicado en La Nueva Crónica, 18 agosto 2019

domingo, 11 de agosto de 2019

Barcos


Tiempo atrás, en los momentos más agudos de las crisis y cuando aún pensábamos que aquello tendría marcha atrás, una ministra, sembrada ella, echó mano de la metáfora del barco para diluir responsabilidades y afirmar cándidamente que todos íbamos en el mismo barco. Esto era falso, por supuesto, pero, aunque así hubiera sido, sabemos bien que dentro de una misma embarcación se puede viajar en camarote o en bodega y no es del todo equivalente.

Dicho lo cual, el barco es también una imagen muy veraniega. De hecho, la reiteración de noticias habidas en estos meses de calor con tales vehículos flotantes como protagonistas nos confirman aún más la frivolidad de aquella ministra. Entonces, ahora y siempre.

Porque, más allá de flotar, poco tienen que ver las cualidades y los tripulantes de barcos de rescate en el Mediterráneo, como el Open Arms o el Sea Watch, con los cruceros que transitan por el mismo mar cargados con un turismo intensivo y difícilmente sostenible. Tampoco resulta equiparable la flota pesquera española que vuelve a faenar en aguas de Marruecos, buscándose la vida, con los veleros que compiten en regatas, el Aifos real a la cabeza, cuya vida está más que blindada. Del mismo modo que a nadie se le ocurriría comparar los gigantescos petroleros que sortean las marejadas de todo tipo en el Golfo con los ferries abarrotados de pasajeros que sufren habituales accidentes en aguas filipinas. Y, en fin, capítulo aparte merece la nao Victoria, primer navío que circunvaló el planeta hace 500 años guiado por Magallanes y por Elcano, poco más en realidad que los barquitos minúsculos que surcan durante estos meses estivales el pantano de Riaño.

Si nos fijamos bien y no exageramos, el único barco que de verdad compartimos todos en mayor o menor medida es aquel al que cantaba Serrat, con el mismo pero ya distinto Mare Nostrum al fondo, cuya actualidad nunca se desvanece: “barquito de papel sin nombre, sin patrón y sin bandera, navegando sin timón donde la corriente quiera…”

Publicado en La Nueva Crónica, 11 agosto 2019

miércoles, 7 de agosto de 2019

Epílogo


            Complicado es que a esta edad acarreada tengamos ya la oportunidad de transfigurarnos en japonés o de tocar el piano. Como difícil fue unos años atrás mudar en argelino o ser un virtuoso del violín. Y todo esto, siendo realistas, habiendo razonado de antemano que lo de Lucien nunca estuvo a nuestro alcance. Cito a Nobuyuki Nakajima, a Djamel Benyelles y a Serge Gainsbourg porque, además de otros autores, sobre ellos gravita la mayor parte y la más notable colección de cantables de Jane Birkin. Naturalmente, Gainsbourg estuvo en el origen y permanece como lo hace siempre la fealdad. Benyelles nos ofreció la oportunidad de recuperar el cancionero primitivo con acento oriental, en una recreación que nos pareció extraordinaria y que juzgábamos como definitiva. Por último, Nakajima nos descubrió que restaba aún el arreglo orquestal y que su resultado vendría a ser una especie de colofón formidable para esa obra compartida por la eterna pareja.

            De modo que uno hubiera deseado antes que nada tener el don de la música para haberle ofrecido algo a esta mujer, algo exquisito quiero decir. Así lo entendimos Santos y yo cuando, jóvenes umbralianos, construíamos a medias nuestra mitología. Porque lo que no se puede pretender, convinimos, es que un señor de provincias, españolas, por muy buen expediente académico de que disponga y por mucho currículum que se haya labrado con los años vaya a conseguir un salvoconducto para profanar los palacios más íntimos de Madame Birkin. No hubo, pues, licencia ni hubo habilidades musicales. Como ocurre con otras muchas facetas dignas de la vida que se convierten en inalcanzables, nos ceñimos a lo literario y, dentro de ello, a la devoción por el mito, el real y el fabulado, que es una de las más nobles obligaciones del individuo frente a lo ordinario.

            Mas el mito al fin habitó entre nosotros. Santos, estoy seguro, habría sido feliz esa noche del mes de julio en el Jardín Botánico de la Universidad Complutense. Habría llegado a la cita sobrado de tiempo para reconocer debidamente el espacio, que es la obligación de todo buen actor. Se habría confundido entre el público primero, como uno más pero sabiéndose singular, y después se habría acomodado tranquilamente en la fila cinco, ni muy cerca como para enfermar, ni muy lejos como para no sentirse parte fundamental de la representación. A ojos extraños, parecería tal vez ausente pues apenas habría expresado emoción durante el concierto, pero guardaría en su bitácora, junto a la brújula de la existencia, todos los detalles de la ceremonia: la imagen inusual de una orquesta compuesta exclusivamente por mujeres; Nakajima a un lado, dueño naturalmente del piano; el deambular ligero de Jane B de un lado a otro del escenario; el repertorio sin mácula; los muy escasos parlamentos (“cher España”, dijo; lo que incluía seguramente Palomares); sus interminables adioses y los bises; y el vacío final.

            Santos y yo habríamos hablado de todo ello en el tren de regreso y quizá habría aprovechado ese instante para anunciarme su intención de escribir una serie de cartas dirigidas a ella, donde incluiría todas nuestras memorias a ella misma debidas. Que las titularía con los nombres que la revolución francesa dio a los meses y que intentaría que se publicasen en algún medio digital de los que ahora se llevan. Me preguntaría mi opinión al respecto y yo le respondería que me sonaba a historia conocida.

            En fin, lo cierto es que, entre unas y otras derivas, en el verano de 2019 nos dejamos de ensueños, compartimos en vivo los setenta y dos años de JB y, sí, también nosotros nos hicimos definitivamente mayores. O dicho de un modo más adecuado a lo que escuchamos esa noche: “Cette chanson Les feuilles mortes s’efface de mon souvenir et ce jour là nos amours mortes en auront fini de mourir”.

Publicado en Tam Tam Press, 7 agosto 2019

domingo, 4 de agosto de 2019

Nombres


            Si se lee la prensa y se repasan los nombres que protagonizan buena parte de los titulares, sus rasgos personales y peripecias públicas, es muy probable que se llegue a dudar de si lo que se tiene entre manos es un periódico o una novela de terror para entretener estos tiempos estivales. Más aún, si se comparan dichos nombres con otros que los precedieron, sus biografías y sus pensamientos, de lo que no habrá dudas es de que esta edad que vivimos es una edad bruta, que no cesa de incorporar nuevos monstruos a la escena, como sucedía en aquellas horribles paradas circenses de siglos atrás: hombres elefantes, mujeres barbudas y demás seres deformes exhibidos sin pudor.

            El contraste de nombres entre el antes y el ahora ilustra también el contraste entre constructores que fueron de utopías y los que hoy se encargan del diseño de las nuevas distopías. Difícil es encontrar en nuestra edad nombres como los de Jean Monnet, Willy Brandt, Simone Weill, Nelson Mandela, Fidel Castro, Antonio Gramsci…, independientemente de sus aciertos prácticos. Si acaso lo que cabe suponer es que serán probablemente mujeres las constructoras de las nuevas utopías. Con ello, entiéndase bien, no decimos que el tiempo pasado haya sido mejor. Sería un error gravísimo y una enfermedad nostálgica. No olvidemos que el siglo XX fue también un siglo letal, “un siglo tempestuoso”, según tituló su último libro el historiador Álvaro Lozano. Pero es verdad que la Contemporánea fue una edad para la creación de utopías, lo cual, a juzgar por sus protagonistas, no parece ser el signo del presente ni el del inmediato porvenir.

            A nadie debe extrañar, pues, que en esta España nuestra sean también los nombres, sus cualificaciones e incompatibilidades, las razones últimas de la política, muy por delante de otras coyunturas muchos más sustanciales. Y en esto no somos diferentes de otros lugares: también aquí se ha producido, se produce de día en día, una severa degeneración de la onomástica y de sus encarnaciones.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 agosto 2019
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