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sábado, 21 de mayo de 1994

Carta de solidaridad con Julia Miranda

Antigua Escuela Normal de Magisterio de León
    Hasta los rincones de la diáspora profesional y personal por donde hoy se disgregan antiguos alumnos de la universidad leonesa llegan noticias que alteran los sosiegos y despiertan, otra vez, un clamor de rabia. Recuperamos de esta forma brusca, a pesar de la enorme diversidad que nos define, la memoria de lo que fuimos y la conciencia de lo que hoy somos precisamente por aquello.

     Nos cupo asistir, desde las aulas viejas de la Escuela Universitaria de formación del Profesorado de EGB, a unos años decisivos así para nuestra formación académica como para el alumbramiento de la Universidad de León. Fue aquella una doble experiencia a la que entregamos años apasionantes y energías poderosas, cuyo recuerdo dormía sereno en las cunas del tiempo transcurrido, alterado apenas por miradas de soslayo sobre unos recintos y unas instituciones que crecían y cambiaban a la par que nosotros hemos ido cambiando y menguando. Pero hoy, primavera terrible del 94, se reabren por injusto acontecimiento los pesados portones del pasado, para atraer hasta este presente bárbaro un eco imprescindible para caminantes noveles, torpes o malintencionados.

     Del olvido, juez sabio y bondadoso a veces, se escapa un nombre que ocupa privilegiado lugar en la columna de nuestro ser actual: Julia Miranda Pérez-Seoane fue la profesora que nos rescató de cierta vulgaridad docente en la que en aquellos años sobrevivíamos y que sobre todo alimentó nuestras ansias por seguir aprendiendo; al fin y al cabo, ese debe ser –pensamos ahora- el único rasgo que puede medir seriamente el valor de la tarea docente. De aquella aventura, que nos llevó también a amar la Lengua sobremanera, hemos dado testimonio tanto en el ejercicio profesional que muchos compartimos, la enseñanza, como en cuantas otras singladuras culturales fueron contagiadas, directa o indirectamente, por el soplo docto de esta persona. Y creímos colmados nuestros deseos de reconocimiento para con ella cuando, llegado el momento de su jubilación, la Universidad de León, en un gesto de estricta justicia, la nombró profesora emérita de la misma, sabiendo que con ello nuevas generaciones de maestros y filólogos gozarían todavía de su denso acervo, de su buen hacer y de su saber enseñar.

     Pero el viento caprichoso del presente se torna traidor y alienta tormentas, justo en el instante en que un sencillo trámite –el de la renovación de su condición emérita- es aprovechado por extrañas juntas para torcer el signo de los acontecimientos y, en aras de ocultos intereses, negar el informe favorable a tal proceso. Ignoramos qué maquiavélicas razones pueden ser argüidas ahora para justificar tan sospechoso comportamiento, mas quienes suscribimos el presente escrito, movidos por el débito contraído como alumnos de Julia Miranda, no podemos menos que escandalizarnos ante la indignidad y hacer pública la tropelía que está a punto de cometerse.

     Qué duda cabe de que la universidad leonesa ha ganado algo con los años; en particular su colectivo docente, menos ombliguista que el que algunos sufrimos, aunque por el camino se hayan sucedido también imperdonables pérdidas y acomodos pintorescos. En todo caso, arrojar fuera de sus aulas un capital humano y docente como el que esta profesora encarna no vendría a otro cuento que a perpetuar los esporádicos triunfos que la conjura de los necios ha conseguido en los ámbitos universitarios de nuestra ciudad. Contra esta estrategia debe alzarse necesariamente cuantas voces avaladas por el rigor científico o académico nos habitan, a cuyo coro, sin duda numeroso, quieren unirse desde la deuda y el sentimiento antiguos alumnos de Julia Miranda.

(Carta propuesta para la firma de antiguos alumnos de Julia Miranda y remitida a los efectos oportunos)
León, mayo 1994

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