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domingo, 6 de abril de 2003

Para Joaquín González Vecín

    Todavía quien acuda a votar el día 9 de abril para elegir la Junta de Personal Docente de la Universidad de León podrá reconocer en la lista de CCOO el nombre de Joaquín González Vecín. No hay trampa ni patetismos en esa presencia inmarcesible: él mismo expresó su deseo de integrar una vez más una candidatura que ha cobrado una dimensión inesperada tras su muerte. Pero está claro que la papeleta de votación ha devenido histórica no por el hecho fatal que la envuelve, sino por la dimensión histórica que le concede coronar la andadura de un personaje igualmente histórico ya, entrañable, comprometido y cabal hasta sus últimos momentos.
 
    Para muchos de nosotros Joaquín era un prototipo. Cuando se creó la Universidad de León, ¡va a hacer veinticinco años!, y todos éramos mucho más jóvenes y más sanos -él sin duda el que más-, los pocos profesores que integraban su claustro eran perfectamente clasificables de acuerdo con sus tics o sus maneras y eran reconocibles y reconocidos como no alcanzará nunca el anonimato y la dispersión actual. Lo de Joaquín era la pipa y la profusión bibliográfica; a partir de ahí todo valía, así en sus clases como en las calles de las que quiso ser alcalde. Nunca tuvo la pátina de sabio, a pesar de que compartiera con los genios cierto aire de aparente despiste, ni era especialmente magistral; pero guiaba, aportaba orientaciones, no era dogmático y era listo en el mejor de los sentidos. Se hacía querer y respetar de una forma desprendida, como si nada le fuera en ello, pero pocas naturalezas humanas le pasaban desapercibidas. Tanto que su propia especialidad académica, la Geografía Humana, era él mismo; ninguna otra materia, ni la Historia a la que contribuyó ni la Medicina que no lo salvó, hubieran podido congeniar con su humanidad.
 
    Porque, además de todo esto, Joaquín no faltaba a ninguna cita con el destino histórico, ése que se teje con los hilos comunes de la vida cercana e inmediata para transformarla hasta repercutir en los estampados más nobles. Sin remontarnos más atrás, baste constatar que en los últimos años compartía con absoluta dignidad su enfermedad con todas las convocatorias de respuesta a la política del actual gobierno, ya fuese para denunciar los retrocesos democráticos de las leyes educativas, ya fuese para clamar contra una guerra bárbara e injustificable como la de Irak. Nunca fue un hombre equidistante, ni aunque el mal que se lo iba llevando poco a poco se lo hubiese permitido; siempre estuvo en su sitio, coherente y tenaz, perseverante, rara avis a estas alturas en los recintos feudales de nuestras universidades.
 
    El Sindicato de Enseñanza de CCOO se honra de haberlo tenido como compañero y como miembro significado de su Consejo Provincial. Con su adiós nos propone el reto de ser también perseverantes y tenaces a su altura, pero ahora en orfandad. Y para todos nosotros y para cuantos lo convivimos, en el ámbito de que se tratara, cobran valor nuevamente y más que nunca las palabras de Jorge Manrique: “dejónos harto consuelo su memoria”.

Publicado en Diario de León, 7 abril 2003

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