Yo, como bien conocerán sus mercedes, vine a nacer en la aldea salmantina de Tejares y di en morir con mis huesos en la noble ciudad de Toledo, a la sombra del arcipreste de San Salvador. Lo que aprendí en ese trayecto de vida no fue otra cosa que, para quienes nos es adversa la fortuna, sólo con fuerza y maña remando se sale a buen puerto. Luego, con los siglos que se sucedieron y contemplando la realidad desde la atalaya del presente, he descubierto también que la condición de pícaro se ha hecho perenne en las españas, hasta el punto de que una cualidad de nuestra historia es haberla universalizado al fin, como la seguridad social o la educación obligatoria pongo por caso. Sin duda, una auténtica contribución al progreso de la humanidad, para cuya demostración bastaría –a mi parecer- con echar una ojeada a las cuentas del estado griego o a los entresijos de los bazares financieros, que en estos años de crisis ponen de relieve hasta dónde llega el muy sagaz ejercicio democrático de la picaresca.
Pero yo a lo que venía era a que entiendan ustedes la virtud que hace del periplo vital una necesidad, no sólo para la supervivencia. Está bien lo del apego al terruño y a las raíces, pero les confieso que a veces no queda más remedio que convertirse en nómada. Llevo meses leyendo las disputas pintorescas entre salmantinos y leoneses, incluso entre naturales de otras provincias, por convertirse en sede de los nuevos caudales regionales, como si la clave de todo fuese simplemente ubicarse a orillas del Tormes o del Bernesga. Nada he leído, sin embargo, del porqué de estas cuitas, ni de dónde nacen los agujeros de esos montes de piedad, ni acerca de los contubernios personales o políticos que los envuelven. Tampoco he visto cautela alguna en las posiciones que se adoptan, como si no pudiera ocurrir que a medio plazo la caja fuerte se privatizara y acabara sentando sus reales en algún emirato del Golfo Pérsico. Y pocos, muy pocos en verdad, se han atrevido a colocar en primera línea del argumentario el auténtico eje del embrollo: el mantenimiento de la naturaleza jurídica de esos establecimientos. En fin, quizá sea porque siempre he vivido entre pícaros, truhanes, vagos, espadachines y ladrones, pero esto es lo que modestamente se le ocurre a uno ante tal espectáculo. A saber qué pensaría de todo ello mi señor el rey Carlos I, que abandonó su Gante natal para gobernar todo un imperio. ¡Menudo pelotazo!
Publicado en Notas Sindicales Digital, marzo 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario