Tan
sobrados andamos de vocabulario que la palabra más vistosa del pasado año es la
no palabra. Así lo piensa al menos la Fundación del Español Urgente y así lo
han pregonado con entusiasmo los medios todos de la comunicación. Argumenta
para ello la llamada Fundéu que “los emoticonos y emojis (y sus evoluciones:
bitmojis, memojis, animojis…) forman parte ya de nuestra comunicación diaria y
conquistan día a día nuevos espacios más allá de las conversaciones privadas en
chats y aplicaciones de mensajería en los que comenzó su uso”. Y sí, tal vez
sea cierto, pero también lo es que esas figuritas invasivas, a pesar de componer
una forma de comunicación global, o quizá por eso mismo, no dicen nada porque
no apelan a la razón sino a la emoción, de ahí su propio nombre. No hay
actividad mental en ellos, sólo epidermis; no hay mensaje, sólo chasis; no hay
discurso, sólo puerilidad. Triunfan, en fin, porque triunfa en general lo
epidérmico, lo chatarrero y lo infantil en la sociedad de estos tiempos, que si
requiere algo es sobre todo el no pensamiento, aquello que no se verbaliza o
que se reduce a simples ideogramas como en mundos primitivos.
Repasemos
de todos modos el listado de palabras que han merecido ese mismo galardón en
años precedentes y saquemos conclusiones de ello: microplástico, aporofobia,
populismo, refugiado, selfi y escrache completan la relación. Bien miradas, lo
que se observa es que la Fundéu no destaca palabras por su valor en sí mismas
sino una realidad que va dibujando el nuevo mundo y que, en este caso sí,
describen los laureles de la época. Podemos, pues, entender así mucho mejor el
resultado del año 2019 y ponerlo en consonancia con esa orquesta léxica tan
poco alentadora. Aunque ello nos debería animar también a cultivar otros
espacios semánticos presididos por mejores empeños, que vengan a contrapesar
todos esos significados sombríos. No es iluso pensar que es posible. Para
empezar, se me ocurre proponer la palabra diálogo, pero sin simbolitos.
Publicado en La Nueva Crónica, 5 enero 2020
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