Son
numerosas las señales que anuncian que los tiempos cambian, aunque no lo hagan
seguramente en el sentido que entonaba Dylan en 1964. O tal vez sí, porque en
cierto modo más que a un cambio asistimos a un retroceso, si bien en versión
videojuego o algo parecido. Me refiero a ese ir y venir de misiles con el que
se entretienen ahora ciertos estados embrutecidos y sus líderes infantilizados.
Incluso el sindiós de Cachemira regresa a la actualidad como el potencial
conflicto que siempre fue. En fin, casi, casi al borde de lo que cantaba el
bueno de Bob: “Hay una batalla afuera y está empeorando”.
Sin
embargo, a diferencia de entonces, cuando el estrés nuclear nos tenía a todos
verdaderamente estremecidos y no era extraño encontrar todo tipo de
contestación, ya fuera en forma de movimientos y manifestaciones, ya fuera en
formato escrito con la firma de la intelectualidad global, que en aquellos años
era otra intelectualidad, la sensación ahora es que ésa no es nuestra pantalla.
Convertido el mundo en lo que el periodista italiano Alessandro Baricco llama The Game, un misil por aquí o un misil
por allá parece más bien un asunto virtual y apenas hay voces que se alcen
contra semejante nueva barbarie desatada. De hecho, ante el desbarajuste
general, lo nuclear ya no asusta, sino que promueve el selecto turismo que se
acerca cada vez más a oler la radioactividad en Chernóbil.
Es
más, acomodados a los desvaríos del gran canalla americano, a las chulerías del
bufón ruso o a las calamidades del ogro norcoreano, todo parece un simple guión
de una de esas series de éxito que estamos obligados a consumir. Y como tales,
como consumidores de series, recibimos noticias que en otro momento histórico
hubiesen causado gran alarma social. Hoy no, hoy sólo aguardamos al próximo
capítulo o a la siguiente temporada, como si sólo fuera materia para la
ficción. Ya no son falsas noticias como tales asumidas. Es un eslabón más en el
disparate: el de la realidad convertida en puro delirio.
Publicado en La Nueva Crónica, 25 agosto 2019