En su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua el pasado mes de febrero, el profesor Salvador Gutiérrez Ordóñez se refería a la educación como “la institución más humana de entre las humanas instituciones”, ponderando de este modo el hecho de que la venerable institución académica hubiera elegido para su seno a alguien tan conformado en el ámbito plural educativo.
Casi simultáneamente, tuvimos ocasión de conocer otra reflexión de naturaleza más restringida que la anterior pero cuyo parentesco casual resulta evidente. Nos referimos a la opinión de Francisco Aranda, Presidente de la Agrupación de Empresas de Trabajo Temporal, para quien “la formación es vital, es lo que hace libre al trabajador”.
Naturalmente, uno y otro pensamiento, por sus significados y por quienes los enuncian, ostentan suficiente entidad como para no requerir mayores exégesis. Sin embargo, los situamos en cabeza de esta tribuna, casi a modo de síntesis o colofón, para sostener la modestia u osadía de cuanto a continuación pretendemos decir acerca de la educación, convertida tanto en uno de los principales tópicos de la actualidad como en la más cierta de las oportunidades. Quede claro, pues, que suscribimos las ideas del académico y del empresario, y que lo declaramos así en unos momentos particularmente delicados, cuando casi todas las instituciones humanas se afanan por encontrar salida a las crisis de distinto tipo que aquejan al mundo y cuando, precisamente por ello, lo que cabría esperarse de una organización sindical sería una nueva vuelta de tuerca sobre la economía y el empleo. Pero no andamos desencaminados del todo, porque si algo nuevo se puede decir y es necesario además que se diga en estos tiempos inciertos no es otra cosa que resaltar el valor de las palabras de Ordóñez y de Aranda. No sirven con toda probabilidad para resolver los problemas en el corto plazo ni para aliviar las urgencias de los apremiados por hipotecas, desempleos y otras enfermedades capitalistas, pero constituyen sin duda el norte por el que se debe apostar, posiblemente el único con verdadero sentido, aunque sea a medio o largo plazo.
Ahora bien, hablar de educación se ha convertido, como hemos señalado, en un tópico de semejante magnitud a cuando achacábamos al sistema todos nuestros males, lo cual era una coartada magnífica para la inactividad y la ausencia de compromiso. Así, escuchamos y leemos con suma frecuencia comentarios, sentencias, análisis y digresiones más o menos fundamentadas, que se refieren al factor educativo como una panacea extraordinaria para todos los retos a los que la sociedad se enfrenta hoy en día; o al revés, se asevera que un déficit educativo se encuentra detrás de todos y cada uno de los problemas de esa misma sociedad. Y seguramente sea cierto y no les falte razón a quienes afirman que el número de víctimas en las carreteras se reducirá gracias a una adecuada educación vial; que los índices de obesidad o de anorexia se sanan con una necesaria educación alimenticia; que la xenofobia y otras formas de violencia se combaten con una imprescindible educación en la convivencia; que el furor consumista tiene su contrapeso en la educación del consumidor; que los asesinatos machistas se destierran mediante una oportuna coeducación; que la adicción a las pantallas necesita de una correcta educación del espectador; que el estímulo cultural se adquiere mediante una buena educación artística, musical y literaria; que el botellón se elimina con una sutil educación para el ocio; que el ejercicio laboral demanda una mayor importancia de la educación profesional; y así sucesivamente.
Siendo cierto todo lo anterior y casi compartido como una verdad universal –un lugar común, un tópico-, cabe preguntarse por qué entonces no resulta fácil trascender del dicho al hecho y proceder de inmediato a sentar las bases para una educación tan ambiciosa como urgente. Capítulo presupuestario aparte, ¿será acaso que la escuela, ese lugar donde niños y niñas permanecen estabulados unas 850 horas anuales frente a las 1.200 que lo hacen delante de cualquier pantalla, no dispone ya de recursos, metodología o capacidad para semejante empresa? ¿Será acaso que nuestros colegios e institutos, nuestros ministerios y consejerías, permanecen todavía anclados en fórmulas académicas decimonónicas o más antiguas todavía? ¿Será que la universidad, con sus grados y másteres tan estrechamente vinculados con los requerimientos laborales de la globalidad, sólo forman profesores y profesoras bajo ese patrón y con esa sola hoja de ruta? ¿O será, tal y como apuntó la escritora Inma Monsó en La Vanguardia el pasado mes de mayo, que “el alejamiento entre educación y cultura es toda una metáfora de nuestros tiempos. El fruto de este desamor es un proceso en el que la cultura ha de hacerse cada vez más digerible y trivial para penetrar las mentes escasamente cultivadas que, a su vez, lo están porque la educación se dedica cada vez más a formar esclavos de la economía de mercado”? ¿Qué será, será…?
Y a pesar de todo, después de este aluvión, no queda sino insistir en las opiniones de partida y echar algo más de leña a ese fuego para que arda y dé calor en tiempos de abrigo como los que al parecer atravesamos. Desde Comisiones Obreras siempre hemos defendido, y ahora se ve bien el porqué, la necesidad de otro modelo productivo, el cual se apoya inevitablemente sobre los pilares educativos. Pero sin retórica, sin tópicos, como una oportunidad. No se debe perder el tiempo en subvencionar fracasos o especulaciones, por más que supongan altos costes, ni en levantar arbotantes para sostener construcciones económicas que al cabo amenazan ruina. Si como presumen los liberales el mercado se regula a sí mismo, que lo haga como sepa. Pero que los poderes públicos empeñen su esfuerzo y presupuesto en asegurar que el porvenir sea otro bien distinto. Ese futuro se cimienta, como no puede ser de otro modo, sobre la educación y la formación, que nos hacen a todos los seres humanos mucho más competitivos y, por supuesto, libres.
Publicado en Diario de León, 10 septiembre 2008,
y Notas Sindicales, octubre 2008
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