Las crónicas de la frivolidad sitúan en primer plano por lo general el lado menos provechoso de los individuos, mientras que hacen palidecer a la par cuanto mereciera ser conocido de ellos y, en ocasiones, disfrutado. El caso de Carla Bruni es paradigmático en tal sentido. Hace apenas cinco años que conquistó cierto espacio musical europeo con su primer disco, Quelq’un m’a dit, hasta el punto de que la crítica la ascendió de inmediato hasta el olimpo de los renovadores de la chanson francesa. Aquella gloria, fruto innegable de unas canciones bien construidas e interpretadas por ella misma, a medio camino siempre entre lo sensual y lo sentimental fou, no es nada ya en comparación con el despliegue mediático de su último romance y las resonancias derivadas de las noticias-basura.
Sea como fuere, lo que parece difícil a estas alturas es que la hoy primera dama de la república francesa vuelva a gozar del beneplácito de crítica y público sin que por medio intervenga el prejuicio de los últimos acontecimientos. Cuestión curiosa, pues nadie se dejó llevar antes, en su valoración musical estricta, por la retahíla de affaires que seguramente le sirvieron de escuela artística tanto o más que de aprendizaje amoroso. La reciente autobiografía de Eric Clapton, otro de sus notables en nómina, ilustra esta apreciación y a ella me remito. Quiero decir que Carla Bruni dispone y demuestra un sustrato artístico y existencial tan evidente que cualquier otro tipo de enfoque supone un verdadero error de perspectiva. El disco ya citado así lo atestigua, pero a nuestro modo de ver más contundente fue, aunque casi pasase desapercibido, su segundo trabajo, No promises, editado a principios de 2007.
A diferencia del anterior, es éste un disco cantado en inglés, pues al cabo su base la constituyen textos de poetas irlandeses, británicos y norteamericanos musicados por la propia Carla Bruni. Y no cualquier poeta, sino el conjunto más distinguido de los escritores en inglés que vivieron y crearon a caballo de los siglos XIX y XX, a saber, William Butler Yeats, Wystan Hugh Auden, Dorothy Parker, Walter de la Mare, Emily Dickinson y Christina Georgina Rossetti. Se trata, por lo tanto, de una obra no accidental, no frívola desde luego, sino, con toda probabilidad, auténtica decantación de un fervor literario nada frecuente en los cenáculos de las revistas del corazón. Aunque sólo fuera por todo eso ya merecería la pena su audición; pero si, además, proporciona una nueva dosis de sosiego y emoción, cualidades contrastadas de esta cantante, no cabe duda de que entonces su escucha es altamente recomendable.
Sea como fuere, lo que parece difícil a estas alturas es que la hoy primera dama de la república francesa vuelva a gozar del beneplácito de crítica y público sin que por medio intervenga el prejuicio de los últimos acontecimientos. Cuestión curiosa, pues nadie se dejó llevar antes, en su valoración musical estricta, por la retahíla de affaires que seguramente le sirvieron de escuela artística tanto o más que de aprendizaje amoroso. La reciente autobiografía de Eric Clapton, otro de sus notables en nómina, ilustra esta apreciación y a ella me remito. Quiero decir que Carla Bruni dispone y demuestra un sustrato artístico y existencial tan evidente que cualquier otro tipo de enfoque supone un verdadero error de perspectiva. El disco ya citado así lo atestigua, pero a nuestro modo de ver más contundente fue, aunque casi pasase desapercibido, su segundo trabajo, No promises, editado a principios de 2007.
A diferencia del anterior, es éste un disco cantado en inglés, pues al cabo su base la constituyen textos de poetas irlandeses, británicos y norteamericanos musicados por la propia Carla Bruni. Y no cualquier poeta, sino el conjunto más distinguido de los escritores en inglés que vivieron y crearon a caballo de los siglos XIX y XX, a saber, William Butler Yeats, Wystan Hugh Auden, Dorothy Parker, Walter de la Mare, Emily Dickinson y Christina Georgina Rossetti. Se trata, por lo tanto, de una obra no accidental, no frívola desde luego, sino, con toda probabilidad, auténtica decantación de un fervor literario nada frecuente en los cenáculos de las revistas del corazón. Aunque sólo fuera por todo eso ya merecería la pena su audición; pero si, además, proporciona una nueva dosis de sosiego y emoción, cualidades contrastadas de esta cantante, no cabe duda de que entonces su escucha es altamente recomendable.
Publicado en Notas Sindicales, marzo 2008
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