Blog de Ignacio Fernández

Blog de Ignacio Fernández

domingo, 27 de octubre de 2019

Infiltrados


            Cada cual tiene sus infiltrados, generalmente a conveniencia. Cierto es que los hay violentos en lo físico, a quienes que se ha aludido hace escasas fechas para explicar lo que no se desea condenar; pero no son menos dañinos en verdad los que actúan sobre lo inmaterial, si bien suelen pasar mucho más desapercibidos. De hecho, no se retransmiten en directo noche tras noche como un nuevo reality televisivo, tal y como ha ocurrido con los amargos botellones catalanes. Por el contrario, se los presenta como hecho normal a medio camino, se cuenta, entre la tradición y el progreso, aunque a la postre son auténticos atentados contra la cultura en el más estricto sentido antropológico del término.

            Antes fue el II Máster Nacional de Futbolín Ciudad de León en un hotel local. Ahora mismo está siendo, o acaba de ser, el XXXII Certamen de Tunas en el Auditorio de la ciudad. En unos días será el Festival Hallowindie en el Palacio de Exposiciones y el Ataque Zombi en un centro comercial. Y así sucesivamente hasta llegar a los faralaes de abril, que también tienen su cita por estos pagos, y otras sandeces por el estilo, todo ello con enorme jolgorio popular y, faltaría más, con la estrecha colaboración público-privada que tanto se lleva en estos tiempos. Es nuestro sino, son nuestros infiltrados.

            Apuntábamos antes que la violencia material de los primeros produce espanto y que su reproducción abusiva en los medios colabora en el envenenamiento de las opiniones. Lo bueno de los segundos es que nadie se entera de su acción perniciosa, pues actúan como esas otras infiltraciones que penetran suavemente por los poros de un cuerpo sólido y sólo al cabo del tiempo se advierte el daño. En ocasiones cuando el cuerpo está arruinado. La cultura es ese cuerpo. No me refiero a la cultura como una construcción de las élites, sino a lo que, siguiendo a Marvin Harris, acaba constituyendo la conducta de una sociedad. Por eso no es de extrañar que unos y otros infiltrados estén íntimamente unidos.

 Publicado en La Nueva Crónica, 27 octubre 2019

domingo, 20 de octubre de 2019

Hojarasca


            Otoñamos. Casi todo en el entorno tiende a la palidez o a la melancolía. También nosotros mismos somos parte de ese entorno que se apaga. Hubo fulgor y hubo brillo antes, eran otras estaciones, otros periodos de vida no necesariamente mejores. Con otro color en todo caso. Seguramente el otoño es, en efecto, un tiempo de baladas, una temporada sentimental si no fuera por el derroche sabroso de los hongos y por el espléndido sol del membrillo. Si no fuera por vendimias y magostos. Si no fuera, en fin, porque entre la hojarasca se esconden también hálitos de vida. Es lo que tiene observar la realidad con unos u otros ojos: los que contemplan y anotan sin más los restos de cuanto fue o los que aventuran en el humus podrido nuevos episodios de floración.

            La clave está en saber si la realidad puede ser examinada de igual modo, bien para levantar acta de nuestras miserias abundantes, bien para suponer un renacimiento desde el despojo. Atender a la naturaleza nos da pistas para ambas soluciones, todo parece depender del punto de vista y de la actitud, lo cual debería llevarnos en principio a negar como poco la fatalidad y como mucho a escarbar en la broza para descubrir el fermento. La determinación en cualquiera de esos dos sentidos resulta capital para convertirnos en simples inmovilistas o estimular cierto énfasis en el progreso. De ahí que el otoño sea al cabo toda una lección de pensamiento y de conducta.

            También un programa político, si se quiere, que distingue a la perfección los polos ideológicos y sus disfraces. Con toda seguridad, nos sobra en los discursos la fotogenia de las hojas muertas, que es pura superficialidad para el conformismo, y se necesitan en cambio buceadores en la espesura, lo que supone no obstante arriesgarse al sofoco hasta respirar de nuevo. Cualquiera que sea la materia será susceptible de abordarse y resolverse así. Si, como complemento, le restamos la poesía de esta columna, elegir una papeleta se convertirá en un acto casi revolucionario.

Publicado en La Nueva Crónica, 20 octubre 2019

domingo, 13 de octubre de 2019

Trabajo


            Concluye hoy una semana que se inició el pasado lunes con una jornada mundial por el trabajo decente. Si se hace necesario a estas alturas dedicar un día para llamar la atención sobre este asunto es, seguramente, porque hay más trabajo indigno aquí y allá del que muchos desearíamos. Es decir, tal y como lo nombra el sociólogo norteamericano Richard Sennett, el tipo de trabajo que no permite a través suyo hacerse una vida. Conviene releer la obra de Sennett de cuando en cuando, quien en el ya muy lejano año 2000 identificaba los daños emocionales que producía y produce el capitalismo moderno en el ámbito laboral: las incertidumbres de la flexibilidad; la ausencia de confianza y compromiso con raíces profundas; la superficialidad del trabajo en equipo; y, como hemos señalado, el fantasma de no conseguir hacer nada de uno mismo mediante el trabajo. No nos extrañe que el título de ese libro sea “La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo”.

Tal vez en la Organización Internacional del Trabajo, que acaba de cumplir 100 años de existencia, han debido leer también a Sennett y a otros pensadores parecidos, lo que les ha llevado a dar a conocer el pasado verano la “Guía para establecer una ordenación del tiempo de trabajo equilibrada”, su última publicación, o a mantener eternamente viva una campaña de lucha contra la esclavitud moderna. La citada guía vuelve a recordar, todavía hoy, qué es el trabajo saludable, qué se considera tiempo de trabajo productivo, cuál es el tiempo de trabajo conveniente para la familia y la igualdad de género a través del tiempo de trabajo, entre otras cuestiones así mismo relevantes. Quizá su lectura nos ayude a mejorar el carácter que Sennett advertía corroído, aunque para ello –seamos redundantes– lo imprescindible es leer, lo cual a veces es pedir demasiado. O al menos escuchar. Como en la jornada que se celebra mañana mismo en la ciudad de León sobre las incertidumbres en el trabajo actual.

Publicado en La Nueva Crónica, 13 octubre 2019

domingo, 6 de octubre de 2019

Refugio


            Hace unos días, en medio de noticias cansinas sobre la cansina actualidad, resucitó el drama de los refugiados en Europa. En el centro de detención de Moria, en la isla griega de Lesbos, al menos una mujer murió víctima de un incendio. Ello provocó la protesta de las personas allí refugiadas, que viven en condiciones más que precarias en medio del hacinamiento y de la insalubridad. Del mismo modo, hace unos días, digerido el efecto ácido de esa información, todo volvió a su ser y el olvido se adueñó nuevamente de buena parte de las conciencias.

            Sin embargo, los hechos antes referidos son sólo una muestra de un panorama desolador. Así se recoge en el último Informa Anual, el del año 2018, realizado por la Agencia de la ONU para los refugiados, donde se dibuja un mapa mundial con 70’8 millones de personas desplazadas a la fuerza, el doble que hace 20 años, donde se incluye un total de 25’9 millones de refugiados. Aunque para verlo mejor, baste indicar que en el mundo hay una persona refugiada más cada dos segundos, y uno de cada dos es niño o niña. Por lo que se refiere a Europa, incluyendo ese depósito de residuos que es Turquía, son 11 millones las personas con la condición de desplazadas a causa de la violencia, un objetivo que no alcanzaron las 2.277 que el año pasado perdieron la vida en las rutas del Mediterráneo.

            Conviene escribir sobre esto sin moralina para al menos relativizar buena parte de nuestros dolores domésticos. Incluso para resituar la irrealidad de algunos ensueños. Sobre todo porque a esas cifras se sumarán en las próximas décadas los desplazados por los efectos de la tragedia climática, una masa de seres humanos que apenas si ha empezado a ser contabilizada. De momento, ese tipo de movimientos suelen ser internos, como los 18’8 millones que se produjeron en 2017, pero eso no quiere decir que tales personas no sean vulnerables o que los impactos en las áreas donde viven les impidan regresar a ellas con seguridad. Sí, conviene también leer sobre esto.

Publicado en La Nueva Crónica, 6 octubre 2019