Seguramente no sea éste el mejor disco de Marianne Faithfull. Probablemente tampoco estemos ante las melodías más inquietantes de Angelo Badalamenti. Pero la suma de talentos, salvo imperdonables errores de producción que no se dan en este caso, suele arrojar resultados más que interesantes.
Por un lado, a pesar de que el disco tenga ya una edad (se editó en 1995); a pesar de que no estemos ya ni mucho menos ante la muestra más manida y juvenil de aquel Londres de sexo, droga y rock & roll; y a pesar de que hace décadas que su voz se rompió y desgarró para siempre, sea por su halo legendario, sea por cuanto es capaz de evocarnos, siempre es recomendable volver sobre este icono de la cultura popular, sobre la Faithfull, paradigma de autodestrucción y supervivencia. Por otro lado, en aquellos tiempos Badalamenti ya había adquirido prestigio y popularidad, sobre todo gracias a sus colaboraciones en bandas sonoras con David Lynch, así en la serie de televisión Twin Peaks como en las películas Blue velvet y Corazón salvaje; además de haber compuesto, curiosamente, varias fanfarrias de los Juegos Olímpicos de 1992. Estábamos, pues, ante dos artistas maduros y en clave de aventura estilística, el uno en progresión y la otra de vuelta de casi todo, que se reunieron para explorar juntos la vida secreta.
Y lo que descubren, lo que nos descubren a los oyentes, es un disco oscuro, diez canciones envueltas en una atmósfera teatral, por cuyas grietas en el decorado melódico se cuela rotunda una voz cavernosa y agria, por más que ya sólo la contamine su única adicción activa a la nicotina. Y se cuela, cómo no, la vena doblemente dramática de esta mujer, la de la vida y la de las bambalinas, su otra vocación: “no dejo de volver una y otra vez a Shakespeare”, declaró en 2008. Así que nos regala aquí como testimonio previo de esa fe su recitación conmovedora de un texto del poeta inglés y de otro traducido a esa lengua del omnipresente Petrarca, en una construcción literario-musical que concluiría con sus dos discos posteriores en los que adapta nada menos que a Kurt Weill y a Bertolt Brecht. Nada que ver ya con la cantante virginal de los años sesenta, nada de la musa de los Stones; pero sí mucho del espíritu de cierto cabaret berlinés, que siempre vuelve encarnado en mujeres que dejaron atrás los tacones altos, y de la actriz que encontró su cima en la película Irina Palm (2007), de Sam Garbarski, interpretando a una intrépida abuela convertida en estrella del sexo manual para pagar el tratamiento médico de su nieto. Como se podrá deducir, hay múltiples vidas secretas en el entorno de Marianne Faithfull (Celeste publicó su autobiografía en 1995), de tal manera que su música al fin y al cabo es casi un artículo para el sosiego.
Por un lado, a pesar de que el disco tenga ya una edad (se editó en 1995); a pesar de que no estemos ya ni mucho menos ante la muestra más manida y juvenil de aquel Londres de sexo, droga y rock & roll; y a pesar de que hace décadas que su voz se rompió y desgarró para siempre, sea por su halo legendario, sea por cuanto es capaz de evocarnos, siempre es recomendable volver sobre este icono de la cultura popular, sobre la Faithfull, paradigma de autodestrucción y supervivencia. Por otro lado, en aquellos tiempos Badalamenti ya había adquirido prestigio y popularidad, sobre todo gracias a sus colaboraciones en bandas sonoras con David Lynch, así en la serie de televisión Twin Peaks como en las películas Blue velvet y Corazón salvaje; además de haber compuesto, curiosamente, varias fanfarrias de los Juegos Olímpicos de 1992. Estábamos, pues, ante dos artistas maduros y en clave de aventura estilística, el uno en progresión y la otra de vuelta de casi todo, que se reunieron para explorar juntos la vida secreta.
Y lo que descubren, lo que nos descubren a los oyentes, es un disco oscuro, diez canciones envueltas en una atmósfera teatral, por cuyas grietas en el decorado melódico se cuela rotunda una voz cavernosa y agria, por más que ya sólo la contamine su única adicción activa a la nicotina. Y se cuela, cómo no, la vena doblemente dramática de esta mujer, la de la vida y la de las bambalinas, su otra vocación: “no dejo de volver una y otra vez a Shakespeare”, declaró en 2008. Así que nos regala aquí como testimonio previo de esa fe su recitación conmovedora de un texto del poeta inglés y de otro traducido a esa lengua del omnipresente Petrarca, en una construcción literario-musical que concluiría con sus dos discos posteriores en los que adapta nada menos que a Kurt Weill y a Bertolt Brecht. Nada que ver ya con la cantante virginal de los años sesenta, nada de la musa de los Stones; pero sí mucho del espíritu de cierto cabaret berlinés, que siempre vuelve encarnado en mujeres que dejaron atrás los tacones altos, y de la actriz que encontró su cima en la película Irina Palm (2007), de Sam Garbarski, interpretando a una intrépida abuela convertida en estrella del sexo manual para pagar el tratamiento médico de su nieto. Como se podrá deducir, hay múltiples vidas secretas en el entorno de Marianne Faithfull (Celeste publicó su autobiografía en 1995), de tal manera que su música al fin y al cabo es casi un artículo para el sosiego.
Publicado en Notas Sindicales, julio 2010
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