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domingo, 25 de marzo de 2001

San José Obrero

    En medio de un mes de marzo desnudo de fiestas que echarse al cuerpo, un poco víctimas de la severidad del trimestre y un poco forzados por la confusión que acostumbran a generar las festividades de consumo libre (en ese caso la del día 19 fallero y paternal), ocurrió que caímos de nuevo sobre la prosa de los documentos oficiales donde aparece consagrado el calendario laboral y, claro, del nuevo repaso de fechas, igual que sucede cuando uno vuelve y revuelve sobre cualquier asunto no trivial, se nos descolgó un detalle desapercibido hasta ese momento y que nos colmó de perplejidad: he aquí que el día 1 de mayo merecía la vitola festiva por conmemorarse, según recoge el BOCYL, el día de San José Obrero. ¡Pues qué bien! Sólo faltaba una nota a pie de página donde se nos recordará que, además del designio del santoral, era ésa la fecha de obligada cita con las demostraciones sindicales carpetovetónicas.
 
    Y es que estamos rodeados. Una mínima ojeada sobre la nómina de eventos celebrables nos permitirá reconocer que sólo dos -Año Nuevo y el Día de la Constitución- mantienen una cierta cualidad no contaminada por los efluvios religiosos propiamente dichos. Porque los demás, incluso los en apariencia laicos, siempre hay alguien que se encarga de disfrazarlos al sagrado modo: Carnaval se liga a la Cuaresma, el 23 de abril a San Jorge, el 1 de Mayo a San José Obrero, y el 12 de octubre a la Virgen del Pilar; eso sin entretenernos en el detalle de las fiestas estrictamente locales, siempre hilvanadas con hilo de mitra aborigen o de manto de virgen caída en una majada local, y profesionales que, por lo que a la enseñanza se refiere, van de Santa Cecilia a San José de Calasanz y de San Juan Bosco a Santo Tomás de Aquino entre otros. En fin, que la colección de estampas fervorosas estratégicamente dispuestas sobre el calendario constituye toda una expresión kitch del sentido patrio, de manera que quede bien a las claras quién sigue teniendo en sus manos el mango del sartén: si a duras penas se consiguió -y no del todo- modificar los callejeros desterrando de ellos buena parte del estamento militar, lo mismo que se fueron de nuestros días y noches aquéllos que olían a naftalina fascista, casi habría que recurrir en amparo al Tribunal Constitucional ante el alarmante oprobio de los hitos católicos y de sus defensores en la letra de los boletines oficiales.
 
    Pero no acaba ahí la cuestión. Quien esto suscribe tuvo la dudosa fortuna de estrenarse en la tarea educativa en un instituto de Segorbe (Castellón), tierra de conversos y de carlistas, cuyo nombre no era otro que ¡Virgen de la Cueva Santa!  Sucedió que en una noche de farra quienes allí habíamos desembocado, mayoría en expectativa e interinos como suele ocurrir en todos los arrabales del imperio, convinimos en proponer al claustro la modificación de aquel nombrecito por considerarlo dudosamente adecuado a un centro público. Pero en buena hora se nos ocurrió tal propósito: clamaron al cielo los compañeros del lugar de toda la vida, santiguóse con evidente alevosía el profesor de religión, rasgóse las vestiduras el personal laboral de muy acendrado arraigo en el entorno, se extendió por todo el pueblo nuestra fama de extranjeros ateos e irreverentes... Toda una crisis como no había habido otra por aquellos pagos desde la época de la guerra civil. Menos mal que el Señor Director, un chico bien situado en las filas socialistas y por lo tanto con mucho que ganar en aquella década de los ochenta, medió en el entuerto y propuso una solución de compromiso: “¿Qué os parece si lo dejamos todo en Cueva Santa a secas?”.  Desconozco cómo se resolvió todo, pues no acabé aquel curso en tan pintoresco destino, pero aún es hoy el día en que me pregunto, más todavía si atendemos a cuanto venimos apuntando, qué sucedería si en Cacabelos (León), por ejemplo, alguien propusiera modificar el nombre de su colegio público, a la sazón Virgen de la Quinta Angustia (Cacabelos), San Juan Degollado (Gordoncillo) y Virgen del Arrabal  (Laguna de Negrillos). O como estos casos, otros tantos a lo largo y ancho de la ancha Castilla y León.
 
    Por lo tanto, ahora que ondeamos ya las banderas de abril y que habremos dejado atrás las vacaciones de Semana Santa, como mucho más atrás quedaron las de Navidad (otros dos borrones considerables sobre la condición aconfesional del estado y de su sistema educativo; más graves todavía si nos atenemos a lo que ello redunda en la irracionalidad del calendario escolar), podemos disponernos gozosamente a preparar el Día del Trabajo, es decir, de San José Obrero en versión oficial autonómica. Bueno sería que, junto a otras reivindicaciones paseadas en las pancartas del 1º de mayo, incorporadas a la redacción de alguna plataforma o negociadas con quien procediese, cupiera un hueco minúsculo para combatir estos y otros “sanbenitos” que nos han colgado, al parecer in eternum.


Publicado en T.E.Castilla y León, abril 2001

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