Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 29 de diciembre de 2019

Culpables


            Al día de los inocentes le siguen inevitablemente otros trescientos sesenta y cuatro días culpables y uno más en el nuevo año por nacernos bisiesto. Nada nos salva, mucho menos aún en estas culturas nuestras marcadas por el sentimiento atávico de la culpa, de cargar con una responsabilidad real o fabulada a fuerza de repetidos pecados reales o fabulados. La ficción de la inocencia fue creada de hecho por esa misma cultura para aliviar el caudal y el peso del estigma con el que fuimos condenados primero y dominados después. No nos equivoquemos: siempre hay un Herodes dispuesto a hacer justicia con los irredentos.

            Por eso mismo ayer llovieron inocentadas, porque la broma o la burla, según los grados, son precisamente la forma de lastimar sin ser inculpados. Del mismo modo que se viven las novatadas en ciertos ámbitos, a las cuales se juzga como medios para la integración en el grupo, como métodos en suma para convertirnos en gregarios de ese grupo y dejar atrás la inocencia subversiva. La generalización de estas costumbres hacen mansas a las sociedades y a los individuos, que es lo que se pretende, para que siempre aparezca alguien, un elegido, una elegida, que nos convenza de que todos somos culpables, indistintamente, de cuanto nos ocurre. ¿Hemos olvidado acaso lo que se nos decía en los tiempos más agudos de la crisis? ¿En todos los tiempos, en todas las crisis? La culpa general oscurece la infracción de quienes en verdad son los protagonistas del delito.

            Y así nada mejor que pluralizar o que echar balones fuera a favor de parte para eludir la falta o para hacerla recaer sobre el contrario sin más razonamientos. Más o menos como actúan algunos generales retirados y cuantos les hacen eco sin morderse antes la lengua. Si no obramos, si no pensamos como ellos pretenden, no tardaremos en ser tildados una vez más como culpables y ya sabemos cuál es la penitencia para esas culpas en términos castrenses. Razón por la cual no hay un acto más civilizador que la disculpa.

Publicado en La Nueva Crónica, 29 diciembre 2019

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