Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 29 de septiembre de 2019

Propaganda


            Decenas de miles de personas andan estos días gestionando su rechazo a la propaganda electoral. Los argumentos para ello son variados y todos razonables, si bien lo que se percibe en el fondo es un gesto para expresar, tal y como señalan las encuestas, la decepción o el enfado por el fracaso político de los últimos tiempos. De otro modo no entiendo que me lleguen ahora mensajes por todas las vías para sumarme a dicha campaña, pero nunca antes llegaron otros para liberarme de la propaganda comercial que convierte mi buzón diariamente en un contenedor de papeles muertos. Salvo la causa política, ningún otro motivo sostiene esa diferencia de actitud. Porque, si exceptuamos el objetivo que defiende el gasto público, lo cual es también bastante relativo, ningún otro es exclusivo de la actual operación.

            Así pues, en cierto sentido volvemos a disparar sobre el mensajero y nos comprometemos con una masa amorfa que, de la misma manera, rechaza otros entresijos políticos, tal vez todos los entresijos. Si de entrada existía ya una opinión amplia contraria a la clase política sin distinción alguna (dice el CIS que es uno de los principales problemas para los españoles, la segunda de sus preocupaciones nada más y nada menos), convendremos que este soniquete de la propaganda en lugar de perseguir su solución viene más bien a servirle de eco. Eso sí, como suele decirse puerilmente, todas y todos quedaremos con la conciencia más tranquila, que es, como bien sabemos, no decir nada, no hacer nada.

            Porque los remedios a los desórdenes políticos son políticos y la adecuación a los tiempos presentes de los anticuados procesos electorales habrá de ser también política. Por tanto, el primer paso para ello es el voto, aun repetido, hasta forzar que esa clase política denostada recupere algo de cordura y sintonía con el sentir de los corrientes mortales. O también a través de una mayor implicación política, de la que andamos faltos, que sustituya a las personas inútiles por otras más válidas.

Publicado en La Nueva Crónica, 29 septiembre 2019

domingo, 22 de septiembre de 2019

Inestabilidad


            El campo semántico de esta Edad nuestra continúa añadiendo términos a su alforja con un acento no precisamente optimista: a la precariedad, superficialidad, liquidez… se acaba de sumar ahora la inestabilidad, un concepto y una realidad que casan con  el vaivén, el desequilibrio y la vacilación entre otras maravillas léxicas. Se observa así en las tendencias territoriales disgregadoras de acá y de allá, en la pésima gestión de los resultados electorales para formar gobiernos allí y aquí o en las fluctuaciones de los mercados, de las ideas y de las palabras. Lo inestable se impone, bien como un mal temporal en sí mismo, bien como una consecuencia de un mal general que tiende paradójicamente a la estabilidad, no sabemos. El caso es que somos precarios, líquidos, superficiales y ahora también inseguros.

            Lo que importa de esa turbulencia que nos asusta en unos casos y que nos paraliza en otros no es tanto su origen, pues con toda seguridad muchos y diversos son los pecadores, como reconocer a quién benefician y a quien perjudican estas gotas más que frías. Es de esta duda, relativamente sencilla de resolver, de donde puede derivarse una vez más un verdadero programa político. Así mismo una actitud política individual y colectiva. Es en ese punto donde conectamos con las evidencias sociales y económicas que nos confirman quiénes son los ganadores en ríos revueltos como los presentes.

            De ahí que, bien mirado el panorama, no quede más remedio que evaluar cómo se comportan unos y otros ante esta jungla terminológica y actuar. También votar, naturalmente. Porque, de lo contrario, las nuevas entradas en el diccionario de la actual historia serán pasividad, abulia, ausencia y melopea. Exactamente aquello que buscan quienes hasta aquí nos han traído para proseguir con sus desmanes. Es en esto donde la izquierda, si existe, debiera significarse en la tarea de limpiar, fijar y dar esplendor. Porque, decididamente, la confusión y sus sinónimos son más de derechas que las gaviotas.

Publicado en La Nueva Crónica, 22 septiembre 2019

domingo, 15 de septiembre de 2019

Iglesias


            Ha publicado este mismo periódico que la provincia de León cuenta hoy con 9 lugares de culto más que en 2015 hasta sumar un total de 1.329 para siete religiones. Ello confirma que, junto a los bares, las iglesias resisten todo tipo de tempestades, que suelen serles más favorables por lo general que las bonanzas. Tal vez porque a los unos y a las otras se acude para olvidar y para evadirse transitoriamente de la realidad o para esquivarla ad eternum. En mi barrio, donde durante décadas hubo una sola iglesia, católica por supuesto, hoy han aterrizado al menos otras cuatro de otras tantas confesiones o lo que sean. Ello sin tener en cuenta los papelitos que de cuando en cuando alguien deposita en mi buzón para anunciarme los beneficios de un auténtico vidente espiritual africano.

            Semejante despliegue espiritual en los lineales del supermercado religioso es una muestra más de la sociedad de la abundancia en la que vivimos, donde parece –sólo parece– haber de todo y para todos, ya sean bienes materiales, ya sean creencias intangibles, y todo conforme al poder adquisitivo de los consumidores. En las largas épocas de la sociedad de la necesidad, no hace tanto, era bien diferente. Lo curioso es que este exceso de oferta coincide en el tiempo con el reinado, como poco, de los no practicantes en un mundo que presume de laicidad o aconfesionalidad. Quizá por eso mismo las devociones se rigen hoy por las reglas del self service o del buffet libre que tiñen incluso lo divino. Y también en esto del autoservicio hay, como sabemos, estrellas y tenedores para indicar distinción o desdoro. Desigualdad, en suma.

            En fin, orar y beber es la norma que sustituye a orar y trabajar. En cualquier caso, orar, siempre orar. Es admirable la constancia de este verbo y de quienes lo administran. Tanto que incluso las tecnologías se rinden a sus pies para depositar limosna mediante tarjetas de crédito en muchos templos y, además, muy pronto el 5G vendrá a iluminar los inescrutables caminos de Dios.

Publicado en La Nueva Crónica, 15 septiembre 2019

domingo, 8 de septiembre de 2019

Disparos


            Entre los culebrones de verano y el pistoletazo de salida no hay más que una sucesión de tópicos y un muy escaso esfuerzo comunicativo. No es ni el mayor ni el menor de los males que asedian a los medios de comunicación, pero imprime estilo y marca tendencia para que el uno y la otra se contagien con facilidad a las audiencias. En suma, conforman pensamiento.

            Septiembre, cuando todo parece reiniciarse, es el mes de los disparos: la pólvora metafórica define por igual tanto el comienzo de la liga de fútbol como el retorno de los niños y las niñas a sus escuelas, la recuperación de la actividad política propiamente dicha como la llegada de pintorescas colecciones a los quioscos. Lo que en su momento fue una señal para el inicio de ciertas competiciones deportivas, un disparo al aire, ha acabado por convertirse en una expresión común para indicar el comienzo de cualquier cosa. Pero así como en el deporte el empleo de esta fórmula se ha restringido cada vez más, en la expresión corriente se ha extendido sin piedad hasta resultar paradójica u ofensiva. Sin ir más lejos, decir que el principio del curso se da con el pistoletazo de salida en las escuelas infantiles es un dicho desafortunado y bastante temerario.

            Las frases hechas son un signo de pereza que se corresponde con la pobreza léxica general. Por lo tanto, como decíamos antes, con un pensamiento simple. De ahí que la responsabilidad de los medios de comunicación en esta materia sea más que notable, al menos porque a sus profesionales se les supone un cierto dominio del lenguaje, su principal herramienta de trabajo. Y si bien no son ellos quienes pondrán fin a la violencia, eludir términos gratuitos que a ella aluden sería una buena práctica, más aún cuando no aportan nada al mensaje transmitido. Cierto que la palabra no es el referente y que algunos significados simbólicos nos enriquecen en ocasiones, pero bien haríamos en cuidar un poco esos modales. Sobre todo porque sabemos que las armas las carga el diablo.

Publicado en La Nueva Crónica, 8 septiembre 2019

domingo, 1 de septiembre de 2019

Clima


Como auténticos replicantes, vemos cosas que jamás creeríamos: bosques y selvas devorados por las llamas más acá de Orión; el brillo en la oscuridad de los glaciares derretidos por el efecto invernadero y otros gases; tormentas enloquecidas como veraces fulguraciones solares; éxodos de capitales de estado para escapar del crecimiento de las agua junto a sequías devastadoras. Y, probablemente, todos esos momentos se perderán también en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. No sé si es hora de morir.

La historia podría ser ésta. O es ésta ya. Sólo los muy cerriles, los más necios de la humanidad se empeñan en negarla. Esos que precisamente constituyen también una perturbación más para el clima. No me refiero al clima en sentido estricto, el antes aludido en virtud de sus consecuencias más evidentes, sino ese otro que la Academia identifica con el ambiente y que equivale, según su diccionario, a condiciones o circunstancias que envuelven a las personas. En ello así mismo se pone de relieve el cambio climático. No de un modo físico, por supuesto, pero sí en el ánimo y en la convivencia. Era impensable en los últimos decenios asistir a un panorama político general tan caldeado y enrarecido, donde prevalece la ley del rumor y de las bofetadas dialécticas que arruinan los debates y convierten en usual el desprecio y el insulto. Un modelo que se traslada con facilidad a la vida corriente para hacer de ella también un espacio irrespirable, un clima tóxico y alienado, en medio del cual somos, sí, auténticos replicantes no se sabe bien de qué. Con toda probabilidad de nada sano.

Bien está, pues, que la preocupación por el clima real nos movilice y que todos, mayoritariamente, nos declaremos a favor de adoptar medidas que lo protejan. Otra cosa es qué medidas está dispuesto a adoptar cada cual. Pero, en cualquier caso, toda esa panoplia será incompleta si no le acompañan otras armas contra la majadería, el mal gusto, la estridencia y la memez que nos gobiernan y nos contagian.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 septiembre 2019