Blog de Ignacio Fernández

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sábado, 30 de septiembre de 2023

XIV Premios Diálogo


        El dramaturgo y Premio Nacional de Literatura Dramática Paco Bezerra, reflexionando acerca de la censura que sufrió el pasado año su obra «Muero porque no muero», concluía que “la mejor manera de combatir el fascismo es con la cultura”. Si con él coincidimos cuantos estamos hoy aquí presentes para celebrar la cultura, convendremos también que éste es un acto antifascista y contrario a cualquier forma de censura. Es así en gran medida cuanto programa la Fundación Jesús Pereda de CCOO a lo largo y ancho de Catilla y León, lo era incluso antes de que las ultraderechas se pavonearán como sucede ahora. Cuando adoptamos el nombre Diálogo para estos premios, 14 años atrás, no podíamos suponer la perentoriedad que habría de tener la defensa del significado de esta palabra. Todo nos parecía tan obvio que incluso resultaba casi un término manido. Sin embargo, hoy, como todos sabemos bien, diálogo no es otra cosa que la antítesis de la barbarie.

 

       Por eso mismo, nos encontramos hoy en La Granja de San Ildefonso, como he dicho, para celebrar la cultura. Continuamos de este modo el camino que nos llevó antes, en otras entregas precedentes, a las localidades de Valladolid, de León, de Zamora, de Ávila, de Burgos y de Benavente, porque en esas ciudades o en sus alrededores habitan, en algunos casos habitaban, las personas que merecieron nuestro Premio Diálogo en la categoría individual, pues eso es al cabo lo que nos llevó a convertirlos en itinerantes. Como todo nuestro ser. Sin desmerecer a quienes integran la nómina de las otras modalidades reconocidas, donde se inserta por ejemplo la Asociación Paladio Arte que les sonará, nos gusta citar y que resuenen los nombres de las personas que fueron reconocidas antes de llegar aquí: el arqueólogo, entre entusiasmado y escéptico, Carlos Sanz Mínguez; la profesora, difusora cultura y generadora de conciencia social Catalina Montes; el cineasta galardonado el pasado año con la Espiga de Honor de la SEMINCI Chema Sarmiento; el pintor, diseñador gráfico y artista comprometido Manuel Jular; el no menos comprometido con todas las causas, muralista y babiano por excelencia Manuel Sierra; la periodista con la voz más calmada que haya existido Rosa María Mateo; el etnógrafo Luis Díaz de Viana y el folclorista Eliseo Parra, que nos han enseñado al alimón la ruta para musicalizar estas galas; el historiador y muy combatiente político Serafín de Tapia; la también profesora y activista por la igualdad Sara Tapia; el contador de cuentos y trasmisor de emociones José Luis Gutiérrez, Don Guti; el más que divulgador de historias Jesús Anta; y la enorme gestora cultural María Calleja. Pues bien, a esta serie admirable de nombres se unirá en unos instantes la ilustradora Celia Uve, de la que luego se dirá lo que proceda.

 


       Nuestra intención es doble al resaltar este inventario. Por un lado, ofrecen testimonio de quién es la Fundación Jesús Pereda y en qué pasillos se mueve; también, naturalmente, con quiénes nos paseamos por esos pasillos. Esto es importante porque son nuestra seña de identidad. Y, por otro lado, nos muestran por qué y para qué existen unos premios como éstos, que son más simbólicos que materiales, que no compiten con otros galardones quizá más enjundiosos, que no se entregan un 23 de abril, pero que son a la postre el álbum cultural más atinado seguramente de esta Comunidad Autónoma. Sin servidumbres ni peajes.

 

       Porque estos premios, por si todavía no se había advertido, nacieron y se prolongan en el tiempo con el objetivo de reconocer la labor de aquellas personas y entidades del mundo de la cultura que hayan favorecido el avance social y cultural en nuestra Comunidad Autónoma. Ese vestido social y cultural es sustancial en las decisiones que toman nuestros jurados. Y ese maridaje define a la perfección todo el entramado. Incluso el de este acto en el que desembocamos cada año, cuyo tono, tempo y estilo marcan casi siempre nuestras amigas de Valquiria, a quienes tanto estimamos.

 

       Así que vayamos con los agradecimientos, que es algo inevitable en estas fiestas. Gracias, por supuesto, al Ayuntamiento de La Granja de San Ildefonso, que nos ha cedido este espacio, y a quienes en él hoy trabajan para que podamos los demás disfrutar del mismo. Gracias a quienes intervienen en el show: Valquiria, claro, Rodrigo Martínez, los técnicos escondidos, mis compañeras de trabajos, Visual Creative y Luis Álvarez Blanco, creador de la obra que recibirán las personas premiadas. Gracias, naturalmente, a nuestros compañeros y compañeras de Comisiones Obreras de Segovia; a María Antonia Sanz y a Marcos Tarilonte, que fue la una y es el otro miembros del patronato de la fundación; a su Secretario General, Alejandro Martínez, que ha luchado con ahínco para que llegásemos aquí; a Teresa Santos, que nos ha abandonado hace unos meses a causa de esos maltratos a los que nos somete el gobierno de la Junta de Castilla y León y que fue entusiasta colaboradora en nuestro archivo; y, faltaría más, muchas gracias de nuevo a todos ustedes.

 

       En fin, vayamos concluyendo, que hay cosas mucho más importantes que estas palabras. Citábamos a Paco Bezerra y su obra censurada al principio de esta intervención. Pues bien, ya que tenemos a Santa Teresa de Jesús a tiro, recordaremos algo que ella sentenció hace siglos y que permanece en nuestro pensamiento: “el miedo -dijo- es el demonio”. Cuidado, por tanto, con esos miedos a los que nos incitan porque son la célula madre del mal. En España el mal procede siempre del miedo y del caciquismo. Hay antídoto, no lo duden, se llama cultura.

 


Texto leído en la entrega de los XIV Premios Diálogo de la Fundación Jesús Pereda, La Granja de San Ildefonso,

29 septiembre 2023

domingo, 24 de septiembre de 2023

Tomografía

            Hace una semana la medicina me regaló una tomografía de coherencia óptica. Desde los cuatro años en manos de oculistas, como se decía entonces, y no había tenido tal fortuna. O desgracia, según se mire (nunca mejor dicho). Tuve, sí, la fortuna de ser atendido desde aquel lejano entonces y en diversos episodios, más o menos graves, en la sanidad pública. En lo verdaderamente grave me trató un oftalmólogo a quien recuerdo con profundo respeto y cariño, Fernando Salgado. Hombre inmenso en todos los sentidos, era difícil imaginarlo en el manejo de la cirugía ocular más fina con la que intentó remendar mis retinas y que, llegado el momento, cuando reconoció que el tejido se nos resistía, me envío al Hospital de Cruces, en Bilbao, donde remataron el bordado. También en la sanidad pública vasca.

 

            Mi madre, que en esto de los cuidados era un poco excesiva, quiso contrastar el buen o mal estado final de mis ojos con la opinión de una clínica de prestigio, privada por supuesto: la Clínica Barraquer. Allí fuimos y allí vivimos la humillación mayor que hubiéramos sentido ella y yo en una consulta médica. Sencillamente, ni procedíamos de Arabia Saudí ni éramos famosos tipo Montserrat Caballé, a quien lucen todavía en una de sus webs, es decir, no contribuíamos al brillo público del negocio, éramos de León. Fuimos simples clientes y punto. A buen precio. Con un diagnóstico para el que no hacía falta alforjas. Al menos, eso sí, nos paseamos por Barcelona.

 

            Desconozco el precio de una tomografía y la de otros instrumentos, casi siempre luminosos, que conviven regularmente con mis ojos turbios. No sé el precio de las lentes que llevo implantadas ni el valor de las numerosas horas dedicadas a mi artesanía visual. Sé que se paga con impuestos y que se lo debo al sistema público de salud en la vertiente territorial que sea, federal muy pronto con toda probabilidad. Y sé que de otro modo ni yo ni muchísimas otras personas, la inmensa mayoría, podríamos haber soportado ni soportar ese gasto.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 24 septiembre 2023

domingo, 17 de septiembre de 2023

DANA

            DANA suena a yogur pero no lo es. No está claro lo que es, pero suena mucho, sobre todo en este mes de septiembre situado en el tránsito entre verano y otoño, es decir, en pleno trastorno del tiempo entre estaciones. Algo tendrá eso que ver, por tanto, con el acrónimo. Lo que ocurre es que hay quien se empeña en desentrañarlo y se lía, así que se nombra con absoluta naturalidad como si todo individuo supiera de qué se está hablando. Entre los que se lían, figura un presentador de informativos que habla de una Depresión de Altos Niveles de Aire. No todo presentador o presentadora desvaría, aunque todos ellos se sirven del presunto yogur y se lo meriendan en medio de las noticias. En suma, nadie habla de gotas frías, que era un nombre mucho más sugerente, más evidente acaso, más simple, y, sin embargo, nos convierten con su vocabulario en auténticos hombres o mujeres del tiempo con varios másteres en Meteorología a cuestas. En fin, tonterías de las apariencias.

 

            Poco nos resuelve, sinceramente, consultar en la red para conseguir un poco de claridad: “una DANA es una depresión cerrada en altura que se ha aislado y separado completamente de la circulación asociada al chorro y que se mueve independientemente de tal flujo llegando, a veces, a ser estacionaria o incluso retrógrada”, dice una de las definiciones en el buscador y ahí queda eso. Harían falta másteres en Filología para interpretarlo. En fin, barbaridades en el uso de la lengua.

 

            El caso es que llovió, llueve, lloverá, a veces a cántaros. Echo de menos esa lluvia fina y sostenida que nos empapa mansamente y asegura el tempero, aunque auguran que en esta edad triunfarán los extremos. Los vivimos ya. Quizá por eso mismo nos escondemos detrás de una terminología abstrusa, que manejamos no obstante con soltura, para concordar con esa realidad inextricable. Como este adjetivo. La DANA es, por definición, algo inextricable también, por más que todos sintamos en algún punto de la vida esa depresión aislada en niveles altos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 17 septiembre 2023

domingo, 10 de septiembre de 2023

Reemplazo

            Nunca en mi barrio habíamos llegado a comprender bien eso que llaman el gran reemplazo. Esto es, la teoría conspirativa tan del gusto de las extremas derechas, según la cual las olas migratorias aspiran a terminar con la civilización blanca y cristiana de Europa para sustituirla por otra de origen árabe, bereber, norteafricana o subsahariana, musulmana en todo caso. No lo entendíamos porque en mi barrio, que siempre fue lo que se dice popular y obrero, cabe gente de toda condición y convivimos. Es más, si hay bronca alguna vez, casi siempre es entre gentes propiamente indígenas. Yo mismo soy un poco broncas, a pesar de ser blanco, de León de toda la vida y estar bautizado.

 

            Sin embargo, cuando hemos leído esa noticia sobre que hay más perros en general que niños menores de 14 años, ya lo hemos entendido todo. O al menos nos hemos acercado al misterio. Tal vez porque en mi barrio es verdad que apenas hay niños, no se les ve ya por la calle jugando entre ellos, y, en cambio, sí hay bastantes perros. Sobre todo hay suciedad causada en parte por esos perros. Los niños no ensucian tanto. Los perros pertenecen normalmente a los padres o madres, abuelos o abuelas, de esos mismos niños ausentes, por lo general también gente blanca, de León de toda la vida y casi con toda seguridad bautizada. Son el sustituto de niños y niñas, el gran reemplazo en verdad.

 

            En realidad, la multiplicación de todo tipo de animales domésticos e incluso salvajes, sean perros, gatos u otras especies diversas, no es otra cosa que el triunfo del capitalismo animal, de su mercado claramente, y de su rostro más desolador, el aislamiento, que se manifiesta con el reemplazo de las personas por los animales de compañía. Digo de las personas, no ya de niños y niñas, aunque ellos sean lo más evidente y contable. La soledad nos somete y el cariño se regatea. No hablemos, pues, de compañías humanas, son costumbres de otros tiempos cuando los perros iban, sí, a su aire. Hoy son también siervos de la sociedad.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 10 septiembre 2023

domingo, 3 de septiembre de 2023

Pintadas

            El barrio de al lado amaneció hace unos días decorado con pintadas dicen que románticas y el vecindario se indignó. Es natural, nada es más ofensivo hoy que una declaración romántica o que se le parezca. La más hiriente que me he encontrado en los últimos años estaba escrita sobre una pared de la estación de autobuses de Mieres y allí resiste, aunque seguramente se encontrará también en otros lugares porque su autor original, si bien no suele conocerse, fue Oscar Wilde: “si no tardas mucho, te espero toda la vida”. Un texto que recuerda bastante al que hace unos años destacaba en un muro, hoy desparecido, de la también estación de autobuses de Soria: “No me iré sin recordarte lo mucho que te quiero”. No sé qué tienen las estaciones de autobuses, tan horrorosas por otro lado, tan insípidas, para albergar este tipo de pensamientos. Ya quisiera yo que se escribieran sobre las paredes de mi barrio y no sobre las de al lado, no me quejaría. A lo mejor soy yo quien los ha escrito en una noche de sonambulismo. Mi caligrafía, no obstante, es distinta, debo confesarlo, porque si algo repele de las pintadas del barrio de al lado es su caligrafía: también para ser romántico hay que cuidar las formas, aunque se vaya por la vida de transgresor. No basta con escribir “te recuerdo en cada suspiro”, es que hay que hacerlo suspirando de verdad y con el fin de que su destinatario o destinataria pueda suspirar también, no salir corriendo, que es lo que pasa cuando no se cuida la letra u otras formas menos evidentes. Acaban diciéndonos que no insistamos más. La verdad es que los chicos y chicas de mi barrio siempre fuimos muy del equipo de Goethe, que éste sí que influyó sobre el romanticismo, y nunca nos olvidamos de algunas de sus enseñanzas: “Todos los días deberíamos oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro y, si es posible, decir algunas palabras sensatas”. De ahí la reacción de ese otro barrio, porque sucede que lo bonito mancha y desordena conciencias.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 3 septiembre 2023