El curioso devenir de los centros culturales de referencia en la ciudad de León acaba de añadir un nuevo capítulo a su historia, el del Teatro Emperador, convertido recientemente, por obra y gracia del Ministerio de Cultura, en Centro Nacional de las Artes Escénica y de las Músicas Históricas. Bajo el respetable pretexto de salvar un edificio emblemático en todos los sentidos, los gestores estatales de la cultura han acudido al rescate no se sabe bien de quién o de qué con una iniciativa diseñada aparentemente ad hoc, pero que entraña en principio serias dudas en cuanto a su materialización y una escasa sintonía con el tejido cultural local, tal y como se ha recogido en algunos artículos de prensa. Parece oportuno, pues, alentar un debate público acerca de este proyecto y sus implicaciones, no con el ánimo de echarlo abajo gratuitamente, como es costumbre en el martirologio leonés, sino todo lo contrario, para no repetir errores y para que exista una adecuada polifonía, tan necesaria no sólo para las músicas históricas. Ése es, entre otros, el papel que en este caso quiere jugar el Ateneo Cultural “Jesús Pereda” de CCOO, que presentamos en la ciudad de León el pasado mes de noviembre.
Para empezar, lo que es evidente es que esta ciudad no dispone ya de ningún teatro propiamente dicho ni quedan expectativas de tenerlo algún día si nos atenemos a la literalidad de la decisión que acaba de tomarse. Existen sí salas menores y admirables, como la del Albéitar, espacios multifuncionales que no nacieron para tal, como el Auditorio, o ruinas de un esplendor pasado, como el viejo Trianón, que duerme un sueño eterno en el limbo del olvido. A pesar de que el Ministro de Cultura ha declarado que quiere convertir al Emperador en un “teatro del siglo XXI”, como poco parece difícil que las condiciones de un espacio escénico destinado a la representación dramática, stricto sensu, encajen con el contenido que se pretende dar al nuevo Centro. Mejor hablar por tanto de infraestructura cultural nacional, tal y como el propio Ministro también lo ha nombrado. Además, aun suponiendo que en su catálogo musical y escénico hubiese hueco para lo teatral, las fronteras marcadas para sus actividades –todo lo vinculado a la Corona de España entre los siglos VIII y XVIII, según acotó César Antonio Molina- impiden expresiones que se escapen de esos límites y abarquen un repertorio más universal. Así pues, olvidémonos para siempre de que la ciudad de León figure en los itinerarios nacionales o regionales por los que giran las compañías teatrales, a no ser que continuemos pervirtiendo el destino con el que en su día se concibió el Auditorio, cualquier auditorio. Es decir, volvemos a quedar al margen de la red de teatros públicos, generalmente municipales, en la línea del Teatro Español en Madrid, el Calderón en Valladolid o, más cercano, el Teatro Bérgidum en Ponferrada.
Pero no está claro tampoco que las artes escénicas a las que el Centro Nacional pretende atender, ligadas por lógica a las musicales, encuentren en el limitado Emperador su acomodo más idóneo. ¿O no recuerda nadie las dificultades que se produjeron en él tiempo atrás para la representación de ópera u otros acontecimientos de magnitud, acerca de los cuales memoria debiera guardar sin duda Teresa Berganza, llamada ahora casualmente a comulgar en este nuevo altar? Por más que el Ministro anuncie obras de restauración y acondicionamiento, las dimensiones y otros pormenores imprescindibles son los que son y valen para lo que valen, siempre y cuando queramos ser escrupulosos a la vez que ambiciosos en la programación del nuevo Centro y en su cometido. Quiere ello decir que buena parte de la oferta que en él se produzca habrá de buscar ubicación necesariamente más allá de su propia sede, lo cual nos remite una vez más al único espacio en la ciudad capaz de acoger semejantes actos, el Auditorio. Es más, cabe pensar que las obras referidas coincidirán durante varios meses, quizá años, con una actividad que anuncia su puesta en marcha a partir del próximo mes de febrero; una razón más para suponer el secuestro del Auditorio durante ese mismo periodo.
En consecuencia, la conexión entre el Auditorio Ciudad de León y el Teatro Emperador se descubre como capital en el nuevo proyecto, lo cual exigirá una labor de coordinación fina que permita, de un lado, la interactuación entre ambos entes y que evite, de otro, su más que posible interferencia. No nos referimos sólo a ajustar calendarios o a compatibilizar recursos humanos de diferente naturaleza laboral, sino a redefinir ámbitos de actuación y a establecer pautas políticas culturales radicalmente diferentes a las habidas hasta la fecha. A modo de ejemplo y sin ir más lejos, cabe esperar que, cubierto el espectro más clásico por el uno, rediseñe y abra el otro el suyo hacia lo moderno conforme a esa nueva realidad, y no nos encontremos con duplicidades en la oferta que serían el hazmerreír tanto del público como de los interventores de la hacienda. O, yendo más allá, alguien debería reclamar también desde los despachos del Auditorio la justa reciprocidad en el uso del Teatro, que permitiera una complementariedad a todas luces fundamental. En tal supuesto, se cubriría de paso el déficit teatral que antes hemos denunciado
Sin entrar en más detalles, éstas y otras cuestiones importantes solamente podrán abordarse y solucionarse si se crea un nexo formal entre el Patronato que dirija el Centro Nacional de las Artes Escénicas y de las Músicas Históricas y el Ayuntamiento de León, titular del Auditorio. No puede ser que el Ministro de Cultura se exhiba al recoger las llaves del Teatro como un moderno Mister Marshall, en tanto que el Alcalde se limita a decir que fue en ese lugar donde “se quedó encerrado en un baño por primera vez” mientras veía la película Ben-Hur. Y diremos más: ante la fértil polémica suscitada y para una mayor transparencia, el Ayuntamiento debería aprovechar el nuevo escenario cultural que se nos presenta para abrir la participación y promover la intervención ciudadana en esta materia. Ello no le restaría decisión política, sino que lo colocaría en el polo opuesto a lo que algunos llaman malintencionadamente puro teatro.
Publicado en El Mundo de Léon, 9 enero 2009
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